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El Prof. Dr. Rafael Manuel Pineda, a través de una solicitud del decano de la Facultad de Medicina de Rosario de entonces, Dr. Juan Pablo Recagno Cepeda, fue el primer presidente y organizador de La Fundación Ciencias Medicas de Rosario que hoy lleva, con justicia, su nombre. Desde el principio, tomó el desafío de armar, proyectar y consolidar una de las primeras fundaciones de nuestro medio, tanto por las obras realizadas, como por el protagonismo que logró en la vida académica, social y política de su tiempo.

Sobre él escribió su yerno, Roberto I. Tozzini, palabras que deben quedar en el recuerdo: “Mi estimado amigo don Roberto Nicholson, me solicita algunas líneas para recordar al viejo león que ya descansa en su morada eterna. Evocar a Rafael Manuel Pineda es un encargo particularmente complejo para mí por las limitaciones que me imponen mi condición de hijo político y permanente colaborador en su actividad principal, que fue su entrañable y querida vocación médica, pero dotaré de levedad a mi tarea, apoyándome en las frases o los párrafos que algunos de sus amigos distinguidos pronunciaron o escribieron en ocasión de sus noventa años o del tránsito al más allá."

Dijo de él Alberto Muniagurria, como Presidente del Círculo Médico, dirigiéndose a una multitud de colegas que lo homenajeaban: “Hijo de la ciudad que amó, médico desde siempre, docente, presidente, académico, filósofo, esteta, ciudadano ilustre. No muchos recibieron los homenajes que él cosechó. No muchos pudieron decir con la tranquilidad que mencionó: Sólo tengo recuerdos lindos de la vida, me olvidé de los otros.”

Y Jack Benoliel, un orador, periodista y escritor insigne, expresó lo siguiente: “Todo lo que hemos amado en él, lo que hemos admirado en él, queda. Nuestras ideas, nuestros escritos, nuestros sentimientos y actos, y al cumplir sus jóvenes noventa años, aceptó con humildad los homenajes y manifestaciones  de reconocimiento o admiración que surgían a su alrededor por su vitalidad y entrega incluso nuestros sueños, llevarán su marca magistral.”

Así pasó por la vida, como un Quijote gitano que avanzó dejando su huella. Derribó muchos molinos de viento, su paso generó olas y fue insuperable en su empuje, su entusiasmo, su capacidad  organizativa, su sentido ético y en su irreductible  optimismo. Expresión noble de la inmigración española en nuestra tierra, fue patriota como el que más, fundó una familia magnífica, enalteció a la cátedra universitaria y ejerció con entrega y amor su medicina. A través de su entrega a la Fundación Ciencias Medicas de Rosario consolidó su gesta.

Sus convicciones católicas se expresaron en su servicio al prójimo, su sensibilidad social y su desprendimiento a todo bien material. No atesoró fortuna sino amigos y murió como vivió, luchando por no perder la calidad de vida ante los achaques inevitables que lo limitaban progresivamente.

Hoy, ya a la distancia, lo recordamos y extrañamos mucho. Pero no hay lugar para la tristeza, porque quienes lo conocemos bien, sabemos que desde algún lugar del universo, él mira esta nota con la picardía en sus ojos que lo caracterizaba.

Su recuerdo inspira para seguir adelante con la Fundación que el fundó, promocionó, y enalteció, en homenaje a la Escuela de Medicina que lo  desarrolló y del Hospital del Centenario que fue su lugar de trabajo y de vida, desde estudiante hasta los cargos más altos que la Academia le otorgó.

Solía decir Houssay que una jaula de oro, con un gorrión en su interior, ni brilla ni llama la atención, pero una de alambre con un ruiseñor cantando hace que todo brille en su alrededor.