Por Roberto Ítalo Tozzini.

En nuestro viaje de 1960 al continente Europeo y para cumplir con la última etapa del itinerario, que era  Sevilla, nos dirigimos nuevamente al aeropuerto de Barajas y confortados por la primer experiencia, en nuestro vuelo desde Barcelona, abordamos con todo entusiasmo  un pequeño avión, un Douglas DC. 3, rezago de la segunda guerra mundial, que  cubría ese destino. Pero el corto viaje resultó atroz, al menos para nuestra inexperiencia.  El destartalado aparato se agitó durante todo el trayecto como un pájaro herido. Cruzando la sierra morena, el suelo se acercaba y alejaba rítmicamente con los corcoveos de la aeronave y me resultaba imposible mantenerme en pie por el pasillo que intentaba transitar para inquirir a los pilotos (no había aeromoza), si esa agitación representaba algún peligro. Antes de lograr alguna respuesta, el aeropuerto de Sevilla apareció debajo nuestro y tras breve carreteo volví a tomar contacto con la madre tierra. Inefable sensación de seguridad el pisar el firme pavimento, con el sol brillando sobre nuestras cabezas.

 Ya estábamos en la alegre Andalucía, cuna familiar por rama paterna de la familia de Martha. Precisamente, una delegación de parientes políticos se agitaba en la sala de espera,  prontos a darnos la bienvenida. Amables, chispeantes, muy cálidos (como su clima) son estos andaluces. La capital de la región, Sevilla, nos recibió a puro cielo azul y sol de fuego. Después de tantos años mi recuerdo se desdibuja en los detalles, igual que  nuestras diapositivas, si bien las imágenes que retengo fueron penetrantes por el afecto que allí nos brindaron. Por ocasionales circunstancias,  no hemos regresado para pasar algunos días a esta ciudad que nos acogió con sus brazos abiertos. Sólo  hemos realizado visitas del día desde Marbella, para mostrarles a nuestras nietas, sus puntos sobresalientes. Esa Sevilla del 60, salvo sus iglesias, monumentos y museos ya no existe, aunque el río turístico la sigue inundando.


En la actualidad, Sevilla es la capital de Andalucía, con una población de unos 800.000 habitantes en el ejido municipal y 1.800.000, si incluimos lo que para nosotros sería el departamento y allí, la provincia. Casi a nivel del mar, el río Guadalquivir le brindó por siglos la riqueza de ser un puerto de mar  y el centro de control y regulación en la conquistas de los países americanos (Ibero- América).Los buques de poco calado de ese entonces, que regresaban cargados de tesoros diversos de las “Indias”, descargaban en el puerto de Sevilla a nivel de la torre del Oro y sólo los sedimentos que se acumularon en siglos, hicieron que el río perdiera profundidad y la ciudad su gran boca de ingreso. Pero la riqueza agrícola- ganadera de la llanura nutrida por las aguas, persistió y la agroindustria vinculada con la alimentación ha permanecido firme.

Ya lejos de la aventura colonizadora, tan cuestionada en la actualidad, la ciudad vive además gracias a un proceso de mayor industrialización, emprendimientos energéticos y un importantísimo turismo.

Dijimos que en el viaje original, toda la familia política nos esperaba con entusiasmo y la algarabía propia de esas gentes alegres y despreocupadas, orgullosa de su ciudad y sus orígenes que no concebía nada mejor que su Sevilla natal en tierra europea y nos recordaban, en sus charlas exaltadas, que de allí habían salido dos Césares Romanos (Trajano y Adriano,  la mezcla de la buena cultura árabe y cristiana, y los mejores pintores españoles de los siglos XVI al XVIII (Murillo Zurbarán y desde luego, Velázquez) además de un sinfín de intelectuales, aventureros y artistas. 

El gran escritor y poeta  del pasado siglo, Federico García Lorca, nació y murió asesinado por fuerzas  franquistas en esa misma tierra. Ahora, Antonio Pedro, primo de mi suegro y cabeza de la familia que nos recibía, era un conocido poeta andaluz que ese año se había encargado del Pregón, una designación honrosa  que exaltaba en versos durante la Feria de Sevilla, glorias locales antes de Semana Santa.

Luego de ubicarnos en el hotel céntrico que había reservado, declinando un hospedaje familiar, nos acoplamos, sin alternativas, a nuestro anfitrión por todo el resto de la estadía. Lo primero fue la visita a la Catedral con su Giralda y patio de los naranjos de gran relevancia en el imaginario andaluz.

Catedral de Sevilla, julio 2002.
Catedral de Sevilla, julio 2002.
Catedral de Sevilla, julio 2002.
Catedral de Sevilla, julio 2002.


La orgullosa Giralda, viejo minarete de mezquita, de estilo y construcción almohade, con 800 años a cuesta, se eleva airosa un centenar de metros sobre el refrescante patio de los naranjos y vecina al flanco norte de la gran catedral. La torre se destaca por una decoración delicada, austera, casi etérea, propia de la cultura árabe que la edificó. Por una rampa espiral, que subí varias veces, se asciende al mirador superior y una vista reconfortante de toda la ciudad, se logra desde esta atalaya a los 75 m. de altura.

La Giralda desde el Alcázar, julio 2002.
La Giralda, Sevilla, julio 2002.


La catedral adjunta, que reemplazó a la mezquita a partir del 1400, es de gigantescas dimensiones. De hecho es la segunda más grande del mundo católico, luego de San Pedro y por lo tanto, la mayor de toda la península. Por su estilo es una de las últimas catedrales góticas de España aunque algunos de sus portales son renacentistas o modernos.

Su estructura es cuadrangular, tipo cruz griega, presentando en su exterior distintos estilos, como lo señalamos, hábilmente combinados. Su interior es de una vastedad impresionante; la bóveda del crucero se despliega a unos 60 metros del piso, sostenida por elegantes columnas. El altar mayor, está protegido con rejas platerescas de fino labrado y en su fondo, se luce un extraordinario retablo flamenco, con escenas de la vida de Cristo. El conjunto de grandes dimensiones, se halla pintado y tallado primorosamente. Antes del altar, tras una reja también bellamente trabajada, se sitúa el coro que muestra una magnífica sillería del siglo XVI. 

Al fondo de la nave, un enorme arco decorado, da acceso a otro altar, la Capilla Real, donde se venera la Virgen de los Reyes, patrona de Sevilla, una magnífica talla de madera. Allí reposan en urnas labradas, los restos mortales de Fernando III el santo, Alfonso X y de su madre, Beatriz de Suabia. También en un ala lateral, se levante un importante mausoleo que en la cartelería, afirma contener los restos de Cristóbal Colón. Creo que en Santo Domingo se afirma una presencia similar. La Sala Capitular, situada a la derecha de la Capilla Real, muestra un estilo renacentista, con una cúpula que exhibe una bella  “Inmaculada Concepción” de Murillo. En la sacristía se luce orfebrería religiosa, entre ellos un candelabro plateresco de 15 brazos y casi 8 metros de altura que sale en las procesiones de Semana Santa. También se destaca una hermosa custodia de Juan de  Arfe.  En la sala de los Cálices  se presentan  esculturas y pinturas de Goya, de Jordaens, de Valdez Leal y Murillo. El contenido artístico completo de este enorme espacio de oración, abrumaría al más valiente lector.

Vitraux de la catedral de Sevilla, julio 2002.
Retablo de la catedral de Sevilla, julio 2002.
Tumba de Colón en la catedral de Sevilla, julio 2002.
Candelabro de plata de 15 brazos en la Sacristía de la catedral de Sevilla.


La devoción cristiana, exaltada como lo es su pueblo, se agrupa en cofradías y hermandades muy cerradas que compiten entre sí con pasión, alcanzando un clímax en la Semana Santa con las procesiones de penitencia o de gloria, acompañada por miles de fieles y una cantidad masiva de turismo que se dan cita para contemplar esta suerte de puesta en escena.

Las cofradías más importantes, nacieron entre los siglos XV y XVI, representando distintos barrios o  iglesias de la ciudad. Citemos a las más destacadas y conocidas: Cofradía- Hermandad de la Esperanza Macarena. Su primer paso de los tres, comienza en la madrugada del viernes Santo vestida con hábito blanco, corona de oro y valiosas joyas. Cristo luce sotana.  Originada en el convento de San Basilio, se fusionó más tarde con la del Santo Rosario, en la parroquia de San Gil que veneraba a la virgen del Rosario de la Macarena y se agregó para su veneración al Cristo de la Sentencia, con una capilla propia. Durante los violentos sucesos que enfrentaron a católicos y marxistas en la guerra civil española de la década de los 30, San Gil fue incendiada buscando la destrucción de las figuras. Con heroísmo, las hermanas las retiraron y escondieron, para reaparecer  en 1949 en un templo propio  y en 1964 es coronada por decreto papal en la catedral de Sevilla. En septiembre del 2010 se la trasladó en procesión al estadio Olímpico para presidir una beatificación y cruzó por primera vez el río Guadalquivir para visitar el Hospital  Virgen de la Macarena. Según el periodismo, fue la procesión mayor de todos los tiempos.

Con Antonio Pedro, visitamos el camarín de la virgen que muestra una extraordinaria talla con ropaje blanco, cabello natural, corona de oro y joyas a granel. Su mirada se dirige a lo alto y por sus mejillas rosadas  parecen rodar unas prístinas lágrimas. Se muestra los distintos vestidos que según circunstancias cubrirá a la virgen y el cofre donde guardan tantos adornos valiosos que los fieles van regalando.  Los cambios de atuendo siguen estrictos protocolos y sólo pueden realizarlos monjas de la cofradía, llevando a plantearse, por cristianos inclusive, cual es el límite que separa la devoción de la idolatría ¿Se venera a la virgen a través de la figura o es la figura el objeto de la veneración? 

Nuestro pensamiento se interrumpió con el anuncio de nuestro pariente, que nos llevaría a conocer una segunda cofradía; esta vez, la del Jesús del Gran Poder, a la que él pertenecía. La sede es la Basílica del Gran Poder (anterior iglesia de San Lorenzo) y aquí Jesús carga la pesada cruz en una talla magnífica realizada por Juan de Mesa en el siglo XVI. También es sacado en procesión la madrugada del viernes santo en una plataforma que cargan hermanos designados, seguidos de cofrades vestidos de negro y gorros aguzados que caminan orando, llorando o flagelándose, mientras una multitud los acompaña en silencio, absorta.

Como otras hermandades reconocidas, menciono las del Nazareno, Jesús de las Penas y María Santísima de la Gracia y la Esperanza (cofradía del Santísimo Sacramento), de Triana; el Silencio; los Gitanos y el Calvario.

En Sevilla pude apreciar por primera vez, casi enfrente de la Catedral y separados por una plaza, los alcázares o castillos árabes de preciosista estructura con adornos de yesería elaborados con la minuciosidad de una tela de encaje. Disfrutamos de sus frescos patios centrales, sus arcadas festoneadas sostenidas por innumerables columnas, sus agradables y cantarinas fuentes, sus magníficos jardines donde la vegetación y el agua constituyen los motivos centrales para el hedonismo. 

Reales Alcázares

Luego de la temprana reconquista cristiana, de la construcción árabe Almohade del siglo XII sólo subsiste los hermosos arcos que separan los patios del León y de La Montería, así como el patio del Yeso con magnifica y característica decoración. El resto es de factura cristiana y se realizó después de la conquista, manteniendo el estilo y copiando al Alcázar Granada.

Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Alcázar de Sevilla, julio 2002.


El Palacio se construyó en el siglo XIV por mandato de Pedro el Cruel, lográndose  una obra magnífica del arte mozárabe con reminiscencias de la Alhambra granadina. En el llamado cuarto del Almirante de este palacio, Isabel la Católica fundó la Casa de la Contratación que dio origen y registró los viajes de Colón a América. En otra de las estancias, en salón “de los Embajadores”, se luce una suntuosa decoración con una bella bóveda en cedro. Por fuera, se desarrollan espléndidos jardines, distribuidos en terrazas, con estanques, fuentes y caídas de agua.

Palacio de Pedro El Cruel, julio 2002.


Favorecidos por el clima cálido, la vegetación es frondosa y las flores se agrupan en setos numerosos de vivos colores. En una de sus galerías, un bar bien provisto, permite el descanso y saciar la sed. 

Jardines del Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Jardines del Alcázar de Sevilla, julio 2002.
Jardines del Alcázar de Sevilla, julio 2002.


A pocas cuadras del Alcázar, nos encontramos con el típico barrio de Santa Cruz, comunidad de origen judía en la edad media y hoy un alegre exponente de la vida sevillana. Sus calles estrechas, tortuosas, a veces escalonadas, discurren entre casas blancas, de elegantes balcones floridos y ventanas enrejadas. En el recorrido se intercalan plazas y plazuelas con palmeras y naranjos, macizos de flores y fuentes donde corre el agua, produciendo una sensación de frescura y vitalidad muy placentera. Una gran cantidad de bares, cafés, colmaos y restaurantes se distribuyen por el barrio, rodeando a las plazas, ofreciendo sus platos típicos como gazpacho y frutos de mar que disfrutamos en este ambiente tan propicio. Ya más lejos y cruzando el Guadalquivir, el barrio de Triana alegra la noche andaluza, en colmaos donde mujeres y hombres aporrean los tablados con su danza frenética y rítmico zapateo, mientras el alcohol circula en bares que no duermen, mientras la obscuridad perdura.

Plaza frente a la catedral de Sevilla, julio 2002.
Barrio de Santa Cruz de Sevilla, julio 2002.


La ciudad también cuenta con un importante museo de Bellas Artes, donde se exponen las obras de dos de sus hijos predilectos: Murillo y Zurbarán, integrantes del llamado siglo de oro de la pintura española, junto a Velázquez, también sevillano, pero que desarrolló su arte básicamente en Madrid.  Se exhibe así mismo  buena pintura flamenca y otras excelentes  obras del siglo XVI. Ha sido instalado en el antiguo convento de la Merced y por la calidad y cantidad de sus obras, se lo considera una de las pinacotecas de pintores clásicos, más importante de España- La iglesia-  integrada al Museo- tiene hermosos murales de Diego Martínez, así  como la monumental pintura de Murillo, “La Inmaculada” y uno de los mejores lienzos de Zurbarán, “La apoteosis de Santo Tomás de Aquino”.

"Adoración de los Pastores", Francisco Murillo.
"San Hugo en el refectorio de los cartujos", Francisco De Zurbarán.


Complementario con las pinturas del Museo, casi enfrente de la gran catedral, se levanta el viejo Hospital de la Caridad, fundado en 1625 para acoger a enfermos y moribundos sin hogar, pero que se transformó con el tiempo, por sus importantes murales y pinturas con  la bella iglesia adjunta, en un lugar de visita turística, perdida ya la internación de caridad. En concordancia con la naturaleza terminal de muchos internados, Valdez Leal pintó cuadros y murales  tenebrosos  sobre el tema de la muerte, mientras que Murillo sumó su mirada más amable refiriéndose a  la Caridad con dos grandes lienzos y otros cuadros menores.

Otro sitio interesante para conocer, es la Casa de Pilatos o palacio de San Andrés, construido por el marqués de Tarifa hace mas de 500 años, teniendo como modelo, el pretorio de Pilatos en Jerusalén. Predomina el estilo árabe mudéjar, con elegantes arcos estucados y espléndidos azulejos. Los mosaicos, estuco y madera se agregan como elementos de decoración y en el central patio infaltable  de la Casa, se lucen estatuas romanas y griegas, algunas antiguas y otras esculpidas en el siglo XVI, como los bustos de emperadores romanos. Las salas que dan al patio, la capilla abovedada y el altar ricamente decorado, presentan bellos techos con artesonado. El primer piso muestra agradables ambientes pintados y a él se llega por una escalera recubierta por una magnífica cúpula. Todo el Palacio combina el arte mudéjar con la elegancia del plateresco en el despuntar del renacimiento.

De los tiempos del califato Almohade, la torre del Oro se levanta a la vera del Guadalquivir, a unos 200 metros del Hospital de caridad, con su perfil característico, señalando el asiento del puerto de ultramar que enriquecieron a Sevilla. Allí se guardaba primariamente las riquezas (el oro) traído del nuevo mundo. De la torre partía una gruesa cadena que llegaba hasta la otra orilla del río, que podía colocarse cuando no había actividad, como barrera al tránsito ilegal de las embarcaciones. Hoy este puerto ha perdido vigencia por el acumulo de sedimentos que trae el río y la torre luce como  un hermoso faro custodio de los recuerdos. Desde 1717, el puerto marítimo se trasladó a Cádiz.

Numerosos parques oxigenan y embellecen zonas vecinas al centro de la ciudad. Con algún detalle, recuerdo el parque María Luisa y el extraordinario conjunto arquitectónico de Plaza España, inaugurado  a raíz de la mega exposición Ibero Americana de 1929, que celebraba la vinculación económica y cultural de  los pueblos de América, con la metrópolis española,  tras la conquista y colonización. Originariamente este predio fue cedido a la ciudad por la duquesa de Montpensier con más de 100 hectáreas, conteniendo una  gran variedad de especies animales, pájaros, flores y abundante vegetación. Recuerdo que Argentina había participado con un importante pabellón. Pero la obra más emblemática y ambiciosa fue Parque España, estructura de gran valor arquitectónico y cultural que unía edificios, naturaleza, lagos, fuentes y canales con sus puentes respectivos, con un sentido estético de integración visual. El edificio, proyectado por el arquitecto Aníbal González Álvarez-Osorio, se desarrolla como una extensa galería semicircular, recordando a la plaza del Vaticano, que abraza a un patio central de unos 200 m de diámetro, con una  fuente que despide fuertes chorros de agua y rodeada de canales con sus elegantes puentes respectivos. Sobre la galería montan dos pisos de museos, archivos y oficinas y el conjunto se remata en sus extremos con dos  torres de 74 m. de altura cada una (norte y sur). La galería de arcadas y columnas clásicas tiene un gran ingreso central y dos laterales que la dividen en 4 secciones que ocupan 58 grandes bancos revestidos con vistosos azulejos que detallan con los nombres, la historia y características de cada provincia de España.


Plaza de España en el Parque María Luisa de Sevilla, 1960.
Plaza de España en el Parque María Luisa de Sevilla, 1960.
Plaza de España en el Parque María Luisa de Sevilla, 1960.


Posteriormente, en 1992, se celebró la exposición Universal, conmemorando los 500 años del descubrimiento de América. La muestra tuvo lugar en la isla de la Cartuja participando más de 80 países con distintos pabellones como el de los descubrimientos, que enriqueció aún más la variada arquitectura de esta típica ciudad. También  se valorizó en infraestructura con ferrocarriles de alta velocidad (AVE), la renovación del aeropuerto y autopistas.

Me queda por mencionar algunos lugares  que el recuerdo guarda, como el Ayuntamiento, situado frente a la plaza nueva. Constituye una magnífica muestra del arte renacentista que despuntaba en España. También el Archivo General de Indias, renombrado lugar de valor histórico irremplazable, instalado en la Casa Lonja (Bolsa de Comercio) que contiene notas de Colón, Magallanes y Hernán Cortés, además de los planos originales de los primeros asentamientos y poblaciones iberoamericanas.  

Integrante inolvidable en mi memoria, es la vida misma sevillana, alegre, colorida y galana. Al despuntar las últimas horas de la tarde, las gentes llenan las calles del centro y de muchos barrios, en pos de las “tascas” o bares regionales, comer sus “tapas” (pequeños y deliciosos bocadillos), tomar sus aperitivos y a socializar. Estos negocios son muy numerosos y es frecuente ver cruzarse a los parroquianos, de una tasca a la otra con el vaso de su aperitivo en la mano. También con Antonio Pedro salimos una tarde, de “tascas” y rápidamente el grupo  fue aumentando, con los amigos de nuestro poeta y otros conocidos que enterados que participaban parientes de “América” en viaje de bodas, no querían perder la oportunidad de charlar con nosotros. Incluso como anécdota risueña, un chofer de un ómnibus de línea, conocido de Antonio Pedro se unió al grupo y avisó a los pasajeros, que el viaje se había cancelado. Fue una tarde, bulliciosa, alegre, con la simpatía y gracia tan particular de los lugareños, mojada en alcohol y ricos entremeses que concluyó a la noche, invitados a concurrir  a un tablao para ver  danzar el brioso flamenco en su insuperable salsa andaluza. Como ya lo expresé en otra parte de estos relatos; invitaciones para corridas de toros existieron muchas, pero no las aceptamos nunca  por cuestión de principios.

Así completamos una semana luminosa y cálida, plena de exaltados recuerdos, abrazos y promesas de continuidad de contactos, que luego no se cumplieron. Como he dicho, a Sevilla regresamos sólo por las horas del día, ya en el siglo XXI  en la compañía sucesiva de nuestras nietas, para mostrar las principales bellezas de la ciudad  y sin avisar a la restante familia. Por otra parte, Antonio Pedro y Carmen, su mujer, ya habían fallecido en ese lapso sin dejar hijos. 

Aquella vez,  nos despedimos de esta tierra árida bajo un sol de fuego, que tanto ha dado a España. Recordando versos de García Lorca, las vírgenes y los rapaces de Murillo, los monjes de Zurbarán, la arquitectura almohade, el verdor de los jardines, el agua cantarina, la sombra de sus árboles, el cielo siempre azul, la vitalidad de sus gentes y  las esbeltas morenas en su cruza de siglos entre moros y cristianos. Con toda esa emoción en las alforjas, decimos adiós a Sevilla, a la familia de Martha y a su pueblo inigualable.