El Dr. Roberto I.Tozzini comparte su experiencia en la capital francesa a partir de vívidos recuerdos de sus viajes desde la década de 1960.
La Torre Eiffel
En otras de esas mañanas luminosas que nos deparaba mayo, visitamos uno de los símbolos máximos de París: la Torre Eiffel. La torre fue construida para una exposición universal e inaugurada en 1889. En esa fecha, con sus 300 metros, era la estructura edilicia más alta del mundo. Hoy continúa siendo una maravilla del ingenio humano y su perfil es, sin duda, el ícono más recordado por cuanto viajero ha recorrido esta incomparable ciudad. Se levanta en un gran espacio abierto, entre el Sena y los Campos de Marte, lo que facilita contemplarla en toda su majestuosa grandeza. Un ascensor repta por el acero de sus pilares para detenerse en tres plataformas que se encuentran sucesivamente, a los 57, 115 y 270 metros de altura. Desde los descansos superiores, la vista de París estremece, pareciendo un gigantesco mapa que se despliega ante nuestros ojos. En los días claros, dicen que puede verse hasta unos 50 kilómetros de distancia y uno percibe la sensación vertiginosa de estar suspendido en el aire. La verdad es que no permanecimos demasiado tiempo en el piso superior por una suerte de inquietud que nos generaba esa altura. Y en las visitas de años posteriores, privilegiamos en general el segundo piso a la torre superior.





De regreso al suelo, recorremos los jardines que se extienden entre la torre y la Escuela Militar. En este airoso edificio, expresión de la arquitectura del siglo XVIII, estudió la élite de los militares franceses, Napoleón entre ellos.
Complejo Los Invalidos (Les Invalides)
Caminando siempre sobre la margen izquierda del Sena (“la river gauche”), llegamos a otro complejo edilicio de visita obligada y exquisita arquitectura. Se trata del viejo Hospital de Les Invalides. El edificio es considerado una estructuras arquitectónicas mas bellas e imponentes de todo París. Su construcción se inició a mediados del siglo XVII por Luis XIV, buscando ofrecer un lugar apropiado para los múltiples heridos y discapacitados que producían sus guerras. El lugar fue preparado para alojar hasta 7000 internados y se inauguró en 1976.
El Domo es una elevada cúpula dorada, que multiplica la imponencia del magnífico lugar, se inauguró 20 años después. Un siglo más tarde, al comienzo de la revolución, el pueblo invadió el lugar, retiró sus armas y con ellas, fue a tomar la gran prisión de la Bastilla. Otro siglo más tarde, el lugar fue elegido como regia tumba del Emperador Napoleón. La visita puede iniciarse a partir del sena, luego de cruzar el puente Alejandro III o bien, viniendo de los jardines arbolados que se extienden en la zona. Nosotros lo hemos atravesado en ambas direcciones en distintas fechas. Si se ingresa desde el río, se atraviesa la explanada, lugar de jardines arbolados hasta un magnífico Portal flanqueado por dos pabellones que se extienden en forma simétrica produciendo un frente magnífico de más de 200 metros. Múltiples trofeos como cañones de bronce de la guerra del 14, estatuas y escudos, adornan los alrededores. Pasado el portal se luce una estatua a caballo de Luis XIV. A continuación una edificación de tres plantas con arcadas regulares en la base, rodea un amplio patio.


Estos espacios del viejo hospital son todas oficinas o el gran Museo de la Armada, reputado como uno de los más importantes del mundo. Luego se visita la iglesia de San Luis o de los soldados. Aquí se encuentran enterrados muchos de los líderes militares de la primera guerra mundial, como la tumba del general Leclerc y gobernadores de Les Invalides. En la capilla de Napoleón, se exhibe la máscara del Emperador tomada en su lecho de muerte. Finalmente nos encontramos con la grandiosidad del Dome, elegido posteriormente como tumba de Napoleón. Todo el interior es perfecto y deslumbrante. Los materiales son de máxima nobleza y se desarrollan en un ambiente casi circular, centrado, bajo la cúpula por la tumba del Emperador en una cripta del subsuelo y diseñada por el gran arquitecto Le Brun. Allí Napoleón yace dentro de 6 cofres superpuestos, siendo el exterior de pórfiro rojo que debió traerse de Rusia y está rodeado por doce colosales estatuas que representan las principales campañas del general. En el piso superior y en las galerías laterales , encontramos otras tumbas famosas como la del hermano y la del hijo de Napoleón, la del mariscal Foch, de sus generales preferidos y de un soldado que destacó por su bravura, Vauvan, del que también toma nombre la plaza a la salida del Dome. Una frase del general, esculpida sobre el bronce dice -deseo que mi cuerpo descanse cerca de las barrancas del sena, en medio del pueblo francés al que he amado tanto- Amor correspondido, por cierto y que enorgullece al espíritu francés.


Salimos de les Invalides, miramos su cúpula revestida en oro, guardián de los cielos a más de 100 metros de altura, y nos dirigimos para tributar no a la guerra sino al arte; vamos al Museo Rodin.
Museo Rodin
Cercana a la tumba, en el espacioso parque, se levanta un elegante Chateau que hoy día es el museo Rodin. Esta elegante propiedad de estilo rococó perteneció a un mariscal que murió en la Guillotina. En sus últimos 9 años, el escultor vivió y trabajó aquí (murió en 1917) y un tiempo después de su muerte, la casa se convirtió en el actual museo. Vale la visita, incluyendo el jardín que lo rodea donde se levantan algunas de sus obras más significativas. Allí uno se encuentra con la figura en bronce del Pensador, tan conocida entre nosotros y más allá, “Las puertas del Infierno”, una obra colosal e impresionante que trata de comprender a la humanidad, con el ingenio humano en su nivel superior, figuras entremezcladas de la sociedad que se afean y distorsionan llegando al nivel inferior que se corresponden con el brutal infierno. En la casona, se aprecian distintos momentos de su genio creativo, desde su paso por el Seminario católico, hasta imágenes delicadas como “el Beso” o retorcidas e impactantes de su vejez. Buenos cuadros de Cezanne, Van Gogh y obras de Camille Claudel, su amante, acompañan a la exposición.

Las islas del corazón de París
En otro momento de nuestros viajes, nos dirigimos a conocer las construcciones que se encuentran en dos islas situadas casi en el medio del cauce del río y en pleno corazón de París; la mayor conocida como “Ile de France” (isla de Francia) y la más pequeña como isla de San Luis.
Por el puente Nuevo (Pont Neuf), se ingresa al extremo noroeste de la isla mayor, donde se levanta el Palacio de Justicia, magnífico edificio de estilo gótico, aunque después de la Revolución se hicieron cambios y modificaciones. En el siglo XIII, dentro del palacio, el Rey Luis (que luego fue santificado), erigió una bellísima capilla como custodia de una reliquia, la sagrada corona de Thorns, proveniente de uno de los emperadores de Constantinopla y que durante los años de la Revolución, fue destruida. La Saint Chapelle o Capilla de San Luis es una verdadera joya arquitectónica, la más hermosa que jamás visitara durante el día (por la luz en los vitrales) y en su momento nos impresionó de manera perdurable. Aún recuerdo, que tras subir una incómoda escalera de un piso, nos introducimos en un ambiente casi mágico. Las paredes de la capilla, de etéreo y frágil aspecto, están constituidas casi exclusivamente por enormes vitrauxs de increíbles colores y con motivos que varían en cada caso, por donde los rayos del sol se filtran formando un arco iris luminoso. En esa primera visita, se exhibía en una pequeña vitrina de cristal una corona de oro, delicadamente trabajada aunque ignoro si se trataba de una réplica de la reliquia santa (restos de la cruz de Cristo, traida por San Luis de Oriente) o de otra obra de arte. Muchas veces hemos regresado a este lugar maravilloso para renovar el asombro de la primera vez. Y en el julio o agosto parisino, pequeños conciertos al atardecer, nos han brindad reiteradamente la calidez del lugar con la magia de pianos y violines para consumar un éxtasis sensorial.


Catedral Nuestra Señora de París (Notre Dame)
A pocas cuadras de la “Saint Chapelle”, asentada sobre la isla del Sena, se encuentra otro de los “íconos” de París, la gran catedral, Nuestra Señora de Paris o “Notre Dame” de Víctor Hugo, por cuyas torres quizás aún se ve deambular, buscando a su amada, la sombra deforme de Cuasimodo. Los amplios jardines que la circundan favorecen su contemplación; se lo considera como el edificio religioso más bello de la ciudad y una verdadera obra de arte de la arquitectura francesa. La catedral se comenzó a construir en el siglo XII y se destaca por la simplicidad y armonía de sus líneas con un estilo gótico clásico. Las dos torres frontales, de 70 metros de altura, trasmiten serenidad y equilibrio. La del sur contiene una famosa campana del siglo XVII, que solo tañe los días religiosos y en ceremonias oficiales. En la fachada central, se destacan tres portales ricamente ornamentados y asimétricos; más grande la puerta del medio, recibe el nombre de “Juicio Final”, siendo la entrada; de la derecha, la puerta de Santa Ana y la de la izquierda, el portal de la Virgen por las estatuas y bajorrelieves de María de gran valor artístico, que la rodean. Por sobre las puertas, se alinean 28 estatuas que representan los reyes de Israel de donde desciende Cristo. Y más arriba, en el centro mismo del frente, se abre un enorme rosetón o ventana circular ocupado por un vitraux de bellos colores rojos y azules. En el techo, por detrás de los campanarios y a la altura del crucero, se elevaba un torre en fina aguja alcanzando la altura máxima en la construcción y proyectando un perfil que se volvió característico, aunque la misma se agregó a la estructura mucho tiempo después de su inauguración.



El interior de la basílica es amplísimo, con capacidad de hasta 9000 personas sentadas en la nave central y las galerías laterales. Numerosas estatuas y bajorrelieves adornan el coro, entre ellas una delicada imagen de la virgen conocida como “nuestra Señora de París”. Los enormes rosetones del frente y contrafrente y otros vitrales en las paredes laterales realzan la majestad de este centro de oración.


El 15 de abril de 2019 ocurrió la catástrofe. Durante trabajos de mantenimiento necesarios por la contaminación ambiental, se inició en la estructura de madera del techo y en la gran aguja un incendio pavoroso. Desde las 19:45 hrs. y durante casi toda la noche ardió la catedral y por momentos se consideró que su destrucción sería total. Pero el esfuerzo y las previsiones inteligentes de los bomberos a impedir intervenciones masivas (como el arrojo de agua desde helicópteros) preservó buena parte de la estructura de piedra y Notre Dame se salvó. Hoy va por la reconstrucción fiel al patrimonio histórico, en una tarea que, se estima, tardará una década. Importante es que todos los tesoros que guardaba la iglesia se pusieron a salvo y los rosetones o grandes vitrales del frente y laterales se conservaron sin estallar, Hoy también se reparan. Y la principal estructura del frente con sus dos torres – campanarios, sobrevivieron en pie.



Nosotros fuimos en junio de ese año (2019) en nuestro último viaje a París y la encontramos convaleciente, rodeada por andamios y sostenes, sin su característico techo gris pizarra que había desaparecido y sus granes rosetones laterales recubiertos por madera para evitar su fragmentación. Desde luego la elevada aguja del techo había desaparecido y el contrafrente no podía apreciarse, totalmente cubierto por los trabajos de reparación. Pero vista de lejos, las dos torres del frente irradiaban su majestad de siempre al ambiente parisino.

El Hospital Dios (Hotel Dieu) y el Hotel de la Ciudad ( De Ville)
Sobre el parque vecino a una cuadra de la Dama y sobre una calle lateral, visitamos otra estructura famosa: el Hotel Dieu, que, modernizado, mantiene el cuidado de la salud para la población de pobres recursos en París. Con la libertad que otorga el espíritu francés, ingresamos sin preguntas, recorrimos sus galerías y descansamos en alguno de sus bancos del jardín central. Ya en el ´60 había tenido la oportunidad de ingresar al servicio de mujeres, pero entonces, acompañados por colegas.




Si de allí nos dirigimos a través del barrio de los Orfebres hacia el Puente Nuevo más allá del cual se levanta una magnífica estatua ecuestre de Enrique IV, llegaremos unas escaleras que baja a una placita ”Vert- Galant”, en el extremo de la isla. Es un espacio con árboles y parque, verdadero oasis con hermosas vistas de la ciudad.
Si cruzamos otra vez el puente, hacia la plaza Châtelet, nos encontraremos con un imponente palacio, edificado originariamente por Francisco I y destruido en parte en los años postrevolucionarios, en las múltiples convulsiones sociales de la historia francesa. Hoy en día, reconstruido en forma impecable, constituye el “Hotel de Ville” o Ayuntamiento de Paris que equivale a nuestro palacio Municipal. Muy cerca está la torre de San Jaques, remanente de una de las iglesias más antiguas, destruida por la revolución.

Caminamos ahora por la rivera del Sena hasta el puente de las Artes, desde donde se renueva una vista agradable de Notre Dame y Saint Chapelle. En la rivera izquierda (“gauche”), los frentes de muchas casas antiguas que dan sobre el río, ostentan placas recordatorias de los héroes de la resistencia de la segunda guerra mundial, que fueron muertos por los alemanes en sus umbrales. En el aire flotan densos recuerdos del pasado y caminando esas cuadras empedradas, uno revive las historias trágicas que fueron modelando
la sociedad parisina de post- guerra.
El barrio Latino y la rue des Ecoles: La Sorbona
Ahora nos internamos por calles estrechas en un París diferente, con población predominantemente joven y bohemia; gente alegre e informal. Estamos en el Barrio Latino, así llamado pues latín era el idioma que solían hablar los estudiantes universitarios. Desde la plaza de Saint Michele, con su gran fuente realizada por Davioud, se incursiona en las entrañas del distrito, por la propia avenida Saint Michele, entre el bullicio de los cafés, las terrazas de los restaurantes, las librerías sin fin y el entretejido de callejuelas. Pasamos por el Colegio de Francia donde estudiaron personajes conocidos como Claude Bernard y Paul Valery y luego en la calle de las Escuelas, (“rue des Ecoles”) divisamos la fachada principal de la Universidad de la Sorbona a la que nos acercamos para visitarla.


Roberto Sorbon, confesor de San Luis, fundó en 1253 este Colegio para que los alumnos pudieran vivir y estudiar en el mismo lugar. Hoy día, con la magia casi de un templo, su nombre resulta equivalente a enciclopedismo o sabiduría, a pesar de toda la historia de conjuras y mezquindades políticas que en sus claustros tuvieron lugar. Allí surgió el apoyo a la monarquía inglesa durante la Guerra de los 100 años, con intervención de Richelieu. Luego Napoleón lo transformó en el centro de la más alta educación en Francia, creándose en ese entonces, la Escuela de Ciencias y Artes.






Museo de Cluny
Frente a la Sorbona y separada por una simpática placita, se levanta una estructura gótica al lado de las ruinas de las termas romanas, más antiguas de la ciudad. Es el museo de Cluny o de arte medieval que contiene una riqueza enorme en sus piezas artísticas, mobiliario de la época, joyas, crucifijos, armaduras, tejidos, etc. siendo una de los más preciadas posesiones, la colección de 6 tapices de la Dama del Unicornio. También se exhiben las cabezas de piedra de 21 reyes de judea que datan del 1200 y que iban a ser colocadas en la fachada oeste de Notre Dame y luego se extraviaron con la revolución. En la planta baja se accede a las termas del siglo II con baños, sauna gimnasio, etc. Vale una visita.






El Panteón de París
En la vecindad, avanzando por Saint Michel, pasando los jardines de Luxemburgo, y doblando hacia la izquierda, sobre la colina de Santa
Genoveva, en medio de edificios universitarios, se levanta otro monumento muy querido de París: su Panteón. Allí descansan los restos de Mirabeau, Voltaire, Juan Jacobo Rousseau, Víctor Hugo y Emilio Zola, nombres fundacionales de la cultura francesa, que reciben en este “Templo de la Fama” el reconocimiento de sus conciudadanos. También apreciamos grandes pinturas y grupos estatuarios que proclaman la libertad del pueblo francés.

Los jardines de Luxemburgo
Alejándonos otra vez, desde el Panteón y hacia el boulevard Saint Michel, volvemos a los magníficos jardines de Luxemburgo y su Palacio, construido por orden de María de Médicis, viuda de Enrique IV, con estilo italiano renacentista. El parque, con un lago central donde juegan los niños con sus veleros y botecitos y el palacio de bellas líneas, transformado actualmente en sede del senado y oficinas gubernamentales, se han conservado muy bien y hoy día constituye un magnífico paseo para escapar del bullicio, con senderos bordeados por álamos y setos de flores. Digamos de paso que María fue exilada al poco tiempo por su propio hijo, Luis XIII y murió pobre, en el extranjero, 11 años después.





Saint-Germain-des- Prés
Siempre por la rivera izquierda del Sena, luego de un regreso de varias cuadras por Saint Michel, pasamos ahora a caminar por el elegante boulevard Saint Germain, la otra vía principal de la zona, con vidrieras refinadas y negocios de nombres conocidos. Elegante y señorial, cruza a Saint Michel, a la altura del museo de Cluny. Allí nos encontramos con otras famosas construcciones como la iglesia Saint Germain des Prés, sin duda un imperdible del lugar, la más antigua de París, construida por el santo que yace allí enterrado. Por fuera, en el boulevard, la estatua de Diderot parece meditar sobre el acontecer en esta iglesia. La abadía adjunta fue posteriormente destruida y formó pare de la poderosa Orden Benedictina, que produjo, según las crónicas, 24 papas, 200 cardenales, 44 reyes y 43 emperadores, amén de más de 1000 santos.


A pocas cuadras, escapando por un momento de Saint Germain, sobre una placita recoleta, encontramos la entrada de la casa que habitó Delacroix, hoy convertida en un pequeño museo. En la parte anterior de la edificación, nos encontramos con las habitaciones que contienen muchos cuadros del maestro. Hacia atrás, por un puentecito, se accede al taller donde el artista pintaba y que da a un agradable parque interior, bien conservado y donde se respira un silencio reparador, que parece imposible en el bullicioso París. Es recomendable esta visita.
Volviendo a Saint Germain, siempre caminando entre elegantes negocios, joyerías, docenas de restaurants o cafés y tiendas para todos los gustos, llegamos hasta la rue du Bac y a una cuadra saliendo del boulevard hacia la derecha, nos encontramos con la gran capilla de “La medalla milagrosa”, de sensibles resonancias para los católicos latinoamericanos, por una larga serie de milagros atribuidos a la Virgen. Las inscripciones en las paredes y la acumulación de regalos por parte de los fieles dan testimonio de este fervor. A corta distancia del lugar sagrado, se encuentra un sitio mucho más mundano aunque recordado por los viejos “habitués” argentinos de las épocas de esplendor gan4adero, “el Bone marchand”, predecesor la Lafayette y las grandes tiendas del mundo actual. Allí muy cerca, nos encontramos con otro museo interesante, el Maillol, con buenas obras de este escultor y pintor francés que falleció en 1944 y fue continuador en cierta forma de Rodin en la escultura. Su pintura es pródiga de mujeres desnudas de apariencia serena.


La Plaza de La Bastilla
En el distrito que hasta el siglo XVIII ocupó esa gran prisión que fue La Bastilla, destruida durante los años de la revolución, han ido surgiendo espacios, plazas y monumentos que revitalizaron la zona y que recorrimos en parte en nuestra visita del 2019. Donde se levantó la mazmorra se encuentra hoy la nueva Ópera de París, trasladando a este escenario las grandes representaciones operísticas que se siguen brindando. De allí por rue St Antonio y luego a la derecha por rue de Birague, se llega a la plaza des Vosges. Y en el N° 6 encontramos la casa donde vivió Víctor Hugo. También Moliere y el cardenal Richelieu, tuvieron aquí su residencia. En otro momento, por avenida San Martín, llegamos a otra plaza importante de la vecindad; me refiero a Place de la Liberte. Plaza de la Libertad está centrada por un magnífico grupo escultórico coronado con la figura de la libertad. Es un centro de recreo juvenil y nudo de los subtes que desde allí se conectan con toda la ciudad. Aunque el olor en estas estaciones se ha vuelto desagradable en los últimos tiempos.



La plaza, se ha constituido en el lugar elegido por muchas protestas sociales, como las de los chalecos amarillos que allí se reúnen para marchar luego por los Campos Elíseos y se corresponde con un área depreciada y empobrecida de la ciudad, con cafés, restaurantes y negocios ocupados por gente de color, del norte africano que suelen presentar dificultad para expresarse en francés. Algunos nuevos hoteles, incluso de lujo, buscan en la actualidad revitalizar la zona.
Barrio Le Marais
A unas 10 cuadras de allí en agradable caminata, entre Les Halles y Le Marais, surge la mole del Pompidou con sus escaleras mecánicas cubiertas de ingreso, trepando por el muro exterior como un gusano, sus grandes tuberías de colores, enfrentando la placita Stravinsky y rodeado por un pequeño parque, un estanque y, hacia un costado, se ven los fondos de una iglesia de bellas formas. A su alrededor han proliferado los barcitos y restaurants turísticos con menús relativamente económicos. El museo muestra cuadros de Dalí y unos pocos Picassos, pero son muy numerosas las exposiciones transitorias y la exhibición de películas de distintas épocas, material histórico, etc. No es el tipo de museo que me embelesa, pero a no dudarlo, sus colecciones son de gran valor para los entendidos.




Siguiendo la misma dirección que nos alejaba de la plaza Libertad, cruzamos una avenida y entramos en Le Marais, vieja zona pantanosa y barrio judío con su gran sinagoga, ahora pletórico de restaurants de buena calidad, joyerías y negocios con finos artículos. Es una zona que el turismo ha privilegiado y que crece rápidamente. Siempre en la vecindad y próximo de otro templo católico, la catedral de la Santa Cruz (Santa Croche) ingresamos hace ya años a un museo excelente: el de Picasso. Creo que es el más completo de los tres visitados y que exhiben distintos momentos del pintor: el de Barcelona, el de Málaga y éste.

Barrio de Montmartre
En este París inacabable, otra colina, lejana desde el Sena, determinó un imborrable recuerdo: la de Montmartre. Al parecer, su nombre deriva de la frase “monte de los mártires”, ya que San Denis, primer obispo de París, fue torturado y decapitado en ese lugar, junto a dos de sus prelados. En esa elevación se levantó después una formidable iglesia de perfil muy característico y cúpulas blancas denominada, “Sacre Coeur”. Una amplísima como interminable escalera, permite trepar por la colina para llegar a su puerta, o bien un simpático teleférico cumple la misma tarea. En la pequeña terraza que enfrenta la basílica, la estatua ecuestre de San Luis y la de Juana de Arco, montan guardia perpetua. La mole blanca de la iglesia, imponente sobre la colina, es una figura familiar al visitante y casi rivaliza en popularidad con la torre Eiffel. La torre del campanario que se estira al cielo un centenar de metros permite obtener, desde su ventana superior como lo pude comprobar en mis primeras visitas (años jóvenes) una vista extraordinaria de la gran ciudad.


Recorrida la iglesia, adornada con mosaicos, estatuas y platería, regresamos a la parte baja de la colina y por el boulevard Clichy, nos llegamos a la plaza Pigalle, rodeada de cafés, cines y cabarets. Aquí la noche cobra vida, alegría y bohemia y el desfilar humano es constante, hasta que las luces del alba encienden el amanecer. En la plaza vecina, Blanche, se levanta un clásico del quehacer nocturno: “Moulin Rouge”, con más de un siglo a cuesta de furiosos bailes de “can – can” sobre la escena, donde atrevidas coristas atacan con salvaje energía esta danza alocada. El champagne corre sin medida por las mesas, el frenesí se apodera de los espectadores y toda la sala vibra, pareciendo materializar esos vívidos cuadros de Lautrec sobre el vodevil parisino. Las dos veces que ocupamos sus butacas, en el 1960 y luego, con nuestra nieta mayor, terminando el siglo XX, la experiencia fue extraordinaria, con un erotismo alegre y de gran colorido.

La vida nocturna de la ciudad de las luces no tiene parangón entre las capitales de occidente. No parece sórdida ni perversa, estética y alegre antes que pornográfica y disipada pero sin llegar a lo obsceno. Al menos esa fue nuestra experiencia al tomar contacto con los grandes cabarets de la época, el Casino, Folies Bergeres, el Lido y el citado Moulin Rouge, entre otros.
Nuestro paseo por Montmatre se completó, caminando a la vera de estudios desvencijados y casonas venerables que ostentaban una ilustre historia; allí habían trabajado, escrito o pintado famosos artistas que en su momento supieron de duras privaciones mientras luchaban por plasmar sus sueños. Las placas identificaban a tales escritores o artistas como Romain Roland (uno de mis escritores favoritos- Juan Cristobal-), impresionistas como Renoir, Van Gogh, Utrillo y los vanguardistas Picasso y Van Dogen. Pero este ambiente peculiar también fue pródigo en otras exaltaciones y, al pie de la colina, en la capilla de las auxiliares del Purgatorio, Ignacio de Loyola y seis compañeros animados por la fe religiosa, se juramentaron para luchar contra los enemigos de Jesús. Había nacido una de las Órdenes más fuertes y evangelizadoras de los cristianos. El 15 de agosto de 1534 iniciaba su azarosa existencia la congregación de los Jesuitas.
En el lado opuesto de la ciudad se levanta otro barrio bohemio, Montparnase, desarrollado hoy alrededor de la gran estación de trenes con un atractivo menor.
Paseo por el centro de París
Ya dijimos que el centro de la city se halla cruzada por amplios boulevares, congestionados permanentemente por un denso tránsito vehicular que parece no tener fin. Por las veredas un río de gentes desfila en dirección a las grandes tiendas, edificios de negocios, departamentos, teatros, oficinas, centros de gastronomía, etc. En este amplio sector, se destacan algunas atracciones dignas de ser visitadas. Mencionaré a la iglesia Santa María Magdalena (La Madeleine), el teatro de La Ópera y a Lafayette como representante de las grandes tiendas.
“La Madeleine” es uno de los edificios más visitados del centro comercial; comenzada a construir y demolida varias veces, proyectada con propósitos diferentes, la iglesia actual fue consagrada en 1842, es decir, una fecha bastante reciente para los parámetros europeos. A pesar de su juventud, su diseño imponente es griego clásico, con una serie de columnas corintias que soportan en los cuatro frentes, un elaborado friso con múltiples esculturas. El cuerpo de la basílica parece elevarse del plano de la plaza, ya que asienta en una plataforma que consta de 28 escalones. Las enormes puertas de ingreso son de bronce, con magníficos bajorrelieves sobre temas de los diez mandamientos. El techo está constituido por tres cúpulas que facilitan la entrada de la luz al edificio. El interior resuma amplitud y está ricamente decorado.


Saliendo de la Madeleine, si caminamos por el boulevard de igual nombre y luego por el de los Capuchinos, llegamos al gran edificio de la Ópera de París. Esta hermosa construcción, también de estilo clásico, guarda ciertas reminiscencias con los palacios italianos. Fue completada a finales del siglo XIX y se la considera como el teatro más grande del mundo. Su interior, de recargada decoración barroca, incluye un paseo en forma de extenso balcón que se comunica con el Foyer, permitiendo la circulación de los asistentes en los intervalos de las obras. En una función de gala, a la que pudimos asistir, vimos con asombro desfilar por esa “pasarela” al presidente de Francia de ese momento, Jacques Chirac, junto a militares de alto rango e integrantes de la nobleza francesa, con la mayor cantidad de medallas y condecoraciones sobre el pecho, amén de costosas alhajas y elegantísimos vestidos llevados por las distintas damas, que hayamos visto jamás. En la actualidad, más que óperas, que se trasladaron a la Ópera nueva en el quartier de la Bastilla, presenta espectáculos de ballet clásico y moderno y lamentamos esta mutación ya que no somos tan entusiastas de este último género.




Por detrás del imponente edificio, se encuentra el distrito comercial ocupado por las principales tiendas cuya avenida se continúa con el famoso boulevard Houssmann. De construcción refinada, con enormes vidrieras y fenomenal exhibición de confecciones de moda, el recorrido de estos templos paganos del vestir, también vale una visita aún sin ánimo de compras. Entre ellas, se destaca sin dudas, la
famosa Lafayette, con sus seis pisos de exposiciones y una bella cúpula vidriada que cierra el vacío central. Una tarde de verano, tuvimos con Martha la agradable posibilidad de almorzar en su terraza, a la vista de los techos de la Opera y otros elegantes edificios parisinos. A su lado la no menos prestigiosa Primptens, muestra en sus bellos salones lo último (y en general muy caro) de la moda parisina. Dije que la
calle se continúa con un boulevard renombrado que además de correr por tiendas gigantes, museos y hasta un cementerio, ha sido inmortalizado por grandes pintores impresionistas, comenzando por Cailebotte (vimos una exposición de sus obras, precisamente en el museo que referiré).




En el ejido central de la gran ciudad, sobre el boulevard Houssman, pude visitarse un pequeño y exquisito museo que se corresponde con el palacio habitado en su momento por André Jackemar. En él se exhiben mobiliario de la época, cuadros de pintores franceses como un magnífico David en la coronación de Napoleón y exposiciones transitorias de gran valor. En una de las tres oportunidades que visitamos el museo, se exhibía cuadros excelentes de este pintor (Cailebotte) que desde su balcón inmortalizó muchos momentos del boulevard. Además cuenta con un excelente restaurant con exquisitos detalles de ornamentación donde vale almorzar, aunque por la demanda suele ser necesario reservar.

Siempre por el centro, un recorrido agradable incluye la place Vendome, cuya enorme columna central ha sido recientemente restaurada y luce bellísima. Es una plaza muy amplia bordeada por edificios suntuosos iguales y con el clásico perfil parisino, ocupado por comercios de lujo, joyerías, relojerías, algún hotel y múltiples oficinas. Si desde allí caminamos en dirección a los palacios del Louvre daremos con una calle transversal, muy distinguida: la rue Saint Honeré, con sus restaurants y hoteles de clase alta, joyerías, boutiques y coquetos negocios. Da placer caminar sus veredas y si hay fuerzas, desembocaremos por alguna calle lateral con el palacio del presidente de Francia, rodeados en ese entonces, por fuerzas de seguridad que nos desviaron a calles laterales. De allí se sale a Champs Eliseé, con el “Palais de Grass” (palacio de vidrio) en la vereda opuesta y lejos, bastante lejos, el Arco de Triunfo que ya mencionamos. También podemos caminar por la calle paralela a los museos del Louvre, rue Rívoli. Primero veremos frente al museo Oficinas centrales del Palais Royal, que dan a una plaza pequeña, luego una maciza sucesión de edificios con arcadas en su base (muy adecuada para los días de lluvia) ocupada en parte por la gran sociedad de anticuarios de París. Allí puede comprarse y venderse a buen precio, antigüedades, joyas adornos, etc. Siguiendo unas cuadras más hasta boulevard de los Capuchinos, encontraremos una rueda gigantesca en margen izquierdo (hacia el río). A la derecha se destaca la estatua a caballo de Juana de Arco y desde ese punto, terminados los edificios del Louvre, tenemos a la vista la rivera derecha del Sena que se ha modernizado, con áreas de sombrillas y cafetería además de las viejas barcazas y lanchas para los paseos en el río.





El paseo por el Sena en los bateux- mouche es un clásico para el turista. Nosotros fuimos invitados en dos oportunidades y, en la última, cenando en el trayecto. Se recorre buena parte del corazón de París, desde un poco más allá de la Defense hasta superando en 1 km aproximadamente la isla de la cité con Notre Dame como referencia. Sin duda que es un paseo agradable con hermosas vistas desde abajo de lugares conocidos pero siempre nos han fastidiado las explicaciones y comentarios sabiondos de los guías que nunca faltan en estas oportunidades. Preferimos la privacidad e informarnos por cuenta propia.

He mencionado “La Defense”; ha sido éste un quartier visitado en nuestros últimos años. Pasando el gran Arco de Triunfo, pasando también el puente de Neuille, en el extremo oeste de Paris, se ha desarrollado un barrio de edificios modernos, en torres de muchos pisos, con grandes espacios y precedido por un nuevo Gran Arco que se inauguró en 1989 Es como un enorme cubo hueco con paredes de mármol y cristal por los lados. Por ellos repta el ascensor que se eleva hasta la terraza a unos 100 metros de altura. Las dos ramas de este arco contienen oficinas públicas y privadas. Más allá del Arco, se desarrolla un gran espacio abierto rodeado por el perfil novedoso de los rascacielos. Cuando fuimos, el ambiente era tranquilo a diferencia del bullicio de los boulevares y no parecía atractivo para una estadía prolongada.


