El doctor Roberto I. Tozzini comparte su experiencia en la capital francesa a partir de vívidos recuerdos de sus viajes desde la década de 1960.

En nuestro primer viaje de 1960, atravesamos las ciudades del este, Beçanzón, Troyes, que no merecen más recuerdo, para dirigirnos a la  capital de la vida nocturna, de la cultura, de la moda mundial, de la historia guerrera y revolucionaria. Vamos a conocer la soñada París, fuente de los mayores contrastes; aristocracia y socialismo; imperio y revolución popular; enciclopedismo y existencialismo; clasicismo, impresionismo y cubismo en el arte. ¡Cuán grande resonancia despertaba en nosotros todos esos conocimientos acumulados desde nuestra juventud al momento de la visita!

 

Mientras penetrábamos por sus avenidas evocábamos lugares conocidos desde nuestra fantasía en tantas novelas y libros de historia. A esta ciudad increíble volveríamos más de 20 veces para transformarse en un lugar común de nuestra vida.  Pero aún de la mano de Víctor Hugo, se requiere de cierto método para recorrer y entender a esta enorme ciudad fraccionada en barrios (quartiers) con perfiles propios y bien definidos.

 

Recorrido por el Arco de Triunfo

En ese 1960, ubicados en un hotel del centro, comenzamos la recorrida por el gran Arco de Triunfo situado en la plaza de la estrella, hoy plaza Charles de Gaulle. El Arco de Triunfo fue construido por indicación de Napoleón como tumba para el Soldado desconocido y sus dimensiones son imponentes, ya que duplica las medidas del Arco romano de Constantino, modelo tomado por Chalgrin, su constructor.

Arco De Triunfo

Desde su base, irradian nada menos que doce avenidas que atraviesan buena parte de la ciudad. Bellas estatuas, bajorrelieves con relatos guerreros y escudos de armas, ornamentan sus paredes de mármol. Un amplio ascensor permite al visitante  acceder al piso superior y desde donde arranca una escalera caracol que nos lleva a la terraza. La extensa azotea que corona el Arco es un magnífico balcón desde donde la vista de París resulta cautivante. Los Campos Elíseos se alargan bajo nuestros pies, colmados por transeúntes y con largas colas de automóviles. La torre Eiffel se yergue cercana (a nuestra derecha si miramos hacia los campos Elíseos) y en el lado opuesto, brumosa por la lejanía, la suave colina que culmina con el Sacre Cour.

Arco de Triunfo 2

 

Hacia atrás, continuando los Elíseos, el París moderno, con el nuevo Arco de Triunfo de Pompidou y algunos rascacielos. Y entre la gran torre y nosotros la famosa lengua de agua que se desliza como una sierpe de plata entre los edificios, parques y monumentos: el río Sena, dando vida a la gran ciudad. Por las otras avenidas y boulevares, también la vida bulle en su plenitud.

Rue Montagne, 2010



Los Campos Eliseos, los jardines de las Tullerías y el Jeu de Paume

 

De regreso a la calle, nos desplazamos por el amplio boulevard de los Campos Eliseos, con sus tres carriles delimitados por dos canteros arbolados. Caminando hacia la plaza de la Concordia, observamos las lujosas vidrieras de altas casas de moda de renombre internacional, negocios diversos y todo un edificio para la venta de bolsos y adornos de lujo en Louis Vuitton; hoteles famosos, restaurantes conocidos y una multitud de cafés con sus mesas cubiertas sobre la vereda. En una de las cuadras, se destaca el frente del  cabaret “El Lido de Paris”. Pero el perfil de esta bella y comercial arteria tuvo un profundo cambio en la última década; atentados sangrientos a periódicos, bares y estaciones de subte, como frecuentes robos y hurtos impusieron una actitud cautelosa un cierto temor y nerviosismo al otrora confiado transeúnte habitual. También la presencia de mujeres acostadas sobre las verederas, vestidas a la usanza talibán, cara al piso, inmóviles, en mutismo total, abrazando una canasta para recabar ayuda, resultaba una presencia desacostrumbrada, penosa e inquietante. Y más recientemente, la furia de los chalecos amarillos demandando por su postergación social, convirtieron los fines de semana en su campo de batalla con una fortísima presencia policial y de fuerzas especiales. Incendios, roturas de cristales, vandalización de comercios….no hay dudas, los bellos Campos Elíseos, han perdido hoy, buena parte de su “glamour” por una sociedad crispada. Esperemos un nuevo amanecer.

Espectáculo Cabaret Lido

Un poco más adelante, como arrastrados por la corriente humana que desfila por el lugar, puede doblarse a nuestra derecha para ingresar a una calle exclusiva, la rue Montaigne, imperdible para el mundillo de la moda. En dos o tres cuadras, se suceden firmas famosas como Dolce y Gabana, Gucci, Versace, Dior, Chanel, etc y uno de los principales hoteles de lujo del París suntuoso y frívolo; el “Palace Athenee” con sus 6 plantas, sus balcones floridos,  sus grandes autos en el ingreso, sus mozos de lustrosa librea.

Avenida Champs Elysees

 

Hotel Marriott sobre los Champs Elysees, 2010

 

Debo señalar que en los últimos años el ambiente alegre despreocupado y cosmopolita de los transeúntes ha cambiado a otro como más prevenido y cauteloso, con numerosas mujeres enfundadas en sus túnicas árabes, arrodilladas en el suelo y silenciosas sosteniendo cestas para limosna. Y policías armados hasta los dientes. Apenas menciono la violencia del 2019, cuando los fines de semana, los chalecos amarillos destruían e incendiaban autos y negocios del boulevard. En julio de ese año, justamente, estuvimos allí.

Contradiciendo su nombre, la Plaza de la Concordia tiene un pasado turbulento. En ese lugar se erigía la gran estatua de Luis XV destrozada durante la Revolución. Aquí comenzó a funcionar, en esos días, la guillotina, ominoso aparato de ejecución, seccionando la cabeza coronada de Luis XVI y de su joven y bella consorte, María Antonieta.  Luego, el infernal aparato se trasladó a las Tullerías donde en pleno furor revolucionario, se descabezaron a 1343 hombres y mujeres, entre ellas, a Mme Roland, quien momentos antes de su ajusticiamiento exclamó: “¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre!”. Tal frase condenatoria ha perdurado hasta nuestros días, recordando los excesos de esa gran gesta popular, que cambió la estructura política de casi todo el mundo occidental.

 

Place de La Concorde

 

Actualmente, el centro de la plaza está ocupado por un obelisco egipcio, regalo del Virrey  Mohammed Alí para el rey de Francia. Este bello obelisco proviene de Luxor y sus jeroglíficos  conmemoran hechos de Ramses II. Dos fuentes elegantes están a sus lados y una serie de estatuas completan el entorno de este espacio  lindante con el Sena que puede ser cruzado en este punto por el puente de la concordia. Hoy día se le ha agregado una Rueda gigante para diversión de grandes y chicos. Allí se abren las puertas para ingresar a los jardines de las Tullerías (Tuileries). Pasadas las rejas que cercan el lugar, se entra en un área de bellos jardines y plácidos lagos,  dispuestos en terrazas a distintos niveles.


Aquí se encontraban los museos de arte más importantes de Francia: el gigantesco Louvre y dentro de la misma estructura, el Jeu de Pomme que albergaba la mejor pintura impresionista del mundo. Estos jardines nacieron por iniciativa de la reina y regente francesa, Catalina de Médicis, perteneciente a la tradicional familia florentina, hija de Lorenzo, casada con el que luego fue rey de Francia, Enrique II. Un siglo más tarde, bajo el reinado de Luis XIV, el paseo fue totalmente remodelado por Le Nôtre y salvo el agregado posterior de algunas estatuas, entre ellas  la de Cezanne, se mantuvo casi sin cambios hasta la actualidad.

 

En ese entonces, la visita al Jeu de Paume, en las Tullerías, hoy trasladado al museo de D´Orsay, fue para mí, una suerte de revelación. Allí comenzamos a amar los azules profundos de Cezanne, los paisajes esfumados de Corot, las bailarinas gráciles de Degas y las entregadas al frenesí del can – can en los cabarets de Lautrec. Admiramos las rosadas niñas de rubios cabellos y delicados gestos de Renoir, los desnudos irreverentes en un desayuno campestre y las figuras luminosas en su paso por España de Manet, los nenúfares, las aguas temblorosas, los jardines íntimos de Monet, las marinas brumosas de Sisley y los paisajes vegetales de Pizarro. Esa pintura colorida, vigorosa parecía imponerse a los sentidos con una fuerza arrolladora. Y qué decir de esos colores pasteles con todas las flores y luces del mundo junto a los cuerpos bronceados y desnudos de las nativas de la Polinesia, llegados a nosotros por Gauguin. Y los cuadros torturados de Van Gogh, con sus amarillos violentos y sus figuras ondulantes y luces circulares, bajo un sol de fuego en la Provence. La vibración trasmitida por la pintura de estos gigantes, ebrios de color, sin trazo ni dibujo, solo explosión miope de manchas, fue enorme, y creo que salí de la exposición en estado de éxtasis. La ubicación actual de estas figuras salidas de pinceles excelsos, se guardan en el museo d´Orsay sobre la margen izquierda del Sena en una vieja estación ferroviaria acondicionada para recibir a este museo único. De la estación permanece su gran reloj circular de pared, muy decorativo y característico.

Museo D Orsay desde rivera norte, 2011
Galería principal del Museo D Orsay, 2006
Reloj del museo D Orsay, 2006

 

El museo del Louvre

 

La visita al Louvre fue otra cosa. En primer lugar, porque el recorrido de este enorme palacio no admite la liviandad de pocas horas. Su contenido artístico parece inacabable y junto al Hermitage de San Petersburgo, deben poseer la mayor superficie de exposición de Europa y quizás del mundo. Por lo tanto, la recorrida debe dosificarse, fraccionarse en etapas, para no resultar abrumado por el estímulo visual masivo de sus grandes salones y galerías. Nosotros empleamos parte de varios días en recorrerlo y en dos oportunidades, almorzamos en él. Además hemos vuelto, solos o acompañados por nuestras nietas, una docena de veces.

Pirámide de la entrada del Museo Louvre, Julio 2013

Luego de atravesar la plaza del Carrousel, con un segundo arco triunfal, más pequeño y erigido en honor de Napoleón, se ingresa al museo por una de sus numerosas entradas. Actualmente, en el centro de los pabellones, se ha levantado una pirámide de cristal, de muy discutida estética, que da ingreso a las diferentes salas desde un amplio hall en el subsuelo. En ese entonces (1960), el Louvre contenía 6 departamentos, todos ellos de incalculable valor artístico. A saber: Grecia y Roma antigua; antiguo Egipto; civilizaciones del Oriente;  esculturas; piezas de arte y pinturas. No todos fueron visitados con igual interés y profundidad por nosotros y está fuera de mi deseo hacer de estos recuerdos un catálogo de exposiciones, por lo que mencionaré exclusivamente, lo que esa primera visita  grabó en mi cerebro, reafirmado por recorridos posteriores.

 

De la antigua Grecia, dos esculturas son inolvidables: la Victoria alada de Samotracia y la Venus de Milo. La primera está espectacular mente ubicada en el rellano de una de las impresionantes escaleras que comunican la base con el primer piso. Esculpida en mármol, una bella y vigorosa mujer (la victoria), parada sobre la quilla de un barco, despliega sus alas para volar sobre los mortales. El tiempo la ha descabezado, pero aun así, la perfección de sus formas apenas cubiertas por una túnica leve, y la fuerza que sugiere su pose, mantiene intacto el enorme atractivo.  La Venus, blanca, blanda y serena en la delicadeza del mármol, nos proporciona el ideal de belleza femenina en el mundo helenístico, 24 siglos atrás.



Diana La Cazadora, Louvre, 2013

 

La Victoria de Samotracia, Museo Louvre

 

Venus de Milo, Museo Louvre, 2013



La exposición sobre el antiguo Egipto es importante pero sin la variedad y riqueza presente en los otros grandes museos ocupados de este período de la historia y que recorrimos años más tarde (Londres, New York). Pero entre los tesoros de nuestro pasado remoto, hay un imperdible, que es el Código de Hammurabi, donde el rey Mesopotámico expone el primer código escrito que se conoce, sobre los deberes de los hombres respecto al comportamiento y la justicia.

 

Para nosotros, el fuerte atractivo del museo estaba en sus pinturas extraordinarias. En una larga galería que se atraviesa apenas luego del ingreso, se acumulan algunos lienzos que se cuentan entre los más preciados del  mundo. Allí está la “Mona Lisa”, obra maestra e inolvidable de Leonardo da Vinci, con su sonrisa enigmática y dulce mirada de misterio; trasladada en años posteriores a un salón vecino y protegida por un grueso vidrio, “Las bodas de Caná” de Veronese, el nacimiento de Venus de Botticelli y obras magníficas de Caravaggio, Giorgione, del mismo Leonardo Da Vinci (La virgen de las rocas) y del francés Poussin. Más adelante, en la llamada galería Medicis, se exponen 21 enormes retratos, pintados por Rubens y que ocupan todo el amplio salón, donde se narran distintos momentos de la vida de María de Médicis. Más tarde, esta colección fue trasladada a otra ala del museo.  En otras salas se veían muchos cuadros más de este prolífico, longevo y genial artista, presente en casi todos los museos de jerarquía del mundo, con sus figuras musculosas, sus actitudes trágicas o lascivas, sus mujeres de carnes blancas, flácidas y regordetas y su gran capacidad para trasmitir movimiento como el cuadro “La kermese” aquí expuesto. También se destacaba una Sala dedicada exclusivamente a las figuras aristocráticas de Van Dyck y muchas más con pintura italiana, flamenca, alemana y por supuesto, francesa.

"Santa Ana, la Virgen y el Niño", de Leonardo da Vinci, 1503, en el museo del Louvre.
"La Sagrada Familia", de Raffaello, siglo XVI, en el museo del Louvre.
P P Rubens, María De Medicis Y Enrique Iv, Louvre, 2013
"El Juramento de los Horacios" de Jacques-Louis David, 1784, en el museo del Louvre
"La libertad guiando al pueblo" de Delacroix, 1830, en el museo de Louvre
"La consagración de Napoleón" de Jacques-Louis David, realizada entre 1805 y 1808, en el museo de Louvre
"Ponte di Rialto" de Canaletto, 1725, en el museo del Louvre
"Retrato de Luis María Cistué", de Francisco de Goya, 1741, en el museo del Louvre
Velleda, de Jean-Baptiste Camille Corot, realizada entre 1868 y 1870, en el museo de Louvre
"Autoretrato" de Rembrandt, siglo XVII, en el museo del Louvre
"La Madre Cetherine - Agnes Arnauld y la Hermana C. de Suzanne Champaigne" de Philippe de Champaigne, 1662, en el museo Louvre.
"La lecture", de Pierre Auguste Renoir, 1891, en el museo del Louvre.

 

En la sala Miguel Ángel de esculturas, se observan estatuas y torsos humanos de este artista de excelente factura aunque menos conocidos; entre ellos, la figura de uno de los esclavos que el gran escultor preparaba para la tumba del papa Julio II que nunca se concretó.
También se ven bellos bronces de Cellini, estatuas y bustos de Puget y salones repletos de objetos decorativos, que no se llegan a apreciar en su enorme valor artístico ante la oferta inacabable.  Los tesoros de Asiria, Babilonia, de los Caldeos, Ur, en enormes figuras de piedra, estatuas, murallas grabados, etc, son de los más importantes del mundo e ilustran viejas civilizaciones como las de los hititas, que sin estos recuerdo se habrían desvanecido en el tiempo. 

"El beso de Psique y Cupido", de Antonio Canova, fines del siglo XVIII, en el museo del Louvre

 

Diré de paso, como ya lo mencioné, que cuando el cansancio agobiaba, podíamos recuperar energías en el ambiente agradable del restaurante del museo, donde además, se comía muy bien. Terminado el enriquecedor y extenuante recorrido salimos del edificio, enfrentando una placita y un famoso palacio conocido como Palais Royal.  Esta joya arquitectónica fue edificada en el 1600 para hogar de Richelieu y posteriormente habitaron reyes como Luis XIII y XIV (de niño) y más tarde personajes muy cercanos al rey. Actualmente contiene oficinas y no es visitable por el turismo.