Crónica de viaje por Roberto Ítalo Tozzini.

La reina de esta costa es la ciudad de Marbella. No sólo es la ciudad principal sino la que atrae un turismo más selecto.  Recostada sobre la Sierra Blanca y con 27 km. de playa de fina arena, alberga unos 240.000 habitantes en la actualidad, disponiendo de un puerto deportivo, los hoteles más lujosos, las joyerías más finas, restaurantes para todos los gustos, un enorme centro comercial (La Cañada) museos, discotecas, centro de convenciones para congresos y todo lo requerido para una estancia feliz. Y desde luego, su casco o centro histórico con el paseo de la Alameda y la Av. Del Mar, que son lugares deliciosos, donde nosotros solemos pasar la mayor parte de nuestro tiempo cuando llegamos a la ciudad.


La parte baja de Marbella, con acceso a las playas está atravesada por una extensa avenida que cambia varias veces de nombre en su recorrido. Viniendo de Elviria, en 10 minutos estamos saliendo de la carretera nacional para ingresar a la zona centro de la población, pasando bajo un arco decorativo donde se lee “Bienvenidos a Marbella”. Por Av. Soriano avanzamos a un área donde predominan sucursales de grandes firmas automovilísticas, venta de lanchas y artículos deportivos y un importante hospital sobre la izquierda. Luego, una rotonda con la imagen de carabelas donde sigue la avenida con sus tres manos, una central rápida y dos laterales, ya entre edificios de departamentos, bancos, tiendas de modas, firmas conocidas, joyerías y boutiques.


El paseo de la Alameda



Así alcanzamos el punto donde a nuestra izquierda se desarrolla el paseo arbolado de la Alameda y a la derecha, trepa con suavidad por la colina el pueblo blanco andaluz, que es el casco histórico o barrio del Recinto Amurallado, lugar de imprescindible recorrido. En este segmento, la Av. toma el nombre de Ramón y Cajal. Continuamos por la misma vía y llegamos finalmente a otra rotonda donde sobresale un faro revestido completamente de cobre que localmente denominan “el Piruli”. Desde allí podemos retomar la ruta nacional, camino a Algeciras o seguir directamente a Puerto Banús por otra avenida interna, denominada La milla de Oro por el impresionante aspecto que muestran los hoteles de 6 estrellas, restaurantes, negocios y villas apostados a su vera.


Lo habitual para nosotros, cuando llegamos a la zona de la Alameda, es buscar estacionamiento en las grandes playas subterráneas de la zona, o, si la fortuna ayuda, en lugares permitidos de las calles laterales, previa colocación de cospeles. La Alameda es un parque con un arbolado magnífico, bancos confortables revestidos de vistosos azulejos y una hermosa fuente central, de la Virgen del Rocío, con coloridos chorros de agua y juego de luces para iluminar las tibias noches de verano. Los fines de semana se montan ferias en el predio  y en todo momento circulan vendedores ambulantes. En una de sus esquinas, junto a la calle Miguel Cano que baja al mar, se encuentra un puesto de carruajes con  jacas engalanadas, que se alquilan para recorrer las calles vecinas.

 

 



Del paseo de la Alameda, en su punto medio cruzamos la calle McIntosh y a la altura del ingreso a un gran estacionamiento subterráneo, surge la magnífica Av. del Mar, que en sus pocas cuadras nos lleva en descenso suave al paseo marítimo y a las playas del centro. Esta avenida peatonal tiene su piso y asientos de lustroso mármol, buena vista del mar vecino y una colección extraordinarias de esculturas en bronce de Dalí que se alinean en el centro del pavimento. Recuerdo, “Gala en la Ventana”, “Mujer desnuda subiendo la escalera”, “Trajano a caballo”, “Hombre sobre un Delfín”, “Don Quijote sentado” y otras más, totalizando diez magníficas obras de arte en una exposición pública y al aire libre.


El paseo marítimo sigue después con negocios, heladerías, cafés y restaurantes sobre el mar, una calle empedrada vehicular y luego la extensa zona peatonal que corre junto a las amplias playas del lugar.



El casco antiguo


La recorrida del casco antiguo es para nosotros el punto más alto de la visita a Marbella. Desde la Alameda, cruzamos la avenida de dos manos e ingresamos a este sector del casco histórico por alguna de las tres o cuatro calles que permiten subir. Sólo la del extremo izquierdo es vehicular, además de peatonal. Podemos hacerlo también por la esquina donde se levanta otra estatua de Dalí y se encuentra la joyería Gómez y Molina, una de las más prestigiosas de la ciudad, con diseño propio de alhajas y representaciones de las más afamadas marcas, que recientemente festejó sus 50 años de actividad.

 

 

 


Por esta entrada, luego de 100 metros de suave ascenso, llegamos a la pequeña plaza África donde se asienta el banco BBVA y varios negocios y oficinas con sus blancos frentes cubiertos por buganvillas y enredaderas. Avanzando un poco más por esas callecitas peatonales que se conectan entre sí y de recorrido irregular, damos con el espacio mayor, el corazón que esconde el viejo barrio; su gran plaza de los Naranjos. Allí, por fuera de un sinnúmero de mesas de los restaurantes linderos a la plaza, se destacan por su valor cultural e histórico, tres construcciones: el Ayuntamiento, la casa del Corregidor y la Capilla de San Sebastián.

 

 

 



El Ayuntamiento es la pieza más importante, por ser un elegante edificio de dos plantas, de estilo renacentista, inaugurado en 1568 por mandato original de los reyes católicos. Luego, en la misma vereda, encontramos la casa del Alcalde o del Corregidor, con una fachada gótico –mudéjar, y en la esquina de enfrente, la primera viniendo de la Alameda, la Capilla que fue consagrada en el 1400 y es la edificación más antigua del área, en función actualmente. El resto de la plaza está colmada de turistas que ocupan, como se dijo, las mesas de los bares o restaurantes para una bebida con tapas diversas o para degustar un buen desayuno o una cena completa. Aquí, no hay horarios para la comida.


Saliendo de la plaza, los principales restaurantes, sí tienen horarios de apertura y es muy conveniente reservar mesa. Por años, reservábamos en La Paloma, hasta que el dueño que nos trataba casi con afecto familiar y gran deferencia, vendió el local, creo que a unos daneses que variaron el menú y las habilidades culinarias, por lo que cambiamos de lugar, preferentemente a La Pesquera, menos íntimo y personal pero donde la comida seguía siendo excelente. La Paloma, a una cuadra de la plaza, enfrentaba un alto paredón que eran restos de una antigua muralla árabe con una escalera que sube a lo poco que queda de un castillo y una plaza de altura, inundada de paz. Sobre la muralla cuelgan ahora numerosas macetas con flores vistosas que alegran el lugar.

 

 

 

 




En cuanto a la callecita peatonal, paralela a la muralla, ascienden zigzagueando por algunas cuadras entre más restaurantes, boutiques con ropa exclusiva y pocos negocios generales hasta llegar a una imagen de la Virgen, que se destaca en lo alto y donde el barrio toca su fin. Como no hay otra salida, se debe doblar hacia la izquierda a otras calles peatonales con más negocios de artículos diversos o ropa fina, joyerías, docenas de bares, restaurantes, heladerías, etc. En verdad creo que son miles de turistas los que todas las noches del verano cenan en esta zona histórica de Marbella. Otro límite de la zona es la calle ancha, donde también pueden circular vehículos entre innumerables mesas de comida y negocios diversos, hasta llegar a otra plaza donde se levanta una iglesia y una suerte de bar donde se puede asistir al principal colmao del lugar. Aquí termina el casco antiguo.

 



La ciudad moderna


Si regresamos a La Paloma frente a la muralla y en vez de ascender, caminamos en sentido inverso, luego de una cuadra de más negocios, desembocamos en la plaza de la catedral, donde impone su presencia elegante la Iglesia de Gran Santa María de la Encarnación, catedral de Marbella construida en el siglo XVII y cuyas campanas tañen sonoras llamando a misa los sábados y domingos de estío a partir de las 7 de la tarde. Su interior guarda magníficos detalles. En la vecindad puede visitarse otras capillas famosa, la de San Juan de Dios y la del Hospital Real de la Misericordia, ambas de estilo renacentista.


Ascendiendo por la colina, el casco histórico cuenta además con el “barrio Alto”, mucho menos turístico pero donde encontramos la Ermita del Santo Cristo que data del siglo XV con una torre cuadrada anexa.

En la ciudad moderna queda mucho por ver, en el mar mucho para disfrutar, en discotecas y confiterías, noches electrizantes para robar al sueño, pero si me limito a mis vivencias, diré que sólo me falta mencionar el gran centro comercial de Marbella, La Cañada, adonde todos los años concurrimos al menos una vez, pues en sus enormes y variadas instalaciones se vende de todo con precio para los españoles y no para el turismo. Además, las ofertas son reales y muy tentadoras. Si bien se puede llegar a ella atravesando calles de la ciudad, preferimos dirigirnos por la autopista, pasar el exit de Marbella centro y poco después aparece en la cartelería la indicación del centro comercial y de la central de bomberos. Dejamos el auto en una extensa  área de estacionamiento al aire libre y anotado el número de la fila ingresamos al centro por una de sus puertas, para iniciar la cacería. Al ingreso un muy provisto supermercado permite adquirir buena comida y luego se suceden negocios de marcas muy reconocidas, Zara, Mango, H&M, Dolce & Gabbana, Desigual, Spencer, Domínguez, etc. Perfumerías, relojerías, farmacias y remedios naturistas, ropa deportiva, desde luego que bañadores de todo tipo; El Corte Inglés y algunas tiendas de alta costura; un centro importante para exposición y venta de celulares I-Phone, bares de comida rápida y bares de tapeo; artículos para la casa y la lista se vuelve interminable. Oficio básicamente de acompañante, pero a veces, algunos ítems agrego al carrito y aquí se compran los regalos principales para la querida familia, así que la recorrida suele incluir toda una tarde.



Cuando no nos quedamos a cenar en Marbella, continuamos con nuestro automóvil a una extensión en la costa de estos lugares de turismo donde el dinero corre a manos llena. Me refiero a Puerto Banús. Una suerte de galería de vanidades.


Puerto Banús


Allí llegamos inicialmente en 1997, alquilando una villa en las serranías que daban a un campo de golf y desde donde bajábamos rápidamente en el auto, a las playas del Duque, una de las que se corresponde con el final occidental de Puerto Banús. En ese entonces el lugar, antes de pasar el paredón de casas blancas que ocultaban el mar, sólo contaba con El Corte Inglés, edificio que ocupaba algo más de una manzana, con propio estacionamiento y seis pisos con todas las ofertas imaginables, enfrente de una plaza amplia, con parking subterráneo, sin edificaciones ni negocios.


En ese entonces, enfrentado a un boulevard con palmeras y al murallón blanco mencionado de una serie continua de edificios de 3 a 4 pisos que se extendían por unas siete cuadras, con portales de ingreso en sus extremos (donde también se entraba con vehículos) y otro par de arcadas por el medio, para el paso de peatones hacia el mar. Por ese extremo oeste, que era por donde ingresábamos a las playas del Duque, se levantaba un conjunto lujoso de edificios de varios pisos, con guardia permanente y control estricto de visitantes. Eran propiedades de jeques árabes y sus familias que quedaban ocultas de la vista exterior, incluyendo un pequeño sector de la playa. Los dineros del petróleo habían logrado la reconquista árabe de la zona, tantos siglos después de su expulsión.


En la actualidad, toda esta parte anterior al ingreso que desde Marbella lo hacemos por su extremo este, pasando una rotonda y en los alrededores del Corte Inglés, ha crecido desmesuradamente con nuevos edificios, tiendas galerías y restaurantes. La plaza, con su gran parking subterráneo, se pobló de carpas con negocios hindúes, orientales y latinos. Pero la pandemia modificó el entorno y en la actualidad las carpas desaparecieron, pocos negocios persisten en construcciones vidriadas y se han montado juegos infantiles, como una calesita, pista con autitos, bandas elásticas para saltos, etc.  Los edificios de departamentos y negocios varios dejan poco lugar para firmas internacionales de calidad  y se multiplican restaurantes con precios algo más acomodados que los que dan al mar. Las nuevas galerías y shoppings canalizan un turismo menos selecto como lo fue en su tranquilo origen. Las turistas cargan ahora más bolsos de Zara y Mango que de las grandes marcas.

 

 

 

 

 



Pero esto termina en la muralla blanca; en el compacto de viejas construcciones que nos separan del mar. Una vez transpuestas las arcadas o los ingresos vehiculares, salimos a otro mundo, a otro ambiente, dominado por una marina excepcional y un rosario de negocios de alta costura, con las marcas más renombradas y de finas joyerías (aquí Gómez y Molina de Marbella tiene una sucursal) intercalados por una interminable variedad de restaurantes, algunos bares, whiskerías, pocas heladerías y pubs. La vereda y calle costera de la marina, al anochecer, es poblada por un torrente humano constante, con bellas jóvenes rubias, morenas o de ébano su piel, en busca de aventuras junto a varones de toda edad y razas, bronceados por el sol, bíceps trabajados y el cuerpo cubierto de tatuajes. Poca ropa y gruesas cadenas de oro en los cuellos y muñecas, con brillantes en muchas orejas. Y abriéndose paso en ese río humano, sin sonar sus bocinas, los mejores automóviles del mundo, Ferraris, los Mercedes más grandes, Maseratis, Lanborghinis, Porches, Rolls Royces, Jaguars, muchos descapotados, algún enorme Cadillac americano y marcas exóticas, todos a marcha lenta, muy lenta, en un competitivo juego de status o a la búsqueda de compañía para una noche de diversión. 

 

 

 

 



Con Martha solíamos buscar, a la hora de la cena, una mesa en alguno de los restaurantes frente a esa calle costera para contemplar, como en la pasarela de un teatro, tal exhibición única, alegre, teñida de hedonismo y olor de aventuras, con sus lujos y ambiciones que como ningún otro lugar de la costa ofrece Puerto Banús.

 

 

 

 

 



Y la marina es un capítulo aparte. Los yates más grandes, de impresionante aspecto, tienen un doble origen: son árabes o ingleses. Permanecen fondeados por toda una temporada  y algunos viven allí con su enjambre de servidores, portando los autos más caros que ocasionalmente bajan a puerto para recorrer la zona. Otros tienen sus villas o apartamentos en la vecindad y los de origen árabe suelen trasladarse con sus familias para ocultarlas del público.

 

 

 

 

 

 

 



También los yates de menor porte lucen airosos. Y todos se disponen en perfecta armonía, en muelles numerados con calles sobre el agua para el acceso fácil produciendo, como dije en el comienzo, un cuadro acuático maravilloso.  Y quizás es emblemático a las características de este lugar poco espiritual de Nueva Andalucía que ninguna iglesia católica o mezquita se halla levantado aún.