Crónicas por España del Dr. Roberto Ítalo Tozzini.
Luego de Puerto Banús, surge sobre la ruta nacional la población de San Pedro, con pequeñas playas y agradables restaurantes que miran al mar, pero con mayor desarrollo e importante áreas industriales al interior. Para nosotros, ha sido una necesaria referencia, pues allí nace la ruta panorámica sobre el valle del Guadalmedina, que en cornisas esculpidas en las montañas, con trepadas riesgosas o en curvas interminables y aptas para el mareo, permite llegar en casi una hora a un bello poblado que corona esta serranía, denominado Ronda.
Poco menos de 40 km. de recorrido, con precipicios temibles, vistas maravillosas y las casas blancas de Ronda aparecen a la distancia. Hemos reiterado muchas veces esta ruta serpenteante de montaña para que todos los que nos acompañaron sucesivamente en Elviria, conociesen el lugar.
Desarrollada sobre una meseta rocosa y dividida en dos por el profundo cañón o tajo en que transcurre el río Guadalevin, las mitades de la ciudad se conectan sólo por el llamado Puente Nuevo, que, en realidad, es del siglo XVIII, donde transcurre la ruta, aunque también permite circulación peatonal. Desde este puente, la vista de la roca cortada a pico con una caída de más de 150 metros, es impresionante.
Transpuesto el puente y en pleno casco antiguo de la ciudad, nos detenemos habitualmente en un importante parador español, cuyos fondos se asoman a la barranca pétrea y donde hemos almorzado o descansado tantas veces, tomando alguna bebida fresca con tapas antes de recorrer la zona y emprender el regreso. La salida al jardín del parador y la vista del valle, que se extiende al pie desde un mirador colgado en el vacío, produce escalofríos.
En esta zona las callecitas son pintorescas con balcones enrejados y reminiscencias moras, además de una plaza de toros en pleno centro. Según cuentan, aquí nació la tauromaquia a finales del 1700 y cierto es que sus primeros toreros son famosos en España y que según los apasionados por el sangriento espectáculo, la lidia de toros bravos concita anualmente interés nacional.
Igualmente nos resultó interesante recorrer la parte baja de la ciudad, la que se extiende antes del tajo, también con callecitas alegres que se entrecruzan, negocios varios, bares de tapas y algunos buenos restaurantes. Sobre una amplia plaza verde, con las típicas palmeras y plantas de olivos, ocupando toda la cuadra, se despliega el frente renacentista del Ayuntamiento que incluye tres plantas (dos con arcadas) y su techo de rojas tejas bien cuidado. También dice presente aquí la jefatura de Policía, y en la esquina que lo enfrenta, sobresaliendo del caserío, surge una torre cuadrada con balcones que más arriba culmina en torre octogonal, de estilo árabe, dispuesta en tres pisos. Es el campanario de la iglesia adjunta, la principal del lugar, que luce en su interior un bello altar con retablo plateresco y tallas de santos y de la Virgen María.
Ronda, además de ser un lugar interesante para visitar, por su enclave geográfico es un nudo importante entre varios caminos, ya que la ruta principal continúa a Sevilla con una salida hacia la autopista que conecta con Jerez de la Frontera y Cádiz; pero también puede internarse en la montaña donde asientan lugares y poblaciones bellas como Arcos de Frontera o Villa Martin, con un hospital regional bien equipado y donde trabajaba un ex residente de mi cátedra en Rosario el Dr. Guillermo Landini, que como ginecólogo se formó con nosotros y luego revalidó la especialidad en España. Actualmente tiene consultas y opera en un gran hospital de Barcelona.
Volviendo a la ruta nacional de la costa, luego de un descenso no menos peligroso pero más rápido, entramos en Estepona, donde en el 2004 pasamos una corta temporada en otro complejo Marriott - el Playa Andaluza- recién inaugurado, con una playa muy bonita pero cubierta de guijarros y conchillas por lo que resultaba casi imposible caminar sin calzado. Las instalaciones desarrolladas en una superficie menor, como siempre, eran excelentes, pero inferiores al complejo de Marbella y sólo cabía moverse en automóvil pues la población vecina y sus restaurantes quedaban lejos para llegar a pie. Sí aprovechamos el lugar para visitar otro vecino pueblo blanco de montaña, Casares, con las buenas vistas hacia el mar y las ordenadas casitas blancas escalando la montaña donde abundaban las cabras. Y desde luego, las ruinas de Castillo e Iglesia en la parte más alta.
Por una vez, la estancia en Estepona la considero agradable, aparte de recordar casi con fanatismo haber visto allí el triunfo de Del Potro en el abierto de tenis de New York en emocionante final con el gran Roger Federer. Afortunadamente, teníamos tiempo libre y muy buena televisión.
Y la ruta continúa, sorteando cien rotondas, hacia La Línea, última población española antes del ingreso a Gibraltar.
Si a los argentinos tanto nos duele Malvinas, islas a muchos kilómetros de la costa y en el frío del extremo sur del país, poco visitado, cuán dolorosa será la espina que Gran Bretaña clavó en el corazón de este bello territorio español. No es mi interés historiar las circunstancias para este breve relato, pero lo cierto es que una potencia imperial (o lo que queda de ella) mantiene una colonia en territorio de un país amigo, en pleno siglo XXI, sin aceptar siquiera su discusión.
En La Línea, estacionamos el auto en el garaje, bien cerca del límite, para transponer a pie y pasaporte en mano, el ingreso a Gibraltar. Este peñón rocoso alberga unos 30.000 habitantes de habla inglesa, aunque el ser bilingüe es lo más común. El territorio alcanza unos 4 km y medio de largo y la gran roca supera los 400 metros de altura. En esta pequeña superficie se superponen la ciudad, una pista para el pasaje aéreo, una base naval, el puerto y un destacamento militar. Entre la aduana de ingreso y la población civil, media un kilómetro aproximadamente que se corresponde con el aeropuerto mencionado. No es adecuado para caminar, por lo que un servicio de buses nos transporta sin costo hasta la plaza principal.
Esta plaza de ingreso es amplia, rodeada de importantes y elevados edificios, pudiéndose pasar por una arcada lateral para tomar el telesférico que lleva a la cima de la roca o para iniciar el camino de ascenso por un sendero que lleva igual al mirador. Nunca lo hicimos por diversos motivos (quizá por temor de Marta a los Alpes Den, donde circulan en libertad los famosos monos de Gibraltar) y hemos preferido ingresar a la city para realizar algunas compras y básicamente pasear por este remedo inglés.
Gibraltar, aparte del odioso significado de enclave colonial, es un atractivo lugar para el turista, ya que está libre de impuestos, por lo que comer y comprar resulta ventajoso y más ahora que luego del Brexit la libra vale menos. Luego de deambular por sus callecitas peatonales, con el típico perfil inglés, sus pubs, tomar su té y comer sus dulces, iniciamos la vuelta a Marriott en busca del auto que queda en resguardo del sol de fuego en el garaje.
Para regresar, hemos aprendido que en este sector la ruta no tiene un atractivo especial y que se lentifica por la cantidad de rotondas que permite salir para playas y pueblos, por lo que la autopista con peaje, directa a Marbella, cruzando por túneles algunas colinas, es muy conveniente, con un costo discreto y se recorre en menos de 30 minutos. Lo aconsejo vivamente.
En otra oportunidad, y continuando ahora la ruta hacia Cádiz apenas pasando Gibraltar, entramos en dos lugares interesantes de la costa: Algeciras y Tarifa.
Algeciras es una población de importancia a la que ingresamos en dos oportunidades para embarcarnos a Tánger con nuestras nietas. Está enclavada en el fondo de una bahía que vigila el estrecho de Gibraltar. Las reminiscencias árabes son aquí muy fuertes en el estilo de su construcción e incluso en sus pobladores. El visitante debe cuidarse, pues la droga y el dinero falso circulan a pleno. Como puerto tiene gran actividad, debido al enlace con varias frecuencias diarias a Ceuta (territorio español enclavado en Marruecos) y a Tánger, con un flujo anual de más de tres millones de viajeros, aunque el azote pandémico lo ha frenado en este tiempo.
Sobre la barranca, la muralla sur de un viejo castillo de la época mora, permite la vista de la costa africana que se encuentra a sólo 13.5 km de distancia. Hemos visitado el lugar y registrado las imágenes con mi cámara.
Tarifa, con una población bastante menor a Algeciras, se encuentra en la punta meridional de España. Cuenta con un clima muy particular por el conflicto de las masas de aire que provienen del Atlántico y del Mediterráneo, lo que vuelve a la zona muy ventosa, con oleaje bravío, ideal para la práctica del windsurf, el kite y otros deportes extremos. La playa de Tarifa es muy amplia, y en buena parte del año, se ven jóvenes volando con sus tablas sobre las fuertes olas. También se alquilan tablas y demás elementos para principiantes junto a la enseñanza de los rudimentos técnicos de estos deportes con mucha adrenalina.
Cádiz, la perla lejana de Andalucía
Luego de Algeciras y Tarifa, un rosario de hermosas playas nos va anunciando Cádiz. Por una parte, hacia la campiña y las montañas, surgen por centenas las altas figuras de los molinos de viento que allí proliferan. Se ha elegido esta zona ventosa para instalar grandes extensiones ocupadas por estas extrañas figuras de un tallo central elevado con 3 grandes y livianas aspas, que generan electricidad limpia en un mundo polucionado.
Por el otro lado, la ruta da acceso a extensas y desoladas playas, con fina arena y casi sin infraestructura. Por invitación de amigos, concurrimos a una que ya había alcanzado renombre, la de los Atunes, incluso con un buen hotel Meliá, muy cerca de la costa. Almorzamos allí un soleado mediodía antes de continuar hacia una de nuestras visitas a Cádiz.
Después de cruzar por un puente, pasando San Fernando, ingresamos a la ciudad, que es casi una isla que cierra la profunda bahía de Cádiz. Su época de esplendor corresponde al pasado, pero la población ha sabido mantener un cierto perfil elegante y distinguido. Surgió como activo puerto de ultramar en el comercio con las Américas, luego de que Sevilla comenzó a declinar por el enarenamiento del Guadalquivir y su falta de dragado. De la protegida bahía de Cádiz y más al norte, de San Lucas de Barrameda, partieron las expediciones de Colón y de muchos grandes navegantes. A medida que la flota española perdía su control del mar y después de la derrota por la flota inglesa en Trafalgar, el poderío de Cádiz se fue desdibujando. Pero la ciudad ha podido reinventarse, radicar industrias y mantener su vinculación con el mar como fuente de alimentos y atracción del turismo. Hoy día alberga unos 116.000 habitantes y es de las principales ciudades andaluzas. Sólo queda cerca Sevilla a 90 km de una rápida autopista. Las otras tres, Málaga, Córdoba y Granada viven distantes y con mínimos intercambios.
A Cádiz fuimos en dos oportunidades, una, sólo los dos en un domingo que encontramos a la catedral (una de las atracciones) inexplicablemente cerrada, y una segunda, con nuestra nieta Carolina.
También ingresamos en un lugar bien próximo, Jerez de la Frontera, población vecina al límite con Portugal que asienta en un área ganadera, con toros de lidia y razas especiales de cerdos, y viñedos en vez de olivares. Solo recorrimos su centro y paseamos por sus principales calles peatonales, tomamos un jerez (tío Paco) con fetas de su jamón jabugo y nos alejamos hacia las playas de Cádiz no muy atraídos por la basura en las calles, el olor de animales trajinados, mucho calor y un perfil del casco histórico algo decadente. Fue sólo la foto de un momento, quizás no representativa. Pero nos bastó para no pensar en un regreso.
La visita a Cádiz sí nos resultó satisfactoria y si no fuera por la distancia de 250 km por la autopista nacional desde Elviria, hubiésemos ido con más frecuencia.
La vieja ciudad fortificada sólo está unida al continente por un istmo estrecho y se dispone cerrando parcialmente la bahía, por lo que resulta un puerto de mar excelente. Apenas ingresado, uno enfrenta la Catedral, importante edificio clásico, levantado en el siglo XVIII con un interior amplio y bello y una cripta con los restos del gran músico español, Manuel de Falla. Por fuera, la infaltable plaza y una playa subterránea de estacionamiento, donde dejar el auto y recorrer a pie. Las casas linderas a las calles peatonales del centro son bonitas y muy bien conservadas; toldos semitransparentes tendidos entre los edificios enfrentados, nos protegen del fuerte sol y la brisa marina da cierto respiro al calor. Amplias vidrieras, negocios de calidad y buenos restaurantes desfilan ante nuestros ojos. Optamos por un almuerzo liviano, de frutos de mar, agua mineral y frutas frescas, y nos vamos satisfechos. En nuestro caminar pasamos por otra iglesia con una cúpula enorme; nos dicen que es la de San Felipe Neri, donde se reunieron las cortes para redactar la Constitución de 1812. Aparte del hecho histórico vale ver una virgen realizada por Murillo que preside el altar mayor.
También leímos que la ciudad tiene bellos paseos marítimos, con jardines sobre el mar, así como un importante museo instalado en un convento de San Francisco, rico en colecciones arqueológicas y pinturas de la escuela española del siglo de Oro, particularmente unos lienzos de Zurbarán traídos de la Cartuja de Jerez. Pero el verano aprieta y entre los tres convenimos dejarlo para otra oportunidad. Tampoco procuramos contactar aquí con otra ex residente que se formó con nosotros, en el hospital Centenario, la Dra. Paula Vettori, para evitarle imprevistas atenciones con su ya lejano profesor.
Al despedirnos, queda flotando el deseo de regresar, de conocer más, quizás en un futuro próximo, quizás ya en otra vida.