Los límites de la inteligencia artificial ¿Es ético reproducir la conciencia humana?
En el tiempo que dura un chasquido de dedos, un cortocircuito general paraliza los implantes neuronales de 2500 ingenieros, técnicos e investigadores que trabajan en un gigantesco centro de control ubicado en Darmstadt (Alemania). Con ese simple gesto, los esbirros al servicio del emperador Saburo Arasaka dejan fuera de servicio el ambicioso programa de la Agencia Especial Europea (ASE).A partir de esa trepidante secuencia se abren los delirantes laberintos de Cyberpunk 2077, un videojuego de serie B que describe un futuro inquietante. Herederos de la corriente de ciencia ficción explorada por Isaac Asimov, Mike Pondsmith y Philip K. Dick, la literatura fantástica y los videojuegos ciberpunks constituyen la corriente de creación más coherente que alerta sobre las evoluciones descontroladas de la tecnología, como las investigaciones destinadas a profundizar la simbiosis entre el microprocesador y la neurona, tendencia que será la línea dominante de las ciencias en los próximos años.
En los dos grandes polos mundiales de innovación tecnológica -Sillicon Valley y el barrio de Zhongguancun, en Pekín- los científicos anhelan desde hace tiempo poder descargar en el cerebro circuitos integrados alimentados por la inteligencia artificial. Esos implantes intracraneanos, empleados desde hace años con enfermos de Parkinson o pacientes víctimas de disturbios psiquiátricos, crean impulsiones que permiten reactivar circuitos defectuosos.
Una pionera de esa investigación es la startup Neuralink, fundada en 2016 por el millonario Elon Musk (creador de Tesla y SpaceX, entre otras), que comenzó a experimentar un implante cerebral similar a un teléfono conectado, pensado para tratar en una primera etapa a pacientes con enfermedades neurológicas (Alzheimer o Parkinson). En una fase ulterior, esta interfaz neuronal permitiría transferir una verdadera potencia informática al cerebro. Gracias a ese implante conectado, el ser humano podría multiplicar su capacidad cognitiva, explotar en directo todo tipo de informaciones e incluso fusionar su mente con el "cerebro" de una inteligencia artificial.
La tecnología utilizada por Neuralink es revolucionaria. Se trata de un microprocesador de 23 x 8 mm que despliega 1024 electrodos de 5 micrones sobre la superficie cortical. Sin cables ni baterías, ese dispositivo se recarga por inducción y permite a los electrodos captar la actividad neuronal y transferirla a una computadora o un teléfono inteligente.
A fin de agosto, Neuralink presentó una versión implantada sobre cerdos. Si bien la experiencia inicial no fue demasiado concluyente, la tecnología utilizada por Neuralink, en cambio, es revolucionaria. Se trata de un microprocesador de 23 x 8 mm que despliega 1024 electrodos de 5 micrones sobre la superficie cortical. Sin cables ni baterías, ese dispositivo se recarga por inducción y permite a los electrodos captar la actividad neuronal y transferirla a una computadora o un teléfono inteligente. "Es solo un primer paso", reconoció Musk con resignación.
Otro promotor del acople entre el cerebro y la inteligencia artificial es el gurú del transhumanismo Ray Kurzeweil, director de ingeniería de Google. "Descargar un cerebro humano significa escanear todos los detalles esenciales para poder instalarlos sobre un sistema de cálculo suficientemente robusto. Ese proceso permitiría capturar la totalidad de la personalidad de un individuo, su memoria, sus talentos, su historia", profetizó hace 15 años en su libro La singularidad está cerca.
Transmitir una idea desde una computadora a una red de neuronas exige, sin embargo, superar desafíos mucho más arduos. Una de las hipótesis consiste en injertar implantes nanométricos en cada neurona, proyecto de extrema complejidad que sería posible concretar -a mediano plazo- apelando a los recursos que ofrecen las tecnologías NBIC (nano y biotecnologías, informática y ciencias cognitivas).
En el mundo de la ciencia, "mediano plazo" significa 20 a 25 años. La potencia de la ley de Moore, y más específicamente la ley del rendimiento acelerado, autoriza a pensar que -con independencia de sus limitaciones individuales- esas tecnologías siguen conjuntamente una curva de crecimiento exponencial que reduce los plazos.
Kurzeweil teme que el desacople de desarrollo que se perfila entre las diferentes disciplinas NBIC termine por ralentizar la exploración del cerebro, última frontera inaccesible -por ahora- de la ciencia. La inteligencia artificial, calcula, consagrará su superioridad frente a la inteligencia humana en 2029, y en 2045 será "mil millones de veces superior a la totalidad de los 9000 millones de cerebros humanos reunidos".
Para cortar camino hacia esos objetivos, el nigeriano Oshiorenoya Agabi trabaja en un proyecto verdaderamente transhumanista: ese doctor en neurociencias sueña con reemplazar el silicio de los microprocesadores por verdaderas neuronas. Agabi no está solo en esa aventura. Su empresa Koniku, radicada en Sillicon Valley, colabora desde hace tiempo con Airbus, el gigante europeo de la aviación y el espacio. A mediados de año presentaron una "nariz electrónica" producida con neuronas olfativas de mamíferos genéticamente programados para lanzar una alerta en presencia de explosivos. Fabricar circuitos informáticos con células biológicas permite realizar economías en un sector fuertemente consumidor de energía, como el programa europeo Human Brain Project, que prepara una supercomputadora para simular el funcionamiento del cerebro humano en 2024. (En este caso, el objetivo consiste en desarrollar terapias más eficaces para las enfermedades neurológicas).
Esa implacable carrera entre la neurona y el silicio acaba de entrar en una fase crucial con la posibilidad de avanzar hacia la creación de una conciencia artificial. Varios investigadores, entre ellos Kurzeweil, pronostican que en los primeros años de los 2030 la ciencia cibernética será capaz de copiar la conciencia humana dotada de libre arbitrio, que podría pensar de manera autónoma -sin soporte biológico- sobre un disco duro externo o una suerte de pendrive que sería implantado en el cerebro.
Entre 2016 y 2018, la startup californiana Nectome, surgida del Massachusetts Institute of Technology (MIT), trabajó en una técnica de conservación del cerebro humano capaz de reconstituir la personalidad en un soporte externo, biológico o electrónico. El tormentoso debate ético que estalló antes de que los científicos pudieran demostrar su viabilidad obligó al MIT a retirarse del programa.
La quimera de reproducir la conciencia humana agravó el temor que experimentan científicos y políticos por el creciente poder que acumulan los gigantes de internet conocidos como Gafam (Google, Apple, Facebook, Amazon y Microsoft). "Las grandes corporaciones poseen un poder sin precedente en la historia", asegura Pierre Fraser en Otra visión del poder. Para darle razón, la Universidad de Stanford advirtió en septiembre último sobre los riesgos que plantean ciertos estudios sobre inteligencia artificial que realiza Google en colaboración con la NASA o el intrigante programa Facebook Artificial Intelligence Research (FAIR) lanzado por Mark Zuckerberg con el francés Yann Le Cun en dos laboratorios de investigación inaugurados en París y Montreal (Canadá).
La Unión Europea acaba de lanzar un ambicioso intento de regulación de los Gafam, destinado a poner límites a sus prácticas abusivas de optimización fiscal y, sobre todo, acotar la influencia política que ejercen a través de las redes sociales.
Poco a poco, el mundo comprendió que era hora de inquietarse para no encontrarse un día de improviso frente a un mundo híbrido donde el hombre se confunde con máquinas controladas por la cibernética, el cerebro con la inteligencia artificial y el Estado con las corporaciones multinacionales.
Por Carlos A. Mutto. Especialista en inteligencia económica y periodista. Diario La Nación