Por Osvaldo F. Teglia*
El futuro de la salud del hombre depende de su renovabilidad, y de abortar ciclos ecológicos degenerativos. El cuidado del medio ambiente impostergable.
Parece que la pandemia de covid-19 no encuentra su final definitivo. Al tiempo que se materializan ingentes esfuerzos para ampliar las coberturas vaccinales alrededor de todo el mundo, los nuevos sublinajes de Ómicron (cada vez más prevalentes, incluso en Argentina) se muestran esquivos a las vacunas disponibles preparadas con las variantes anteriores del virus, y a la enfermedad natural producida por éstas.
El virus nos corre más y más la “meta” del control pandémico. No obstante, la insurgencia de nuevos sublinajes de la subvariante Ómicron está caracterizada por un menor período de incubación –ahora es de sólo dos a cuatro días–, una mayor transmisibilidad y una menor incidencia de neumonía, sin mayor repercusión en internaciones y casos fatales. Es como si el virus hubiera encontrado (por intermedio de una “fórmula” de baja agresividad) no mandarnos al hospital para así poder persistir entre nosotros, continuar infectándonos y seguir propagándose.
Está suficientemente comprobado que la mayoría de las enfermedades infecciosas humanas que han surgido en las últimas décadas tienen su origen en la vida silvestre, y que el 65% de todos los patógenos del hombre identificados desde 1980 a esta parte son responsables de enfermedades zoonóticas, es decir, que pasan de un animal a un humano.
A su vez, las zoonosis dan cuenta del 75% de las infecciones emergentes: definidas como aquéllas provocadas por un agente infeccioso recientemente identificado y generalmente con capacidad de ocasionar problemas en la salud pública.
Las enfermedades zoonóticas están en aumento y, dada la situación actual, tal vez se intensifiquen en el futuro. Cada año, alrededor de dos millones de personas mueren por estas enfermedades desatendidas, principalmente, en países de bajos y medianos recursos. En los últimos años (además de la Covid-19) han ganado atención internacional otras enfermedades transferidas de animales a humanos: Ébola, Influenza o Gripe Aviar, Gripe H1N1 (porcina), síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS), fiebre del Valle del Rift, síndrome respiratorio agudo severo (SARS), fiebre del Nilo Occidental, Zika y más recientemente la viruela del Simio. Todas, exhiben diversidad de características, incluso en su modo y rapidez de transmisión; aunque en común conllevan la amenaza de pandemias. Ébola y SARS ya ocasionaron miles de muertes.
La transferencia de patógenos desde especies silvestres es particularmente frecuente por estos días, y diversas organizaciones abocadas al estudio y la preservación del medio ambiente intentan con denuedo establecer conexiones entre la emergencia de las zoonosis y los atropellos a los que son expuestos los ecosistemas
terrestres. Los seres humanos, al interactuar cada vez más con los ecosistemas, generamos las bases de una estrecha
relación deletérea entre la salud humana, animal y ambiental.
El Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoció, en 2020, cinco presiones principales que aumentan la aparición de zoonosis: la deforestación y otros cambios en el uso de la tierra; la resistencia antimicrobiana; la intensificación de la producción agrícola y ganadera; el comercio ilegal y mal regulado de vida silvestre; y el cambio climático.
Las intensas actividades de degradación han socavado, además, la seguridad del agua, y con ello las buenas prácticas de higiene destinadas a la prevención de infecciones. El suministro de agua dulce es esencial para prevenir la transmisión de gérmenes de persona a persona a través del lavado de manos. Según un informe de la ONU (2019), unos 785 millones de personas todavía carecen de agua potable, saneamiento e instalaciones para lavarse las manos. Ese mismo informe indica que “es poco probable” que se pueda alcanzar la implementación total de los recursos hídricos necesarios antes del año 2030.
La facilitación de prácticas como el comercio y consumo de carne de animales silvestres y la promoción de “mercados húmedos” degradan las barreras naturales de los ecosistemas e incrementan a límites peligrosos el riesgo del contacto: animal (agente infeccioso) ser humano. Esta conversión de hábitos alimenticios ha estado implicada en la irrupción del SARS-CoV-2 desde el mercado de animales vivos de Wuhan.
El crecimiento de la población, su urbanización descontrolada y el cambio climático también están siendo sindicados como importantes factores impulsores de la aparición de nuevas enfermedades infecciosas emergentes. El cambio en el clima por ejemplo; podría aumentar la propagación de algunas especies de vectores de enfermedades hacia latitudes más altas.
La transmisión acelerada del covid-19 y la aparición de nuevas variantes de preocupación del virus en algunos países carenciados fueron dos hechos muy vinculados a bajas tasas de coberturas vaccinales. Con lo cual, no solo generó impactos directos negativos en las personas, familias y comunidades locales en esos lugares, sino que además creó los reservorios necesarios para la transferencia posterior hacia poblaciones más amplias a nivel global. En un mundo cada vez más interconectado –que parece actuar claramente de manera negativa–, una higiene mejorada de las personas y la
equidad universal de acceso a los recursos médicos (especialmente de vacunas) indudablemente hubiera proporcionado
beneficios para todos y generado un fuerte muro de contención contra la crisis de salud pública que desató el covid-19.
Durante 2020, mientras la pandemia golpeaba a la humanidad, en un intento de responder a la pérdida y degradación de los hábitats, la ONU a través de su Programa Pnuma proveyó un informe en donde identifica las tendencias que impulsan la creciente aparición de zoonosis y brindó diez recomendaciones para evitar que surjan nuevos brotes de enfermedades zoonóticas pandémicas. Las mismas tienden a poner límites a la sobreexplotación de los ecosistemas e intentan restaurar la relación de la humanidad con la naturaleza, propiciando la regeneración de los mismos y el cuidado del ambiente como inversión fundamental para prevenir enfermedades en el hombre.
Los entornos descriptos son zonas de amortiguamiento que actúan como “guardabosques”; separando a los humanos de los animales salvajes; su degradación aumenta sustancialmente las oportunidades para que los patógenos se propaguen exacerbando en lugar de regular la transmisión entre especies. Lamentablemente, los cambios infringidos al medio ambiente ofrecen las oportunidades para que los animales salvajes se propaguen hacia el entorno del hombre y eventualmente generen pandemias.
Además de esfuerzos científicos y tecnológicos, su prevención requerirá un ingente trabajo colaborativo de la comunidad internacional fijando programas de cuidados que permitan gestionar eficientemente el restablecimiento
de la capacidad de los ecosistemas. El futuro de la salud del hombre depende de su renovabilidad y de abortar ciclos ecológicos degenerativos. El cuidado del medio ambiente es urgente e impostergable para evitar futuras pandemias.
*Médico Especialista en Clínica Médica y Enfermedades Infecciosas. Profesor de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral. Correo electrónico:
Artículo publicado originalmente en el diario Perfil el día 22/01/23.