El premio Oscar en el año 2004 genera opiniones sobre el enfoque ético y moral de la eutanasia
¿El Oscar a la eutanasia? por Dr. Rafael Pineda

Dos películas que obtuvieron el Oscar 2005 tienen un tema en común: la eutanasia o el suicido asistido. 

Ellas son Mar Adentro de Alejandro Amenazar, ganadora anteriormente del León de Plata en el Festival de Venecia 2004, y Million Dollar Baby de Clint Eastwood, que se llevó varias estatuillas doradas del calvo espadachín. Ambas se caracterizan por una excelente realización cinematográfica, por una soberbia dirección, por el estupendo trabajo de sus actores y por una buena música que ambienta bien estas realizaciones.

El guión de Mar Adentro es emotivo, a veces divertido y profundamente humano en cuanto describe los esfuerzos de sus familiares y amigos para que el enfermo pase sus días rodeado de afecto y de la mejor atención que debe recibir un tetrapléjico, pero ideológicamente muy sesgado y descaradamente sentimental en la apología de la eutanasia y del suicidio. La película defiende un concepto de libertad personal entendida como una autonomía sin límites, ni morales ni legales, que Ramón Sampedro ha elaborado a lo largo de 29 años de postración, negándose absolutamente a movilizarse en una silla de ruedas, como lo hace la gran mayoría de estos lesionados medulares. El propio Javier Bardem que encarna a Sampedro- defi-ne a la película como “la historia de una persona cuyo único dios es la conciencia, lo que hace al hombre más libre y más humano”, pero, para no enturbiar esa ilimitada autonomía obvia la obsesión patológica del protagonista que lo lleva a buscar la muerte a toda costa, por considerar indigna su vida como tetrapléjico. El caso es que Sampedro no puede sostenerse ante su limitación física y pierde el sentido de la vida, de la alegría y del amor. Aquí se aprecia claramente la debilidad de los argumentos antropológicos y éticos que sustentan su decisión. Por otra parte, el guión pone en boca del protagonista, con total frialdad y ligereza, un concepto acuñado por Alfred Hoch y Karl Binding (“Autorización para la destrucción de vidas indignas de vivir”, 1920) y retomado por los filósofos del Tercer Reich y por Joseph Goebbels en 1942, ministro de propaganda de Hitler, en la película “Yo acuso”, que sirvió para promover el programa nazi de eutanasia y eugenesia: el de “vidas que no merecen la pena ser vividas”. Amenábar se caracteriza por manipular los sentimientos del espectador. Mar adentro se diferencia poco de las otras realizaciones de este director (Tesis, Abre los ojos, Los otros); en ellas, sus personajes se mueven siempre dentro de una realidad dolorosa de la que intentan sustraerse con una actitud calculadora y autoprotectora. Sin darse cuenta, el corazón del espectador queda atrapado en una trama de afectos y emociones conflictivas que lo llevan fácilmente a identificarse con el sentir del protagonista.

En Million Dollar Baby, Clint Eastwood se muestra, una vez más, como un buen narrador, que pone su talento al servicio de un argumento de superación, amistad y confianza sumando, a la trama deportiva, la que surge de la relación paterno-filial entre el entrenador y su pupila, que les permite llenar los vacíos afectivos que existen en sus vidas. Desconcierta y sorprende en el guión la incor-poración del suicidio asistido. A diferencia de lo que le ocurre a Sampedro, la incapacidad física genera en Maggie una aguda sensación de desesperanza y desconsuelo que Frankie (Eastwood) no sabe ayudar a elaborar, a pesar de la orientación que recibe y que la precipita a eliminarse. Eastwood vuelve a quedar atrapado en su incorregible nihilismo, manifestado en muchas de sus realizaciones anteriores, donde a sus personajes se los ve heridos por un pasado incurable a los que la vida parece ofrecerle una segunda oportunidad que finalmente nunca se concreta.

A pesar de la profundidad con que ambos directores están acostumbrados a tratar sus argumentos, ambas películas se apoyan en el sentimentalismo y en una falsa compasión para crear, en el espectador, un clima de aceptación al deseo obsesivo de morir “dignamente”, dignidad que se transforma en la más absoluta de las indignidades al tiempo de concretar esos deseos. El dolor y la muerte constituyen el gran enigma del hombre de hoy, que vive privado de una firme referencia a los valores, que se repliega sobre horizontes restringidos y relativizados y que busca con ahinco vivir de espalda a estas realidades penosas, pero que puede aceptar la propuesta del suicidio asistido o la eutanasia como un mecanismo de liberación que le genera el padecimiento del otro. Seguramente muy distinta será su actitud ante la propia realidad personal del sufrimiento.

Ni el cuidado, ni la compasión o el afecto que reciben Ramón o Maggie logran eliminar la obsesión que los agita, porque ambos personajes perciben su vida como un castigo que les ciega para ver el amor de quienes le rodean y el valor de su propia existencia. Por eso, la decisión que asumen es, a la vez, temeraria y egoísta, temeraria por que olvidan el destino natural de la vida del hombre y su dignidad, cualquiera sean las circunstancias en que se desarrolla su vida, y egoísta porque el único deseo que triunfa es el de morir por encima de los sentimientos y afectos de los que rodean, que en Mar Adentro se expresa crudamente en el dolor del padre, quien sólo rompe su silencio para decir: “peor a que se te muera un hijo, es que se te quiera morir”.

Ambas películas ofrecen una visión desoladora del sufrimiento, inaceptable y ofensiva para aquellos que piensan de otra manera y enfrentan estas situaciones con una visión positiva. Este planteamiento es desmentido día a día por miles de personas totalmente dependientes de otras y muy limitadas físicamente, pero que no han perdido la alegría de vivir y luchar, ni la capacidad de trabajo, ni el sentido solidario, enriquecedor y hasta santificador de su propio dolor. Son millones de atribulados que apuestan diariamente por el sostenimiento de su propia vida, venciendo obstáculos y dificultades similares a los de estos tetra- plégicos. Ellos viven, respiran, y navegan, en muchos casos, a contracorriente y no merecen ser empujados “mar adentro” y, mucho menos, que su sufrimiento se use como excusa para ahorrarnos costos médicos, aunque éste motivo se oculte siempre bajo una fingida conmiseración humillante: ~Tu vida, si tu lo decides, no merece la pena ser vivida". ¿Podrá idearse alguna afirmación que encierre mayor desprecio a la persona?

En resumen, ambos argumentos confunden, seducen y hasta, a veces, violentan la conciencia y la libertad de las gentes. No son pocos los falsos profetas de la vida «indolora» que exhortan a no aguantar nada en absoluto y a rebelarse contra el menor contratiempo. Según ellos, el sufrimiento y el sacrificio son cosas del pasado, de las antiguallas que la vida moderna ha superado totalmente. Se olvidan del valor y dignidad de la vida. Ambos filmes empujan, de manera muy sutil, a la legalización la eutanasia, crimen en el que nadie puede cooperar en forma alguna, ni consentir.

Dr. Rafael Luis Pineda Presidente, Asociación de Bioética de Rosario.

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Respuesta a opinión sobre la eutanasia, por Dr Héctor Alonso

Opinión sobre el artículo publicado por el Dr. Rafael Pineda sobre el tema de la Eutanasia

He leído con interés el artículo publicado por el Dr. Rafael Pineda en el Boletín del mes de Abril, en el que examina problemas relacionados con la finalización de la vida, a propósito de dos películas recientes.

Lo he leído con interés y también con creciente preocupación, quizás incomodidad. Aunque no he visto los films mencionados, quisiera explicar los motivos de ésta inquietud, que, como se verá, no necesita de conocimiento directo de ellos (sumada a la muy iluminante incursión del autor en la crítica cinematográfica).

El Dr. Pineda encuentra en estos dos films motivos propios de preocupación. Y la expresa, de ahí algo de mi incomodidad, con un tono en apariencia comprensivo pero en realidad desdeñoso y de cierta arrogancia moral. Las dos películas, que desencadenan en él sospechas de ulteriores intenciones “sutiles”, tratan según se nos dice, de casos muy personales y relacionados con situaciones de la vida real, en los que personas incapacitadas terminan por desear acabar con sus propias vidas. Es esta decisión la que el Dr. Pineda ataca con excesiva severidad. Pretende comprender, para lo que dedica algunas palabras condescendientes y aparentemente laudatorias a los damnificados, sólo para mejor derogar. No contento con fustigar la trama misma de las dos películas y las decisiones de sus personajes, desnuda supuestas intenciones en sus creadores y hasta, indirectamente, ve con desagrado y recelo la adjudicación de premios a las mismas. Una vasta conspiración podría estar en marcha. Así, nada ni nadie queda sin la sanción moral del Dr. Pineda, ya sea por falsas ideas o por oscuras intenciones.

Cierto, no se observa mucho razonamiento detrás de las dogmáticas descalificaciones del autor.

Los sucesos de los films, nos dice, se apoyan en el “sentimentalismo y en una falsa compasión”, y el deseo de morir “dignamente” (las despectivas comillas son del original) se transforma en “la más absoluta de las indignidades”. Así las decisiones asumidas en las películas son descriptas como temerarias y egoístas, dado que hacen a un lado lo que el Dr. Pineda tiene la fortuna de conocer muy bien, “el destino natural de la vida del hombre y su dignidad”.

No es fácil entender, o quizás si, por que la óptica de las películas, “desoladora del sufrimiento” (¿?), puede ser ofensiva para el Dr. Pineda sólo por ser tan diferente a las suya, aunque si se entiende, como lo dice, que le resulta inaceptable (tal como a mi me resulta su nota).

Tampoco escatima el Dr. Pineda su flagelación al “hombre de hoy”. Frente a sus carencias, mueve la cabeza con desconsuelo cuando no esgrime su dedo acusador.

Este espécimen, el hombre de hoy, por vivir privado de una firme referencia de valores (lo que sea que esto quiera expresar), encuentra al dolor y la muerte como un gran enigma y se repliega sobre horizontes restringidos y relativizados. Y, declaración que encuentro imperdonable, si éste lamentable y equivocado ejemplar acepta el suicidio asistido o la eutanasia para los demás, seguramente no lo haría tan fácilmente en el caso propio. De éste modo la firme referencia de valores de la que goza el autor, no solo le permite no encontrar enigma alguno en el dolor y la muerte; le permite además esta poco velada acusación de cobardía a sus oponentes doctrinarios.

Como señalé, mi deseo aquí es esbozar una opinión crítica sobre la nota referida, en especial, como dije, a su tono, por entender que delata una actitud intemperante e impaciente, con quienes no piensan como el autor. El tono, como en la música, determina la atmósfera y el contenido. En este caso, ninguno de ambos componentes me satisface.

En realidad, vivimos en una sociedad pluralista, secular y liberal. Las delectaciones de la unidad medieval ya no nos acompañan. Esta estructura actual de la moralidad hace que no exista un único y acordado compendio de valores. Son posibles muchas percepciones discrepantes sobre un mismo problema. Esa es nuestra problemática y también nuestro privilegio. Hay lugar para la discusión respetuosa; más aún, es necesaria la discusión, y es necesario que sea tolerante. Pero es posible que no se produzcan acuerdos finales, justamente por esa diferente visión de los valores en la sociedad moderna.

No me parece que haya una sola forma de morir dignamente, y algunas de ellas, muy diferentes entre sí, no me parecen indignas. También creo que éste es un término que debería emplearse, en este contexto tan íntimo y personal, sin imprudentes y tajantes afirmaciones.

Hablando de cine, en la reciente “Las invasiones bárbaras” asistimos a un episodio muy semejante a los que preocupan al Dr. Pineda, tratado con compasión y humor. No pude ver en ésta película nada que me escandalizara, ni tampoco sospeché conspiración alguna.


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COMENTARIOS DEL DIARIO LA CAPITAL SOBRE LAS NOTAS SOBRE EUTANASIA-


—¿Por qué el tema de la eutanasia?

—Por casualidad llegaron hasta mis manos dos publicaciones del Círculo Médico de Rosario en donde dos profesionales destacados de nuestra ciudad, los doctores Pineda y Alonso, exponen sus puntos de vistas contrapuestos sobre el tema a partir de dos filmes recientes y conocidos: “Mar adentro” y “Million dólar baby”. Luego de leer las dos posturas, y sin pretender abrir juicio sobre una u otra, me pregunté ¿Qué opino yo, un creyente, sobre la eutanasia? Enseguida me di cuenta, Inocencio, que en realidad podría escribir todo un tratado sobre el tema y no llegar a ninguna conclusión satisfactoria, así que no espere esta vez corolarios de mi parte. Pero tras mi pregunta vino mi primera respuesta. En realidad no es pro-cedente hablar de la eutanasia (una cuestión abstracta) sin hablar del sujeto de la eutanasia (el ser humano). Podemos estar o no de acuerdo con la aplicación de métodos que aceleren la muerte de un paciente desahuciado, pero me parece a mí que esta postura es en sí misma indeterminante, irrelevante y perece necesariamente cuando la idea se hace carne, es decir cuando la abstracción deja de ser tal y se está ante el caso concreto del ser humano que sufre y clama un desenlace rápido para su agonía o cuando los familiares piden el raudo término del dolor que, entiéndase bien, no se trata del dolor físico que puede ser calmado, sino el dolor desesperante de la estructura mental que no puede ser morigerado.

Lo sigo con atención.

—Cada ser humano es un cosmos único e irrepetible que se conforma de sus circunstancias que, también, son únicas e irrepetibles. De manera tal que pretender circunscribir en una fórmula genérica —sea esta de carácter ético, religioso o filosófico— la cuestión de la eutanasia es, en mi opinión, reducirla excesivamente, caer en terrenos frágiles. Desde un punto de vista religioso y especialmente cristiano, el principio de que Dios es el que da la vida y a quien le toca tomarla es válido, sin dudas, para la cuestión de la eutanasia en sí misma. ¿Qué quiero decir? Que como regla general puede y debe ser considerada, pero la regla general no puede ser taxativa y aplicada como parámetro particular.

—Con ese criterio, también podría decirse lo mismo del aborto.

—De ningún modo, estamos ante situaciones distintas: en el caso del aborto estamos frente a la vida, en el caso de la eutanasia estamos frente a la muerte. Otra cuestión que debe considerarse, además, si se trata la cuestión desde un punto de vista religioso es la del dolor, y la pregunta es: ¿El dolor forma parte del plan de Dios? Esto ya lo he manifestado varias veces y lo haré una vez más: creo firmemente que Dios no desea ni quiere el dolor para su criatura, es más: sostengo que Dios debe estar bastante compungido por el dolor que el propio hombre causa a sus hermanos. A mí me parece, en este aspecto, que hay una “plusvalía del dolor” porque si bien es cierto que hay un dolor que puede ser calificado como “natural” (aunque se forma en la propia incomprensión del ser humano del plan divino) no es menos cierto que lo que llamamos “dolor natural” está exacerbado por la acción del propio hombre. Es más, en su infinito amor Dios ha hecho que tal pena sirva para la sublimidad espiritual. Por lo demás, la contrariedad divina que se produce cuando la primer pareja come del árbol del bien y del mal y el peso que carga sobre la humanidad en consecuencia, cesa en primer lugar cuando Dios elige a Noé y a sus hijos para salvar su creación y tal cesación de enojo divino queda refrendada luego cuando envía al Ungido. Dios, pues, no desea para el ser humano ningún dolor porque, a la luz de la propia tesis cristiana, toda la pena la cargó sobre el crucificado. Vamos a seguir con este tema, sin querer, lo aclaro, polemizar ni denostar ninguna postura. Hasta mañana.

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En suma y retornando al tema de la eutanasia, mi querido amigo Candi, usted no es contundente a la hora de las definiciones, por cuanto reafirma que una cosa es lo genérico y otra lo puntual. Es decir, si no me equivoco, usted quiere decir que aun cuando respeta el principio de que Dios concede la vida y a El corresponde tomarla para sí, no cuestiona la muerte acelerada y digna en casos concretos.

—Algo por el estilo. De lo que sí estoy convencido, y en esto voy a diferenciarme de algunos pensadores religiosos, es que demostrada la imposibilidad de la vida, confirmado el dolor espiritual o psíquico desesperante (no ya el físico que a veces puede ser tratado) y consumado el acto de la muerte inducida por la voluntad de todos, no hay culpas ni castigo divino. Y tampoco creo en el castigo de Dios para quien se suicida. En esto soy tajante.

Ya hablaremos mañana del suicidio, pero, ¿cómo puede decir que no hay castigo divino?

—Es mi opinión, lo aclaro. Y vuelvo a reiterar la cuestión de Dios que, como usted bien sabe, para | mí es esencial. No creo en un Dios condenatorio, por ¡ lo tanto no creo en el sufrimiento como forma de expiar los pecados y las faltas y mucho menos creo en que el sufrimiento de unos deba producirse para el bienestar de otros. Este es un pensamiento frecuente en el ámbito judeo-cristiano, pero con el que no estoy de acuerdo.

—Pero usted mismo ayer dijo que el Crucificado cargó sobre sí todo el dolor y todas las faltas para que la humanidad se salvara. ¿Cómo entonces no cree en la transferencia?

—Creo en esa transferencia pero esa es una transferencia única, sublime y misericordiosa de Dios. Unica “para la humanidad” y no establecida “en la humanidad y por la humanidad” como regla corriente. Dios unge a un ser amado por El y lo entrega en holocausto para la salvación del mundo. Es un hecho único y revela, por otro lado, que estamos en presencia de una fuerza, de una energía divina que como bien dice Juan “es amor”. Por lo tanto, siendo Dios amor, no puede sino oponerse a toda forma de dolor. Pero insisto en lo de ayer: sabiendo Dios que el hombre y las circunstancias son causales de dolor, por su misericordia le da un sentido al mismo el de la sublimación espiritual (me gusta más que purificación). Por lo demás, y también según Candi, Dios se opone también al principio de que unos lloren para que rían otros o al principio de “dolor por el pecado” en las personas esencialmente buenas.

—Aclare esto último.

—Que un ser intrínsecamente perverso que no se arrepiente, tendrá más tarde o más temprano un castigo por el propio principio universal de causa y efecto, pero el arrepentido no puede recibir castigo por cuanto su esencia se ha transformado. Por eso cuando escucho decir: “Está pagando por sus actos malos”, no comparto ese criterio, menos cuando el ser se ha arrepentido de sus acciones perversas. O la otra frase célebre ante el umbral de la muerte: “El dolor ayudará a expiar sus pecados y lo conducirá directamente a Dios”. Estas son frases que desconocen, en mi opinión, el amor de Dios y lo rebajan a la regla humana. Hace un tiempo un religioso judío tuvo el poco tino de decir que el holocausto fue consecuencia del alejamiento del pueblo judío de Dios y la inobservancia de sus reglas ¡Una insensatez! Luego aclaró que había sido mal interpretado. En el catolicismo se mandaron a la hoguera a cientos de personas para purificarlas de sus herejías y así, más o menos, siempre se presentó a un Dios colérico, vengativo e irritable, pero Dios no es eso. Dios es puro amor, es pura tolerancia, es pura comprensión y es puro perdón y conmutación de pena (que son cosas distintas aunque parecidas). Por eso, y para dar por terminada la cuestión de la eutanasia, digo: la permanencia en la vida a toda costa, hasta el último segundo, pero en casos extremos, cuando la vida es imposible, el ser humano en el límite de su comportamiento ya no puede más, la desesperación lo atormenta hasta niveles que sólo la mente en tales estados puede conocer, no me atrevería a dictar un juicio adverso a la eutanasia y sólo puedo pensar en un Dios que, eventualmente, recibirá a la persona sometida a una muerte digna, con toda compasión, porque, mi amigo Inocencio (y hay que proclamarlo a cada instante) Dios es amor.

Candi II
Opinion de Film Affinity
Después de ver esta película, nadie que sepa mínimamente de cine podrá decir que el cine español no interesa. Una vez más, Amenábar nos cautiva con una película. En esta ocasión, una historia basada en hechos reales, en las que el director logra arrancarnos tanto lágrimas como carcajadas. Javier Bardem nos deslumbra con su gran actuación (en mi opinión merecedora de Óscar) encarnando a Ramón Sampedro, dotándole de tal credibilidad que, al salir del cine, dudas si es un actor o el propio Ramón contandote su vida. Los demás actores espectaculares, con especial mención a Belén Rueda, una maravillosa sorpresa. Una de las mejores películas modernas. Imprescindible.