Conferencia del Dr. Roberto I. Tozzini para el ciclo de conferencias del Círculo Médico de Rosario
por Dr. Roberto Ítalo Tozzini

Alberto J. Muniagurria: Buenas noches. Una vez más nos reunimos en una noche cultural para presentar el tema de Vidas Paralelas siguiendo la propuesta de la Comisión Directiva del CM.  Esta noche le toca el turno a 2 personajes que han sido iconos y como tales han dejado su impronta en la historia de la humanidad uno en la pintura y el otro en la literatura. Ambos de una dimensión gigantesca, cada uno en su rubro.  Goya, que junto a Leonardo, Velásquez, Delacroix, Picasso y el impresionismo, nos enmudecen con sus imágenes. Y que con profunda ironía, satiriza los defectos sociales y las supersticiones de la época, generando una visión de la realidad Goyesca.
   Kafka que desde su Praga natal nos introduce en sus contextos nunca leídos con esa mirada. Su obra, a pesar de no ser muy extensa, es una de las más influyentes de la literatura universal. Creando una realidad Kafkiana.

   Y fundamentalmente ambos que estetizaron su tiempo exponiendo la realidad brutal de la vida del hombre, desnudándola en las imágenes y las descripciones. Ambos expresaron las ansiedades y la alienación del hombre del siglo XX.

  No es fácil juntar estos personajes, creo que muy pocos se pueden permitir este desafió, muy pocos cuentan con el talento.

   El Dr. Roberto Tozzini, tomo el guante y nos hará compartir su amplia cultura. 

   Nos introducirá en las vidas de estos exponentes de la historia en la difícil tarea de encontrarles un paralelismo.

    De acuerdo con Einstein, y según nos mostró Marchetti, en su espléndida presentación, el paralelismo se mantiene como tal en el plano horizontal pero se pierde en las verticales.

     Con los años he ido conociendo y generando mi respeto hacia Roberto, no importa que sigan la dirección que sigan las líneas paralelas, el las tomará y las desmenuzará, las elabora y nos la entregará con su habitual maestría.

Roberto I. Tozzini: Kafka nace en la Praga orgullosa y decadente de fines del siglo XIX. De padres judíos  de clase media, por fuera del Josefov y en la vecindad de la iglesia cristiana ortodoxa de San Nicolas, viene al mundo Franz el 3 de julio de 1883. Su padre, un comerciante  checo de clase media, de personalidad dominante, produjo una impronta indeleble sobre la vida de su hijo, sensible y contemplativo, que se percibe en toda su obra como un  rechazo intelectual y a la par, acatamiento ciego,  a  las distintas  formas de jerarquías. Esta suerte de contradicción permanente, lo acompañaría por el resto de su vida. Alumno promedio, de rica imaginación  se recibe de abogado en 1906, pero no ejerce como tal y deriva su sustento a un  empleo en una compañía de seguros, más su incipiente tarea como escritor. En 1915 publica su famoso relato de La Metamorfosis y en 1919, con el título de “Un médico rural” una serie de cuentos donde relata sus peores pesadillas. 

   No se casó ni tuvo descendencia y su vida amorosa fue tan compleja y contradictoria como su propia obra, en donde las mujeres, a quienes nunca pareció entender, no despiertan grandes  pasiones, desempeñan roles secundarios de influencias o son amantes ocasionales rápidamente reemplazadas. En 1920 ya con 37 años, inicia una relación amorosa con la escritora y periodista Milena Jesenská (cartas a Milena) que no prospera y en 1923 conoce a Dora Diamant de 25 años, con quien se muda a Berlín y considera que es el verdadero amor de su vida. Pero su tiempo se acaba. Gravemente enfermo de tuberculosis, sufre una serie de complicaciones en su precaria salud y un año después debe internarse en un Sanatorio de las afueras de Viena donde fallece el 3 de junio de 1924.  Luego es trasladado a Praga y el 11 de ese mes, se lo entierra en el nuevo cementerio judío de la ciudad.

    En el lapso breve de su vida se destacó en los círculos literarios de su ciudad como escritor de gran imaginación y prosa compleja con toques de fino humor e ironía donde se caricaturizaba a la sociedad de Praga. Acostumbraba a reunirse en tertulias con sus amigos, donde leía y discutía capítulos recién escritos de sus obras que después no publicaba. Así el Proceso o el Castillo o América, no vieron la luz durante sus días  e incluso pretendió borrar su recuerdo para la posterioridad, solicitando  que fueran destruídos inmediatamente. Por fortuna  su editor y amigo Max Brod desobedeció tal mandato y la publicación estas obras acrecentaron su prestigio brindándole estatura universal. También su amante, Dora Diamant, quedó en posesión de escritos suyos y con igual imperativo de que los quemase, quizás como una aspiración del novelista de anonadarse así mismo (¿como en la metamorfosis?). Ella no los publicó ni destruyó, conservó en secreto esos capítulos dispersos junto a 35 cartas inéditas, pero al ser detenida por la GESTAPO en la negra noche europea de los guetos y la supremacía aria, ese material se confiscó y terminó desapareciendo en una paradoja más,  donde los nazis,  enemigos irreconciliables de este judío practicante, terminan complaciendo su deseo póstumo.

   Sus principales novelas, El proceso, El castillo, Metamorfosis y América, deleitaron allá lejos mi avidez de lector adolescente  mientras cursaba mi secundario y me impresionaron tan vivamente que siempre conservé el recuerdo de sus magistrales disquisiciones entre las posibilidades opuestas de una sola realidad, lo absurdo como hecho cotidiano y lo inaccesible del poder que parece ejercerse en  esferas impenetrables para el hombre común, escapando a la posibilidad de comprensión, pero sin por ello, excluir su obediencia. 

    La trama de sus obras resulta sutil, densa, laberíntica y en cierto modo, heroica. Bajo su pluma el espacio y tiempo se distorsionan y lo impensable o increíblel se materializa bajo una apariencia lógica y natural. Sus personajes representan a gente común, sin pretensiones  sobresalientes ni proyectos ambiciosos; no son genios, ni seres perturbados, ni padecen amores imposibles ni buscan la redención. Sólo pretenden Vivir; pero en esto son persistentes, obstinados, lógicos, fuertemente individualistas, con buenas intensiones pero al mismo tiempo con una profunda incomprensión y rechazo de las estructuras burocráticas  donde les toca actuar.

     Como escritor, muestra influencias de Pascal, Kierkegaard y Nietzche, anticipando el realismo mágico de la literatura americana que logra su cumbre en autores como García Marquez. Fue también un punto de partida para el existencialismo francés y por su satirización de la justicia y de los gobernantes, se le atribuyó una veta anarquista. Thomas Mann dice que su obra es una búsqueda metafísica de Dios y más recientemente, Milan Kundera resalta su humor surrealista en el análisis de la sociedad contemporánea. Para Borges, “dos ideas –o mejor dicho, dos obsesiones- rigen la obra de Kafka. La subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus ficciones hay jerarquías  y esas jerarquías son infinitas” Yo diría que su estilo es único y que una definición lineal resulta imposible.

     En “El proceso”, nuestro héroe K. es sometido a un juicio inesperado por motivos que jamás se aclaran y que el inculpado siempre desconoce. El proceso no obstante progresa y se lleva adelante en un marco y circunstancias tan azarosas o absurdas que por ejemplo en el caso de su entrevista con el pintor, el relato se asemeja más a una deformación onírica que a un hecho real. El tribunal que lo acusa es omnipresente teniendo como sede los ambientes más inverosímiles. Ya un inquilinato en las afueras de la ciudad, ya la habitación de trastos viejos del banco donde trabaja, ya la bohardilla del citado pintor y aún en el ambiente recoleto de una iglesia donde el predicador resulta ser un fiscal acusador. Mientras él intenta continuar con la rutina de su profesión el proceso ocupa todos sus espacios, constituyendo una parte cada vez mayor de su vida. Es como  una enfermedad incurable que siempre está allí, resuelta a no soltar su presa. K. se defiende, un tío le proporciona un abogado amigo, pero esta figura se va desdibujando, resulta una caricatura de un verdadero defensor de la ley con explosiones alternantes de ineptitud, arrogancia, egoísmo y sumisión. K. prescinde de él y encara la defensa por sí mismo, valerosamente, aunque sin saber de qué defenderse, apelando a la lógica de la razón y a la fuerza de los hechos que excluyen una culpabilidad suya. Pero su inocencia evidente  resulta irrelevante para el tribunal. Surge en el relato, su figura tozuda, inquebrantable, que rechaza ofertas de reconocer culpas para recibir supuestos beneficios, que no se somete nunca al sistema, alcanzando sin proponérselo perfiles sublimes por su adherencia y confianza en una justicia final. Desde luego que ella no llega y en cambio como es previsible, al cumplirse el año,  resulta condenado, aceptando entonces y sin resistencia una ejecución mezquina, atípica, en una calle obscura de la noche de Praga, por dos verdugos irrelevantes que lo apuñalan en el corazón, mientras un balcón vecino que se abre en ese instante, quizás represente a la humanidad sorprendida que asiste a una injusticia más.
       El texto, que se desgrana con minuciosidad obsesiva, casi sin emoción, golpea como un alarido ante la omnipotencia de la fuerza juzgadora, indiferente, sin otras reglas que las propias, a las que modifica constantemente, para que nadie alcance a conocerlas. Nuestro personaje se transforma en un nuevo quijote que lucha en desventaja, no contra molinos de viento, sino contra la autoridad corrupta, arbitraria y dominante. De grande he venido a comprender el porqué del encanto seductor que hallé en estas páginas. Estaba preparándome para vivir en la Argentina.Pero “el Proceso” no es la historia de un fracaso. Es la denuncia premonitora de los años que vendrían después en la Europa central. Del monstruo que una vez suelto, como un Saturno maligno engulliría a muchos de sus hijos.  Representa la lucha del ser humano  por liberarse de esa brumosa pesadilla del poder absoluto con las armas de la razón. Por derrotar el sistema abstruso de justicia que como una enorme bola de gelatina, envuelve al individuo cuando éste con audacia, arremete y empuja. Como la araña que lo atrapa en su tela.

    Es que al morir no se fracasa, porque aquí como con la cicuta de Sócrates, la condena a una muerte injusta inmortaliza las ideas. En esos casos aún destruído el cuerpo,  sobrevive la propuesta. Kafka triunfa en su pensamiento que vuela más allá  de su tiempo,  para conmover luego de su propia muerte prematura,  a la sociedad estructurada, mezquina y prejuiciosa que lo había limitado. 

   También en su prosa surge reiteradamente la incertidumbre. Al igual que el Proceso, en otro de sus libros más representativos, “El Castillo”, donde K., un agrimensor extranjero es convocado por los señores del lugar para una tarea inexistente, nada es totalmente cierto o definitivo. La duda siempre está,  una y otra vez. La ambivalencia como paradigma de lo humano. Anverso y reverso de la verdad que en su pureza, no alcanzamos a asirla. Una suerte de Ying y Yang impregnan estos pensamientos, enervando las acciones vigorosas que plantean sus personajes y que al final, por lo común se frustran.

   Parece comprensible que en la Praga de fuerte presencia judía, la de la leyenda del Golem y y de Fausto, de los alquimistas en la búsqueda del oro, la de las construcciones magníficas pero contradictorias, la del Castillo de Hradcany que sigue vigente, no sólo allí, coronando la colina en Malá Strana, sino en el inconsciente colectivo de la población, en esa Praga deslumbrante, enigmática, sea Kafka su principal ícono literario y su nombre y figura impregne a la ciudad casi como una bandera.

  En cuanto a Francisco Goya, un pintor que me fascinó en mi primer viaje a Europa en 1960, fue hijo de un modesto maestro dorador, naciendo  en la árida tierra de Aragón, en el pueblito de  Fuendetodos, el 30 de marzo de 1746. A los 82 fallece en Burdeos, Francia, en abril de 1828.Pintó y dibujó desde niño. Primero en Zaragoza aprendió pintura con Luzan y luego fue a Madrid tomando contacto con las grandes obras de la época. Buscó ingresar en la  Real Academia de Madrid pero fue rechazado `por dos veces. Se propone viajar a Italia pero no consiguiendo padrinos realiza distintos trabajos para lograr recursos, oficiando al parecer de torero en Andalucía antes de embarcarse para Roma. Allí es bien recibido y Antonio de Ribera le da entrada a su taller,   estableciendo luego relaciones con los hermanos Bayeu pintores conocidos en su época  que  tuvieron una influencia importante en su vida ya que le facilitaron el ingreso como artista a la corte de Madrid y que  Josefa Bayeu, su hermana se convirtió en su esposa en 1773. En esos años de estancia italiana, entre 1765 y 1769 traba amistad con David, el pintor quien le trasmite sus ideas liberales. Eran aquellos los tiempos de la revolución intelectual  de los enciclopedistas franceses mientras que España permanecía congelada en la edad media bajo el poder de una corte ruinosa y de la jerarquía católica, dueña de una inmensa riqueza y opuesta a toda forma de cambio. 

   Al parecer a consecuencia de una aventura amorosa debe interrumpir su estancia romana en forma precipitada y a pesar de que su prestigio como pintor estaba en alza.  Vuelve entonces a Madrid pero  ya bajo la protección de los hermanos Bayeu, donde Francisco se encontraba trabajando en la decoración del nuevo Palacio Real.  La capital estaba en plena transformación por la presencia de los Borbones, dinastía sostenedora de las artes por lo que se proyectaron nuevos Palacios, grandes avenidas, plazas y edificios civiles y religiosos. Era un momento propicio que necesitaba de artistas y decoradores. Y Goya trabajaba en ese entonces  diseñando los dibujos para los tapices que colgarían en el Escorial en el comedor personal del futuro rey Carlos IV. Poco a poco, por su capacidad extraordinaria, se convierte en el pintor oficial de la corte y en una serie de magníficos lienzos, toda la nobleza  queda retratada. También pinta bellas mujeres y algunas obras religiosas como los frescos de la cúpula de la basílica  “El Pilar” en Zaragoza (que fue censurada) y el milagro de San Antonio de Padua en la Capilla Real de San Antonio en Madrid. 

   En el fotógrafo 1812 muere Josefa Bayeu su esposa, quedando Goya con sólo un hijo, Francisco Pedro,  ha pesar de haber engendrado a siete. Al año siguiente, su ama de llaves de la “Casa del Sordo”, donde residía en las afueras de Madrid, da luz a una niña, María del Rosario Weiss, que según se ha escrito, era hija natural del propio Goya. Por ese entonces, cada vez más sordo y decepcionado por la situación política de su país, invadido por las tropas napoleónicas, sus contratiempos personales y el comienzo del deterioro de su salud, comienza a recluirse. Pinta los muros de su propia casa con imágenes obscuras de gran fuerza imaginativa que se conocen como las “pinturas negras”.También se gesta al final de este período una serie de dibujos, algunos francamente aterradores  como los “desastres de la guerra” (1810-20)y otros, dibujos eróticos y de monstruos. Las paredes de su residencia quedaron pobladas con figuras siniestras, pintadas al óleo sobre el yeso. Más tarde fueron trasladas al lienzo y se exhiben hoy en el Museo del Prado.

   En 1823, con el apoyo del rey de Francia, se restaura el poder absoluto de FernandoVII sucediéndose un reino del terror con muchos españoles liberales asesinados o encarcelados. Profundamente desilusionado con su país, Goya alegó una enfermedad y obtiene permiso del rey para viajar a Francia para recibir tratamiento. Se estableció en Burdeos donde varios connacionales ilustres vivían en el exilio. También se unieron a él su anterior ama de llaves, Leocadia Weiss y sus dos hijas.

 En mayo del 26, el artista regresa a España con ochenta años, pero sólo para gestionar una pensión de retiro que Fernando le concede, por lo que vuelve a Burdeos y fallece allí, dos años después, el 16 de abril de 1828. A su muerte se lo aclamó como un gran retratista, conservándose de él más de doscientas pinturas  que incluye a tres reyes sucesivos de su patria, sus familias, cortesanos y aristócratas españoles. Gracias a él, pudo conocerse toda una generación de dirigentes de España. Pero convengamos que su obra fue mucho más que ello.

Su legado.Acusando influencias de Velásquez y Rubens y admirador de Rembrand, fue por su parte precursor de una pintura realista, del romanticismo en ciernes y del impresionismo que Manet y otros grandes pintores impusieran más tarde en Francia. 

Cuando pintó reyes y  a los distintos integrantes de la nobleza, lo hizo con objetiva crudeza, omitiendo sublimar o idealizar los rasgos reales por lo que el retrato de Carlos III en ropa de caza, se destaca por la fealdad del monarca,  la familia de Carlos IV aparece ostentosa y decadente y Fernando VII luce un aura de maldad en su rostro acorde con su actitud absolutista.

 Además de consumado retratista, Goya se constituyó en el primer pintor de motivos populares de su país. Ya pintando por su propio gusto o, a veces por encargo, se dedica a una serie de vivencias aldeanas como el baile de majas, la merienda, el quitasol o la sombrilla, las estaciones, las floristas, las gigantillas, el asalto a la dirigencia etc, etc.

Otro de sus motivos centrales, fueron las mujeres, destacándose los retratos de la marquesa de Santa Cruz, la condesa de Chinchón, la duquesa de Alba, el bello retrato de Isabel de Porcel, de las hermosas “majas en el balcón” y en sus últimos años, el de la “lechera de Burdeos”. Mención aparte merece una de sus obras más famosas que le valió una severa advertencia de la Inquisición y que fue, la Maja desnuda. Encargada por Manuel Godoy el hombre fuerte de Carlos IV y esposo de la condesa de Chinchón, Goya toma como modelo probablemente a la amante del propio Godoy, Pepita Tudó, una célebre actriz de la época y no a la duquesa de Alba como se ha mencionado en muchas crónicas. Al parecer, sólo existió amistad y admiración y no una relación amorosa entre el artista y la mujer de más alto rango en España después de la reina. 

Esta obra no es la idealización del cuerpo femenino sino un desnudo vital y atractivo, lo que provocó la reacción de la inquisición que lo acusó en 1815 de obsceno e inmoral.  La maja vestida comparte la misma pose y toma igual modelo, desconociéndose si fue pintada antes o después de la otra obra pero es más sensual aún por su estilo atrevido para la época que realza las formas del cuerpo tras etéreas vestiduras.

 También Goya nos legó una multitud de dibujos,  bocetos,  grabados y cuadros sobre el toreo y la tauromaquia,  así como sus “Caprichos” algunos realizados incluso al final de su vida durante su permanencia en Burdeos. Pero donde alcanzó un realismo casi sobrecogedor y se constituyó modelo para obras posteriores de  otros pintores, fue en las escenas de la guerra que el siempre pintó con la mayor crudeza, enjuiciando severamente sus excesos. Los “desastres de la guerra”, que trata las consecuencias del salvajismo de las fuerzas napoleónicas contra el pueblo español y que ya he mencionado,  muestran algunos dibujos terribles y en los fusilamiento de mayo de 1808, su pintura alcanza niveles épicos de denuncia. El  3 de mayo de 1808 recuerda la ejecución de más de cuarenta hombres y mujeres en el monte Príncipe Pío de las afueras de Madrid. El cuadro está centrado por el manchón blanco de la camisa y el pantalón amarillo de un hombre desesperado, con sus brazos extendidos en cruz y la palma de una mano perforada como un Cristo, iluminado fuertemente por una linterna apoyada en el suelo. El gesto del rostro sugiere que afronta la muerte con pena y desafío  Compartiendo la escena,  un sacerdote y aldeanos, muestran su espanto ante la ejecución masiva junto a cuerpos que yacen en la tierra, ya ajusticiados. Los soldados  aparecen anónimos, de espaldas como un impenetrable muro, dando la impresión de irracionalidad, de una verdadera máquina de muerte. El tiempo parece congelarse sobre la tragedia humana y quizás se extiende como un grito desesperado de denuncia contra todas las guerras y las injusticias de la fuerza. La imagen  sirvió de inspiración para artistas como Manet en el fusilamiento de Maximiliano de México o  Picaso en la destrucción de Guernica o a artistas contemporáneos nuestros que han pintado, por ejemplo, la matanza en la plaza de Tiannamen de Pekín.

En su conjunto fue un pensador libre, denunció las injusticias y empleó su arte para conmocionar a la atrasada sociedad de España.. Luego de muerto y cuando se trasladó su cadáver a Madrid como homenaje, se halló en la tumba su cuerpo sin cabeza, añadiendo un enigma morboso más al extraordinario artista.

El paralelismo.¿Vidas paralelas? Las biografías parecen en las antípodas. Uno fue el hijo católico de artesanos de clase baja, arrogante, mujeriego, exitoso durante buena parte de su prolongada vida, pintor de tres generaciones de reyes en la España que recién respiraba fuera del medioevo, con ideas liberales en un ambiente dominado por la monarquía absoluta y la inquisición. El otro, hijo de comerciante judío, perteneciente a la burguesía checa, taciturno inseguro,  con dificultad para vincularse con las mujeres, apreciado en el círculo literario de sus amigos, pero escasamente conocido como escritor en la Europa de principios del siglo XX, que presentaba un estado de efervescencia cultural propia del período inter-bélico, luego de la caída de la dinastía de los Habsburgos.  Murió tempranamente de  tuberculosis, sin dejar descendencia y pretendiendo un anonimato final al ordenar a sus amigos la destrucción de sus principales obras literarias que, nunca habían sido publicadas.

Sin embargo…..maderas muy distintas pueden brillar con igual fuego. Y ambos iluminaron sus tiempos merced a su ética personal y a la originalidad de su espíritu, actuando como bisagra entre la cultura de su época y el arte posterior. “No hay reglas en la pintura” afirmó Goya en su discurso de incorporación a la Real Academia de San Fernando en Madrid sacudiendo el fuerte criterio neoclásico que imperaba en su tiempo. Y la verdad que su obra desafía toda categorización por la variedad de estilos y riqueza. Su arte vigoroso abrió el camino para las grandes revoluciones pictóricas que vinieron después. El realismo y el impresionismo de Manet como la desestructuración del modelo en la composición de Picaso, abrevan en el color, la luz y la imagen a veces distorsionada de Goya.

Por igual, el surrealismo de Kafka, su minuciosa narrativa del absurdo, sus fantasías y sus propios monstruos,  la denuncia de la opresión en todas sus formas, constituyen, como en el caso anterior, no sólo un manifiesto artístico de cambio, sino una posición  fundamental contra el absolutismo, la injusticia y la aniquilación de la libertad humana como ocurrió en la España de 1810- 1820 y en la Europa central de 1930.Personas extraordinarias, circunstancias irrepetibles pueden generar resultados similares. Quizás aquellos que dedican sus enormes talentos a remontar la colina de la vida, a luchar contra la arbitrariedad y la adversidad, que con tozudez inquebrantable no ceden a los obstáculos y persisten aún cuando se ven perdidos, aquellos que triunfan a costa de su propia muerte, son la sal del mundo y el motor del progreso. Paralelos como dos meteoros que cruzan  el firmamento, no importa la diversidad de su materia, sino la luz conque nos deslumbran.