Puse una nota acá para no olvidarme de hacer la salvedad de que esto a pesar de su título no tiene nada que ver con el programa de televisión en el cual estos dos muchachos hacen comentarios sobre política.
por Angelica Gorodischer
No: acá se trata de dos mujeres, de dos escritoras, y se trata de finales del siglo XIX, principios del XX época en la cual ellas, Emma De La Barra y Eduarda Mansilla, frecuentaban los mismos lugares elegantes de Buenos Aires, se encontraban en los salones en los que se daban fiestas y saraos, y solían cantar a dos voces.Las dos tenían bellísimas voces y como a las niñas de su clase, se les- había dado lecciones de música y canto; y así era como ellas cantaban a dúo canciones criollas, ya que se daba mucha importancia a “lo nuestro” con fines a enfrentar las voces de las inmigraciones: en las fiestas se cantaban vidalas y vidalitas, estilos pampeanos y alguna tonada cuyana. Pero también cantaban lieder y arias de óperas porque la mirada estaba puesta en otra parte de Europa, no la que daba lugar a la inmigración sino la elegante, la de los grandes teatros, las tiendas distinguidas, la vida sofisticada.Cierto es que Eduarda le llevaba varios años a Emma, pero también lo es que hay cartas personales en las que se mencionan fiestas y reuniones en las que las dos escritoras habían cantado a dúo; diarios íntimos, las notas de Calzadilla y de Tobal, los recuerdos de Elvira Aldao y otras señoras que frecuentaban los mismos ambientes, como prueba de la frecuencia de estas escenas que solemos ver en las películas de época pero ya no en eso que se llama la vida real.Tengo que confesar sin embargo, que mucho no me preocupa caer en anacronismos o en excesos de imaginación puesto que no estoy haciendo historia de la literatura argentina sino sólo tratando de dar un poco de vida y color a los perfiles de dos mujeres que figuran con un peso inmerecidamente leve en algunos tratados y ensayos pero a las que no se suele estudiar en colegios ni en facultades. Y creo que es una injusticia.Imaginémoslas por un momento. Echemos mano de los salones pintados por el señor de Balzac por ejemplo, y poblémoslos de gente que habla castellano, de hombres espigados vestidos de oscuro y de mujeres brillantes, un poco más bajas que ellos, un poco más redondeadas en las caderas pero más finas en las cinturas, y hagámoslos bailar al compás de una orquesta que toca la música de moda en el gran salón mientras que en la otra sala separada por una arcada, espera la mesa puesta, hilo de Irlanda en los manteles, cristalería de Bohemia en las copas, porcelanas francesas en los platos y las fuentes, flores en los vasos azules y tornasolados.Cuando se termina el baile y en el estrado quedan solamente un violinista y un flautista que tocan una musiquita como la que reclamaba Keats para sus tardes de trabajo y espera, entonces alguien las llama, a Emma y a Eduarda y pronto son muchos los que les piden que canten algo acompañadas al piano por alguno de los varones vestidos de oscuro.Oigámoslas: una tonada, una vidalita, y después, ante los reclamos y los aplausos y las felicitaciones, por qué no, Schumann y entonces Verdi tal vez, y Puccini y más aplausos y cuando ellas y el piano callan, y vuelve la orquesta, las copas se abandonan y otra vez nos vamos al gran salón a bailar.Pero quiénes eran en realidad, cómo eran, qué hacían estas dos mujeres bellas, mas bella Eduarda que Emma pero elegantes las dos, aristocráticas las dos, aunque, claro, en este país quién puede hablar de aristocracia cuando todas y todos tenemos a nuestras espaldas al abuelo inmigrante, a la abuela que vino de Génova, de Siria, de los montes aragoneses con su valijita de cartón y un sobre ajado en el que guardaba las fotos color sepia de aquellos a los que nunca volvería a ver. No eran verdaderas aristócratas, Emma y Eduarda, pero se vestían y hablaban y vivían y escribían como si lo fueran porque estaban convencidas de que lo eran y porque actuaban en ambientes que eran los más propicios para empezar a dar forma en este país de aluvión a una clase que se erigiría en patriciado y señorío.Eran además, las dos, cada una en su tiempo, diferentes, diferentes del resto de las mujeres que actuaban junto a ellas. Con una diferencia no espectacular ni llamativa y mucho menos rechazante, de la que sólo podemos adivinar algo a través de sus obras literarias.Ah, sí, porque escribían. Y no escribían libros de oraciones ni consejos morales a los hijos y a las hijas, sino que se atrevieron a lo que algunos calificaron de escándalo, y hasta de desvergüenza parecida a la de una cómica, actriz o figuranta ¡horror! en algún teatro itinerante. Porque escribieron novelas y libros de viaje, porque cobraron sus trabajos y en ese momento, que una mujer ganaran plata con lo que hacía, era, por lo menos, sospechoso. En fin, porque fueron de hecho dos escritoras prominentes en su momento. Porque todo el mundo hablaba de ellas, la crítica se ocupaba de sus libros, ganaban dinero con la literatura, despertaban admiración y rencores, asombro y censura, respeto y desconfianza. Todo al mismo tiempo.Empecemos con Eduarda, sobrina que fue de don Juan Manuel de Rosas, hija de Agustina Rosas que era hermana de Don Juan Manuel, y del General Lucio Mansilla, quienes fueron además los padres de Lucio Victorio, el de la elegancia, ese que usaba capas de terciopelo forradas de granate y no aceptaba ponerse un pantalón que fuera fácil de calzar, el de las causeries y la excursión a los indios Ranqueles; y de Eduarda, la niña que levantaba apenas unos palmos del suelo y que era capaz de servir de intérprete a su poderoso tío cuando ante él se presentaba un diplomático inglés o francés, la niña que cantaba y tocaba el piano y hechizaba a todos quienes llegaban a conocerla.Eduarda creció, que es cosa que les suele ocurrir a todas las crías, sean excepcionales o no, y se casó en 1855, tres años después de Caseros, con Manuel García, hijo de un tenaz oponente de Rosas y diplomático en ese momento del gobierno de Urquiza.Se habló de Mónteseos y Capuletos, de Romeos y de Julietas, y alidecir de Szurmuk “los infatigables periódicos de Montevideo consideraron que este casamiento era la versión autóctona de la tragedia de Shakespeare”. Lo cierto es que, para citar ahora a Sommier, la boda de Eduarda y Manuel es el tropo literario necesario para cumplir la unión entre entre "polis” y “eros”. Cosa que en último término podría dar lugar a pensar que las novelas “nacionales” de América Latina usan las historias de amor como metáforas de la necesidad de unificación, del logro de un acuerdo entre los principales elementos de la sociedad. Podría, digo que quizá se podría en este caso acordar en que en un momento en el que se discutía con ardor la definición de nación, el casamiento de Mansilla y García brillaba como la esperanza de conseguir en la esfera política la unificación de los opuestos o cuando menos el encuentro ideal, civilizado y en paz, de los extremos en pugna.Pero la cuestión es que fue, además de un acontecimiento social y político, el inicio de una vida en común que trajo viajes, hijos y libros a la vida de Eduarda Mansilla."El médico de San Luis: novela americana”, firmada con el nombre de Daniel, su hijo mayor, apareció cinco años después de su casamiento con Manuel García y alcanzó con el tiempo dos ediciones más. También bajo el seudónimo de Daniel aparece en ese año “Lucía Miranda”. Pero ya en la segunda edición Eduarda figura como autora con su propio nombre. En París, en 1869 se publica “Pablo ou la vie dans les Pampas”, que en algún momento va a traducir su hermano Lucio V. al castellano; y en 1880 en Buenos Aires, “Cuentos”, “La Marquesa de Altamira” que es un drama en prosa, se pone en escena en Montevideo; y “Recuerdos de viaje” se publica en Buenos Aires en 1882. Llegan después “Creaciones, relatos y teatro", [en donde aparece “El Ramito de Romero”] de 1883 y “Un amor” de 1885.Mizraje llama la atención acerca de la similitud o mejor dicho la hermandad entre el cuento “El Ramito de Romero” de Eduarda Mansilla, que apareció en 1877 en “La Ondina del Plata", y “El Aleph” de Borges. Cito: “La sincronía, la posibilidad de la locura o el sueño, la muerte, el lugar recóndito en el que un hombre se ve arrinconado por la fascinación de una mujer. La cita con una mujer: Jorge Luis Borges y Eduarda Mansilla”.En efecto: historias de amor entre primos, una en Buenos Aires, la otra en París; Plaza Constitución y el Café Procope, Semana Santa y Domingo de Ramos; un Carlos y otro Carlos. Una madre en “El Ramito de Romero”, un padre en “El Aleph”; un sótano en la calle Garay, una sala de profesores; el tabaco o el cognac como disparadores. Y, claro, la visión que en "El Ramito de Romero” es “un globo colosal y transparente del cual filtraba una luz semejante a la del sol que alumbra nuestro planeta”. Y que en “El Aleph” es “una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”. “Una visión”, dice Mizraje, “que nunca antes de Eduarda había aparecido así y que deberá esperar hasta Borges para recobrar intensidad y llegar hasta el centro mismo de la literatura”.Pero eso es en 1877. Después de su casamiento, Eduarda y Manuel viven cinco años en París y en esos años ella lleva una activa vida social y al mismo tiempo escribe “El Médico de San Luis”. En 1860 Manuel García y su mujer y sus hijos se van a Estados Unidos, llevado él por sus obligaciones como diplomático. De esa estadía en los Estados Unidos nace “Recuerdos de Viaje”, que inaugura un vasto linaje de viajeras escritoras que recorren la Argentina: Lina Beck-Bernard, Florence Dixie, Jeannie Howard, Ada María Elflein, Cecilia Grierson, Julieta Lantén, Delfina Bunge, etc.Por cierto que la literatura de viajes no era escasa: el viaje a Europa y en menor medida a Estados Unidos tenía para las varones de la época un sentido casi ritual: o era el exilio para poner distancia con el gobierno de Rosas o era más tarde el gesto iniciático de los hombres de clase alta que se preparaban para tomar el gobierno en sus manos.Para Eduarda Mansilla, dice Szurmuk, el viaje tenía otro significado, primero porque no se alejaba en exilio y segundo porque ella nunca iba a gobernar. Tal vez por eso la mirada de la viajera se posa en aquellas causas y aquellas situaciones que los varones de su generación apenas tratan de soslayo y con cierto apuro. Eduarda se va "en touriste”; su hermano Lucio también aunque por otras razones. Lo cual significa que ella es una mujer moderna, libre, que cuenta [no ella sino su marido pero para el caso y la época es lo mismo] con los medios para desplazarse con todo “comfort”, que puede dirigirse a los naturales del lugar en el idioma del país que visita, que se siente cómoda en navios, trenes y ómnibus y hoteles y restaurantes. El viaje se convierte así en otro tema pasible de ser tratado en escritos de mujeres y no sólo en novelas, memorias, cuentos, ensayos, crónicas.“Recuerdos de Viaje” funciona como lo que es, una crónica de su paso por New York, Washington, Filadelfia, Boston y el sur de Canadá, pero además hace referencias prácticas en cuanto a hoteles, precios, restaurantes, vehículos, lugares de excursión, etc. Al lado de todo lo cual Eduarda incluye sus reflexiones acerca de la vida moderna. Todo ello pensando quizás en sus lectores, pertenecientes ellos y ellas a la élite de la vida “argentina”. Porque es la primera vez que ella se califica a sí misma como una de “los nuestros”. Cosa que significa que tal vez Eduarda sea la primera mujer argentina a quien le calza estrictamente la definición de “argentina” más que la de “unitaria” o “federal” o para el entonces muy usado anacronismo de “americana”. Va sin decir que ella nunca se llama a sí misma “argentina”. En su lugar habla de “lo nuestro” o de “la Patria ausente” (ver Szurmuk, “Women in Argentina”]. “Lo nuestro” es lo que la autora y sus lectores comparten, incluyendo la religión, los idiomas [castellano y francés], y una “way of life” similar a la de las clases altas en Europa.Eduarda se siente conmovida por la situación de los pueblos originarios en Estados Unidos [los "hijos del desierto”] y habla incluso de genocidio. Pero en ningún momento plantea la misma situación con respecto a los pueblos originarios de “la Patria ausente" y además nunca cuestiona la esclavitud. Confiesa que en la guerra civil estuvo del lado del sur que es “simpático” y elegante y permite que la vida en el sur siga siendo gentil, refinada, culta, distinguida, delicada y bien educada: “Oh, sólo en el sur se puede encontrar la verdadera elegancia”.La jerarquía social es para ella de principal importancia, cosa que se transparenta aun en la descripción de la mujer que trabaja en Estados Unidos. Habla incluso de “la soberanía de la mujer” que puede ganar su propio dinero, poner un comercio, solicitar créditos bancarios. Curiosamente Lina Beck-Bernard describe a las mujeres argentinas en los mismos términos al dirigirse a un público francés, mientras que Mansilla describe a las norteamericanas para pintarlas ante un publico argentino. A Mansilla le atrae la idea de la participación de las mujeres en la vida pública, pero se opone a su emancipación (“ese disparate”]. Cualquier emancipación, de las mujeres o de los negros, es para ella cuando menos sospechosa, y el control de la natalidad y el aborto son “aberraciones”.Y sin embargo, ah, sin embargo, la lectura de los viajes de Mansilla es sumamente atractiva., seductora, encantadora. Tiene un sentido de humor amable y brillante, y si una logra sentarse en el salón de su casa en Washington o en Buenos Aires y leer sus crónicas tal como fueron leídas entonces, queda definitivamente atrapada por la sinceridad con la que sus palabras nos llegan a los oídos y a los ojos.Eduarda Mansilla de García murió de una afección al corazón en Buenos Aires en 1892. Tenia cincuenta y cuatro años.Otro país es el que lee las novelas de Emma De La Barra. Otro país es el que la espera en el año en el que nace [1861] en mi ciudad, laAugusta y Fiel Villa de Nuestra Señora del Rosario, ü como se la llamó durante mucho tiempo (hasta mis tías le decían así], “el Rosario”.Era hija de Emilia González Funes, miembro de una familia de artistas, y de Don Federico De La Barra.A partir de 1860 el Rosario había ido convirtiéndose de un caserío pobre de ranchos, barro y animales sueltos, en una ciudad, primero mínima, de tres calles paralelas que iban de la barranca a la pampa, después en una población que se levantaba airosa y pujante (lamento lositan convencionales adjetivos pero a veces pasa eso: en este caso son los más adecuados] junto al Paraná, “el padre del mar”. Y de pronto había casas señoriales, comercios, hoteles, tres plazas, un museo, dos teatros, una librería, un puerto. No hubo como en Buenos Aires los clásicos edificios coloniales pero “la moda fue imponiendo las grandes rejas con óvalo en la malla que se abrían en la parte superior, trocándose en balcones a la calle [...] Allí, en una de esas casas de la calle Córdoba, ya en el descenso de la barranca (...] vivía uno de los hombres más prestigiosos de entonces: don Federico De La Barra, de la vieja familia tan difundida en América” (Tobal, “Evocaciones Porteñas”].>¿ Si bien Emilia González Funes podía exhibir su prosapia y su origen / en una familia de artistas, Don Federico, que amaba la ópera, era un brillante periodista a quien el Rosario le debió su primera imprenta y su primer periódico: “La Confederación”. La casa de los De La Barra quedaba a los fondos de lo que es hoy la catedral y a una cuadra de lo que es hoy la plaza Veinticinco de Mayo. Por las noches había tertulia en casa de Don Federico y Doña Emilia y allí se hablaba de política, las cuestiones entre Paraná y Buenos Aires, de literatura, de teatro, de los asuntos locales de la ciudad. Y allí se gestó el Club Social del Rosario, del cual uno de los fundadores fue Don Federico De La Barra.El matrimonio había tenido en el Rosario una hija, Emmita De La Barra, de la que se conservan retratos uno de los cuales describe Tobal como el de “una deliciosa niña de carita redonda, facciones finas y ojos grandes y claros”. Emmita se educa en el colegio al que iban las niñas defamilias importantes, el de las Hermanas del Huerto, en donde aprende francés y música y bordado en realce y pintura en seda y supongo que algo de historia pero no mucho, y, eso sí, redacción y “buen decir”.Durante la presidencia de Avellaneda Don Federico De La Barra se trasladó con su familia a Buenos Aires. Allí dirigió “El Nacional” y “El Siglo” y ocupó una banca en la legislatura y luego fue vocal en el Concejo de Educación junto a su gran amigo Carlos Guido y Spano bajo la presidencia de Sarmiento.tPara una Emma adolescente “acostumbrada a un círculo reducido de lazos amistosos, la mudanza a una ciudad con una vida cultural más amplia provocó un cambio de perspectiva muy interesante que la llevó a participar rápidamente en las tertulias de la capital” [N. Alloatti: Emma De La Barra],No hay de esta época, adolescencia y primera juventud, registros de escritos de Emma, pero sí dan cuenta las cartas familiares y de amistades de su ansia intelectual ligada a la música, esa misma ansia que prestaba brillo y profundidad a su voz y que la va a llevar años más tarde a fundar la Sociedad Musical Santa Cecilia. Tenía, según sus contemporáneos, una voz “magnífica” y se recuerda que el Maestro Milillotti alzaba sus manos al cielo y aseguraba “¡Si Emmita fuera al teatro, qué Patti ni qué Patti!”Y también es cierto que, dueña de una energía incansable, participó en las actividades sociales y artísticas de la ciudad, exposiciones de arte o de alhajas o antigüedades, ballets y conciertos que la tuvieron como impulsora o en intervenciones personales.Fue una de las fundadoras de la Cruz Roja Argentina y estableció la primera escuela profesional de mujeres que hubo en el paísEn 1884 se casa, la casan, con Don Juan Francisco De La Barra Demaría, su tío, hermano de su padre, un viejo señor viudo y con hijos ya crecidos, para salvar el honor de la niña y el del nombre de la familia. Enese año nace una niñita a la que se anota como María De La Barra De La Barra, que muere muy poco tiempo después.Se ha especulado acerca del padre de la niña y se arriesgó el nombre del General Julio A. Roca, pero parece que las cosas no fueron tan así, sino que el señor general a quien le gustaban, ya sabemos, las mujeres a rabiar, anduvo rondando a la señorita De La Barra pero que ella no sólo no le llevó ni cinco de apunte sino que lo rechazó muy abiertamente y ante la insistencia de él, el padre de Emma se disgustó con el general. El siguiente nombre fue el de Don Estanislao Zeballos. De todos modos, todo son sospechas y nada de sabe acerca del seductor.Estas situaciones, la del desengaño amoroso, el embarazo imprevisto, la protección de la familia, la niña enferma, serán retomadas por Emma en sus escritos a lo largo de toda su vida. Por otra parte ella nunca habló de su hija y es más, dice, tanto en entrevistas como en notas, que ella nunca había sido madre pero que sentía lo mismo que las mujeres que habían dado a luz puesto que sus novelas eran sus hijas: “¡Calcule usted cuánto las quiero!”Don Juan De La Barra muere oportunamente en 1904 y una vez/superado el duelo, Emma sigue dedicada a sus actividades sociales y / artísticas.No es seguro que dos libros pertenecientes a 1a. esfera de laíeducación, uno para niñas y otro para maestros, hayan sido de su autoría. El primero, “Almas rectas”, para niñas de entre segundo y cuarto grado, está firmado por Emma C. de Bedogni. El segundo se publica en 1903 con sello de Juan E. Barra y firmado por Aurora S. Del Castaño. No se sabe que haya sido Emma la autora de uno o de los dos textos, pero dadas sus condiciones, su interés por la cultura y la educación, no sería raro que hubiera estado ella detrás de las páginas publicadas.Un apartado especial merecen “las mil casas”, barrio obrero construido cerca de la ciudad de La Plata. Tolosa, el lugar en el que estaban ubicadas, se había fundado en 1871. Para 1886 estaban instalados allí los talleres ferroviarios más grandes de América del Sur, que habían sido proyectados y dirigidos por Otto Krause, y el molino La Julia. Las mil casas se construyeron para los obreros de estas empresas y la figura descollante de su surgimiento fue Emma De La Barra. Don Juan, su primer marido, murió durante la construcción del barrio y tiempo después Emma se casó con el escritor, periodista y político Julio Llanos. El barrio fue mutando hacia un emprendimiento de contenido social, y se erigieron una escuela, una capilla y un teatro. Las Mil Casas fue el primer barrio obrero que se construyó en el país.En ese momento no hay documentos sobre ella como escritora o sobre posibles textos de Emma De La Barra aunque sin duda ella debe haber estado inmersa en la redacción de algún libro o de artículos sueltos para revistas y periódicos.Y entonces aparece “Stella”.Hasta esos años por lo que se sabe, no se registran escritos firmados por Emma, aunque en un “Caras y Caretas” de 1905 se dice que mientras preparaba la novela, en 1904, había traducido del francés “Novia de Abril” de la francesa Jeanne Violet que firmaba con el nombre de Guy de Chantepleure, para la Biblioteca La Nación. Pero ella misma se / encarga de decir: “Antes de "Stella” no había yo escrito una sola línea jamás”.íSu padre y su primer marido habían muerto, y Alloatti sugiere que Emma se sintió libre, sola y lo suficientemente fuerte como para asumirse escritora en un ámbito hasta el momento dominado por los varones. Pero eso sí, jamás imaginó Emma De La Barra o César Duayen como firmó los primeros ejemplares, que “Stella” iba a tener un éxito tan resonante, que en tres días se iba a vender toda la edición de mil ejemplares, que en pocos meses iba a haber nueve ediciones más, que el triunfo no se iba a limitar a Buenos Aires, ni a la Argentina, y que iba a constituir un fenómeno internacional. Eso fue “Stella”: el primer best- seller de la Argentina.Cuando apareció en las librerías la primera reacción fue de curiosidad y estupor. ¿Quién era César Duayen? Un seudónimo sin duda. ¿De quién? Ah, debe ser Julio Llanos. Pero Julio Llanos sale a la palestra y asegura que él no es César Duayen. En el diario “La Prensa” aparece un aviso que expresa: “Un caballero inglés ofrece quinientas libras esterlinas por los originales de puño y letra del autor de “Stella”, famosa novela de actualidad. Oferta seria. Dirigirse a W.W., Maipú 450”.La presión social revela después de un tiempo de estupor y conjeturas, que el autor es una autora y poco a poco aunque ella al principio lo niega, se sabe que el señor Duayen es la señora De La Barra que más tarde lo será de Llanos.Los comentarios y las críticas son halagadores y contribuyen al éxito de las ventas. Las librerías ponían carteles en sus vidrieras anunciando que se había agotado la edición, fuera la primera o la segunda o la que fuera.El diario “El Día” de La Plata arriesgaba la opinión de que en vista de que las ediciones de "Stella” volaban de los estantes, habría libreros que habían hecho stock y pretenderían cobrar por cada ejemplar un precio más alto del que tenían.La revista “P.B.T.”, ya cuando se sabe que Emma De La Barra y César Duayen son la misma persona, publica una caricatura en la que layescritora se apoya sobre una pila de sus libros y sostiene en la otra mano una máscara masculina con el nombre de César Duayen mientras una enorme estrella ilumina con su luz deslumbrante toda la escena.El éxito trasciende las fronteras nacionales y “hace llegar su influencia a autoras noveles como Gabriela Mistral”, mientras Florencio Sánchez y Jerónimo Podestá introducen el tema del logro literario de Emma en las piezas teatrales que representan.Edmundo De Amicis escribe el prólogo para la octava edición de “Stella”, que aparece como “romanzo argentino di César Duáyen (Emma Llanos De La Barra], con prefazione di Edmondo Di Amicis”.En 1909 sale la edición guatemalteca de esa versión: "Stella: novela de costumbres argentinas por César Duayen [pseud.]. Prólogo de Edmundo de Amicis”. Y se suceden otras ediciones en distintos países.“Tales frutos son excepcionales si se toma en cuenta que las escritoras, con frecuencia, recibían un tratamiento apartado del resto de las obras literarias y el rescate de sus textos llegó en manos de biógrafos y críticos que las examinaron como obras ajenas al canon general” (Alloatti: Emma De La Barra], Es que “se las consideraba vinculadas a un género, por ejemplo la novela o la poesía, y no se leían sus escritos como obras literarias. Sin embargo, estudios acerca del periodismo en la Argentina del siglo XIX han demostrado que la participación de la mujer en las letras ha sido extensa durante todo ese tiempo y ha permitido la integración de la mujer a la vida pública, no así a la cívica, mediante una voz distinta a la de la literatura de entonces” (Masiello: “La mujer y el espacio público”].Pocos meses después de “Stella” la casa Maucci le ofrece a Emma un contrato para producir otra novela y le paga una gruesa suma por adelantado, hecho absolutamente inédito hasta ese momento. Se publica entonces “Mecha Iturbe” y dos años después el libro de lectura titulado “El Manantial”. "Eleonora” es de 1933 y se publica bajo la forma de folletín. Y luego “La dicha de Malena" de 1943, ya cuando Emma tiene ochenta años.El personaje principal del best-seller, de la novela “Stella”, es Alejandra Fussler, llamada Alex en familia y entre sus amistades. Alex es la segunda máscara de Emma. La primera es César Duayen, la segunda es Alex, esa muchacha hija de un noruego y una criolla y partícipe por lo tanto de la Europa culta y de la América caótica.De La Barra utiliza al decir de Alloatti "el tropo de la extranjería” para marcar las diferencias entre las dos hermanas: Stella, el ángel sobre la tierra, la figura sutil, extraterrestre a fuer de superior y Alex, la mujer íntegra y fuerte, poco común en las tierras del Plata, y los personajes diversos del Buenos Aires del siglo XIX. Las niñas, huérfanas de madre desde hacía muchos años, traen una carta del padre quien ha muerto hace poco, que las encarga al tío materno a quien le pide amparo para sus hijas.No deja Emma en ningún momento de marcar las diferencias de género y de cultura entre los dos polos, Europa y Buenos Aires. Las confrontaciones siempre son explícitas y parten de la mirada de Alex "dispuesta a ganar su sitio y el de su hermana en aquella casa”. Alex y todas las mujeres de las novelas de Emma están a la altura de los varones cuando no son las que ponen orden en las casas y en las vidas de los demás. Así, Alex y Máximo se enamoran pero para ella ese amor no tiene futuro mientras él siga siendo un diletante, un bon vivant, un tipo despreocupado, elegante, egoísta y sin propósito alguno en la vida salvo el de pasarla bien. Y bien, el intercambio entre estas dos diferencias se traduce en situaciones y diálogos en los cuales resalta la firme resolución de Alex dispuesta a ganar y defender su identidad de mujer fuerte, culta, luchadora y decidida, contra el “laissez-faire” de Máximo en quien sin embargo va ganando terreno la visión social y solidaria de la muchacha.Stella muere y Alex se vuelve a Europa, pero a la vuelta, porque sí, es cierto, ella vuelve a Buenos Aires, viene por segunda vez a este país al que pertenece [casi] totalmente, a la vuelta encuentra a Máximo cambiado: esta vez es el hombre consciente de sus obligaciones para con la sociedad y el país en el que vive y es por lo tanto el hombre que, suponemos, la va a acompañar el resto de su vida.Dos mujeres. Cuatro, cinco, seis, nueve novelas, muchos cuentos, conferencias, artículos, fama, obras concretas y durables, arte, dinero y renombre. De todo eso queda ¿qué queda? Un baile en un palacio. Música. Viajes. La ronda de los personajes que las acuciaron, las persiguieron, las espiaron, les rogaron que los escribieran. Quedan conceptos de vida, memorias de los hombres que las amaron, libros imposibles de encontrar en las bibliotecas o en las librerías, la sombra, apenas la sombra de los recuerdos que fueron dejando en pavimentos, puertos, salones, ocasos, plumas que deslizan la tinta sobre papeles indecisos.Merecieron otra cosa. Si en alguna noche podemos oírlas cantar a dos voces, verlas bailar con los hombres de frac que apenas las sostienen por la cintura, mirarlas de lejos cuando hablan entre ellas sabiendo cada una lo que piensa y siente la otra, contemplarlas cuando lee una de ellas los libros que ha escrito la otra, cuando vencen las palabras que hasta ese momento se les habían resistido, si podemos observarlas cuando se apoyan en el piano que las ha de acompañar en las vidalas o en los lieder, si llegan a sonreímos porque Alex o Pablo nos sonríen, quién sabe, tal vez comprendamos un poco mejor a los que las siguieron, a los que algo saben de ellas, a los que las ignoraron, a los que hoy escriben sin saber que las sombras, las sombras de sus sombras, los acompañan.