En fecha 7 de noviembre en el salón Pablo Borras del Círculo Médico de Rosario, el Dr. Linares Casas presentó su novela: De Gestas y Conflictos en los albores del Descubrimiento.
PALABRAS EN LA PRESENTACIÓN (transcripción grabada del discurso)

Muchas gracias, Dr. Manavella, por su expresiva presentación, y muchas gracias también a Fernando por sus palabras, a pesar de que sé que están teñidas por el afecto de una amistad que tiene tantos años. 

He terminado un libro que, de alguna forma, me permite hacerles una reflexión, y es que escribir es fácil, hasta que llega el momento en que uno se sienta y se pone a escribir. Uno puede ser más o menos audaz, más o menos animoso, incluso puede ser caradura y tratar de hacerlo, pero se va a encontrar con algo en que estuve pensando en los últimos días: con un obstáculo. Y es que cuando uno escribe, se muestra. Cuando uno escribe, proyecta. De alguna forma transmite miedos, fantasías, anhelos. No todo el tiempo, por supuesto, pero lo hacemos, y aparecen en el texto o en la boca de sus personajes. Y de alguna forma nos transmite algo de inseguridad. Porque hay que agregar que cuando uno escribe no tiene un libro de texto, unas guías, algo que nos diga cómo hacerlo. Tenemos que arreglárnosla como creemos que es mejor. Y esto por cierto no lo he descubierto yo: grandes autores, con los que no pretendo compararme – soy un escribidor, no un escritor -, como Virginia Wolff, Vargas Llosa, Fernando Pessoa, han hablado muchas veces de la inseguridad que les provocaba iniciar un libro. 

Este libro, como todos, tiene sus fuentes en otros libros. Y como representante de una generación en vías de extinción, diré que empecé a leer de pantalones cortos, en la Biblioteca de los Hermanos Maristas. Y allí me colgué al hombro la mochila de los piratas y me introduje en el mundo de Salgari, de Sandokan, de los Tigres de la Malasia, del Corsario Negro y de tantos otros personajes. Pasando después por Alejandro Dumas, los Tres Mosqueteros, el Conde de Montecristo, Veinte años después. Por Rafael Sabattini, con Scaramouche; Rider Haggard, con las Minas del Rey Salomón y el Niño de Marfil; con las novelas policiales de Sherlock Holmes y Ellery Queen…y finalmente con las históricas como Sinuhé el Egipcio, La Guerra y la Paz, Los Idus de Marzo, etc. 

Pero no fueron esas novelas históricas las que me despertaron el interés por la historia de esta parte del mundo. En realidad, fue nuestro viaje a México, de recién casados, y donde pasé dos años de mi vida, 1970 y 1971, un poco antes que se desatara en Argentina la década de la locura. 

Como Uds saben, México es un país muy rico en arqueología y en historia. Desde las civilizaciones precolombinas, la llegada de los españoles, la conquista de Cortés, el virreinato, la independencia, los dos imperios, las guerras con Estados Unidos que le cercenaron buena parte de su territorio, la Revolución de 1910 con Pancho Villa, Zapata, Madero, Carranza. E insensiblemente, a través de conversaciones, de películas, libros, comentarios y televisión, me fui impregnando de esa historia. Así me fui interesando en la historia de estos pueblos.

Y de México pasé al Perú. Leí sobre la vida de Francisco Pizarro, sus orígenes, su comienzo en el Nuevo Mundo al lado de Balboa. Su proyecto de conquistar el “Birú” – como se llamaba entonces al Perú -, junto con Almagro y un capitalista cuyo nombre no recuerdo, su largo viaje de dos años, su refugio en la isla del Gallo, los Trece de la Fama, el rescate de Almagro, la llegada al continente, la conquista del imperio inca, el asesinato de Pizarro, el virreinato, y también el descubrimiento de las minas de Potosí. Que fue un hecho absolutamente fortuito, casual, que seguramente muchos de Uds. recuerdan: en la ladera del cerro un indígena estaba apacentando a sus llamas y lo sorprendió la noche. Entonces armó una hoguera con el escaso material que había allí, para combatir el frío. Y cuál no sería su sorpresa que a la mañana siguiente vió que de la roca de la montaña brotaban gruesos hilos de plata. Ese fue el descubrimiento de las minas de Potosí, y que cambió la historia del mundo occidental. Allí nació el capitalismo, y allí España comenzó a producir el cincuenta por ciento de la plata del mundo, cuando la plata era el metal más apreciado.

Lo que más me interesó de esos tiempos remotos fue el siglo XVI.  No tanto los siglos siguientes, donde – un poco más, un poco menos – la situación estaba algo más estable y ya brotaban la cultura y el arte, las innovaciones arquitectónicas, las danzas, la vida social… Y me sentí atraído por el siglo XVI porque fue un siglo de síntesis: la síntesis entre los pueblos derrotados, disgregados, con el orgulloso conquistador español, que venía de derrotar a los moros, que ocupaba Flandes, parte de Italia y por supuesto Europa Central con los Habsburgo. España estaba lista para lograr la hegemonía del mundo, y así fue. Fue una síntesis desigual, una síntesis dolorosa. Un doloroso nacimiento, como dice el cartel en la Plaza de las Tres Culturas, allá en Tlatelolco.

Y después de esas lecturas comencé a interiorizarme en la vida de aquellos personajes menores, los adelantados, aquellos que se adentraron en el interior del continente para afianzar los dominios y para buscar oro. Y así caí en Jerónimo Luis de Cabrera. Lo único que sabía de él era que había sido fundador de Córdoba. Creo que en el fondo me interesó Cabrera porque uno de los cien expedicionarios que lo acompañaron desde el Alto Perú era mi antepasado directo, Juan de las Casas. Leí bastante sobre la vida de Cabrera. Fue muy azarosa y muy interesante. Tan es así que me motivó, me inspiró para escribir un libro. Pensé en un argumento, obviamente, lo rodeé de ficción, pero sobre una armazón histórica. 

Traté de no caer, como decía Fernando, en actitudes extremistas tan en boga en las últimas décadas.   Yo no podía juzgar a aquellas hordas de individuos feroces, crueles, desesperados, que no tenían piedad con el mundo porque el mundo no tenía piedad con ellos; aquellos grupos de gente incivilizada que marchaba con su escapulario y sus medallas en el cuello, sus odios y sus miedos. No podía juzgar a estos hombres del siglo XVI con las pautas morales de una ONG del siglo XXI. Creo que así no cierran las cuentas. Creo también que todos nosotros, o casi todos, tenemos algún antepasado, más cercano o más lejano, que participó en guerras, invasiones, conquistas y reconquistas; que muchos de ellos mataron o murieron por ambición, por un plato de comida, por mala suerte, o por una idea, un proyecto. De ahí venimos. Nosotros somos lo que somos porque fuimos lo que fuimos. Y negarlo creo que sería amputarnos a nosotros mismos.

Terminé el libro y lo seguí corrigiendo y corrigiendo hasta que me dí cuenta que estaba corrigiendo lo corregido. Se lo mostré al Licenciado Damián Fernández Pedemonte, Vice-Decano de Literatura de la Universidad Austral, quien me hizo algunas correcciones y me dio luz verde.  E hizo bien, porque en el fondo tenía razón el poeta y escritor mexicano Alfonso Reyes, que decía que publicaba sus libros para no tener que corregirlos durante toda la vida. 

Pero creo que debería decir también que disfruté con el “durante”, con la gestación, la elaboración, la búsqueda de información. No sólo disfruté con el objetivo, el libro, sino también con el camino. Todos nosotros nos trazamos objetivos, metas. Un niño gatea para poder caminar. Un jugador de naipes juega para ganar. Un estudiante estudia para graduarse. Son objetivos. Y está bien que así sea. Si no conocemos la meta, cualquier camino es bueno, como decía el Gato Sonriente de Alicia en el País de las Maravillas. El Gato de Cheshire. 

Así que disfruté del camino y de la meta. Creo que este libro, es para mí, una especie de rito de iniciación, un pasaje, un salto de una orilla a la otra. 

No sé si vendrán otras metas. Tengo serias dudas. Setenta y cinco blocks de almanaque empiezan a notarse un poco. Quien los tiene, lo sabe.

Bien. De nuevo, mi agradecimiento al Círculo Médico, al Dr. Manavella, a mi amigo Fernando, y a todos Uds. por acompañarme. Gracias!