por Dr. Pedro Barcia (Extraído del Boletín de la Academia Nacional de Medicina Vol. 92 Año 2014)
La palabra “identidad” tiene su origen en una expresión latina, eadem entis, “del mismo ser”. Hay identidad cuando una persona, una familia, una institución, un país a lo largo del tiempo mantiene rasgos que lo caracterizan, lo individualizan y lo hacen reconocible por esos rasgos. De modo que, en realidad, hay identidad cuando hay entidad en qué sostenerse; entonces decimos: esta persona tiene identidad. Los argentinos reducimos esto a la cédula de identidad en primer lugar, y de ahí no solemos avanzar. Hace poco se inauguraba un Congreso en la República Dominicana y cuando voy cursando el salón, la locutora, muy animosa, dice: “El Dr. Barcia ha perdido su identidad”. Yo me detuve en el marco de la entrada, patitieso, y entré en crisis metafísica, porque no entendía por qué había dejado de ser lo que era, y demás… Y la joven ´levantó un papel y dijo: Se le ha caído la identificación de la solapa”. La “identidad” del Dr. Barcia era el cartelito.

Muchos se basan en el poner rótulos a las realidades para “identificarlas”. Es toda una actitud. En realidad, la identidad no se hereda, sino que hay que trabajarla como veremos en seguida.

Uno no es consciente de su propia identidad y, a veces, ni la de su familia; porque se cumple aquello que la gente le atribuye a Mc Luhan, pero que, en rigor, es un proverbio hitita-, que: “El pez no sabe lo que es el agua”. Efectivamente el pez nace en el agua, conoce a la pez en el agua, tiene pececitos y muere en el agua; nunca salió del agua. El pez no sabe lo que es el agua porque está inmerso en un ámbito que le fue natural desde el principio y no tuvo posibilidad de contraste, ni de compararlo con otra cosa. Si al pez lo sacan del agua, ahí se da cuenta lo que es el agua. Si a usted lo sacan de su familia, ahí se da cuenta del valor de su familia. Es lo que descubrimos en la primera etapa de la escolarización de los chicos cuando vamos a la escuela y uno se da cuenta que el padre del compañerito donde ha sido invitado a jugar tiene una forma de trato con la señora que no es el de nuestro padre en casa, o que la heladera está vacía, por ejemplo, cuando en su casa está llena de comida o cosas por el estilo... Comienzan a tomar conciencia de la propia identidad. Gracias a la posibilidad de comparar la realidad propia con otra. De allí que puede decirse que nadie sabe cuál es su identidad si no conoce a otros.

Conociendo a otros, se conoce a sí mismo en profundidad. De ahí la importancia de esta segunda etapa de la educación. La primera etnocéntrica; la segunda, de diálogo con otras realidades.

Esto mismo pasa con los países. Y es curioso que cinco o seis intelectuales argentinos de primera línea, cuando hicieron un primer viaje a París, dijeron exactamente la misma frase; la dijo Güiraldes primero, después Borges, Marechal, Mallea... Todos dijeron lo mismo: “Cuando vi París, conocí mi país”. Parecen haber cumplido con la sugerencia de Rodenbach; “Si quieres conocer bien tu pueblo, visita París”. Cuando hay pupila y posibilidad de contraste, se puede definir mejor por comparación nuestra propia realidad.

Esto nos ocurrió durante todo el s. XIX. Usted no puede esperar que un gaucho le describa cuál es el hábitat en el que está, su rancho, sus comidas, su forma de vida, porque no es consciente de ello, debido a que nunca salió de allí. Está inserto en un ecosistema del cual no se ha distanciado. Las mejores descripciones de nuestra realidad pampeana, con todas sus notas, las tenemos de la pluma de los viajeros extranjeros por nuestro país. Los ingleses, de preferencia: Mitre decía: “Allí dónde ocurre algo en el mundo, hay un inglés mirando…” y después, actuando, decimos nosotros. Pero lo importante es que en esta oportunidad, los ingleses dejaron testimonio notable de la hospitalidad argentina y describieron el rancho, la construcción, la comida, la vestimenta. Sabemos todo del s. XVIII y XIX del gaucho por los extranjeros que tenían la posibilidad de contraste. Son los primeros que vieron las pampas como un mar. Lo vivió un italiano, el jesuita Cattaneo, que dijo “Desembarcamos en un espacio que es como un mar de verduras e íbamos navegando en una especie de galeones que llaman carretas”.

Siglo XVIII, clarísima la percepción que tiene. ¿Por qué? Porque atravesó el mar en un galeón y se embarcó en el viaje pampeano.

Y, efectivamente, el contraste ayuda hasta que usted, identifique cuáles son los rasgos identitarios de cada realidad. La persona tarda mucho también en saber cuál es su propia realidad. En Borges hay cuatro o cinco textos que contienen la misma situación. Un momento de crisis, un momento de acción límbica, que la gente dice “situación límite”, lo correcto sería límbica. “En esa situación el hombre sabe para siempre quién es”, es la frase que repite Borges siempre; para Laprida cuando se encuentra con la Montonera, para el sargento Cruz cuando se encuentra con Fierro. Cruz creía que era un hombre gregario de la policía, un conjunto de milicos, y se da cuenta de que la vocación de ella era de individualidad pura. Ahí descubre que la individualidad es su identidad y salta la barrera y se pone de parte del otro gaucho. Entonces, esta forma de ir reconociendo a través del tiempo su propia identidad se da en todos los planos.

Ahora estamos en vísperas de un Campeonato Mundial de Fútbol y recuerdo, cuando los Olimpiadas que se realizaron en Barcelona, La Nación sacó un comentario el día en que se abría el encuentro, en el cual no hay, como se sabe, encuentros deportivos entre los países. Y el artículo se titulaba: “La elegancia argentina no clasificó”. Yo pensé “Estos periodistas no saben ni titular, si todavía no empezaron las competencias”. Cuando leo el texto veo lo que estaba planteado con intención. Nuestros muchachos y chicas, en el desfile inaugural pasaron frente al mundo vestidos de yanquis: con ropa deportiva norteamericana, con zapatillas Nike, con un gorrito gringo. De modo que la elegancia argentina perdió la posibilidad, en la gran vidriera inaugural, de mostrar datos de la individualidad donde todas las otras culturas de los países lo hicieron: los japoneses, con ropa de artes marciales propias, Japón, los turcos con un fez, los mexicanos con un ponchito al hombro, mostrándose frente al mundo con rasgos identificatorios; nosotros lo hicimos norteamericanamente. Entonces hasta en esta posibilidad, sin duda, es la que se presenta en el caso de la identidad que nos afecta a todos.

El problema es cuando la identidad, como hoy día, bibliográficamente se ha puesto de moda. Cuando es una moda, la realidad es más fuerte que cualquiera de las teorías. La realidad debe ser una preocupación nuestra. La identidad es, como se decía en la Edad Media, una cuestión disputada. (quaestio disputata) que provoca discusiones vivas.

¿Existen realmente identidades nacionales? ¿Usted puede decir qué diferencia hay entre un italiano, un inglés, un francés, un turco… o no? La mitad de esa pared de libros está destinada a demostrar que es una falacia y la otra mitad está dedicada a demostrar que es realidad. Hay teoría para los dos campos: para negar la realidad de las identidades...

Pero a veces, simplemente un cuentito basta para abrirnos los ojos. Se hace un concurso de ensayos sobre el elefante. Se presentan varios países y vence el plazo. El inglés tituló su aporte “El elefante y yo”; con pocas páginas de texto y muchas fotografías donde se lo veía con el pie sobre la cabeza del elefante caído, o en la riesgosa situación de que elefante se le venía encima y él estaba a punto de dispararle… O sea, el individualismo inglés en el yo, el deseo de aventura inglés en el yo, el hombre que va a África, con espíritu explorador, para escribir sobre esta realidad. El francés no salió de Francia. “Si tenemos un zoológico natural aquí para qué vamos a movernos”. No hay que salir de Francia para conocer el mundo. Mentalidad propia del país. Se aplicó a observar a la vida sexual de los elefantes y escribió sobre ello, lo que reafirma esa proclividad que tiene el francés por lo subumbilical en muchos enfoques de la realidad. El polaco escribió uno que se titulaba “El elefante y la cuestión polaca”. Naturalmente, el ruso, sobre “El elefante, cómo hacerlo más fuerte y poderoso después de la Perestroika”.

El norteamericano: “El elefante y la lucha por la democracia”. ¿Y el argentino? El argentino no llegó a tiempo para entregar su trabajo. Entonces, mandó una carta a la Comisión diciendo “Señores, lamentablemente en esta posición extrema que estamos en el sur del mundo, lejos de toda relación con la bibliografía del caso, no tenemos actualizada las revistas, etcétera. De modo que les pido una ampliación”. Le dan una ampliación, suspenden el concurso, pasa el tiempo, vence la ampliación y tampoco presenta nada. Entonces opera el jurado que le da el triunfo al italiano. Al día siguiente, el argentino saca una carta de lectores en La Nación y describe sobre los países del Norte contra los pobres situados en el sur, ejerce una hegemonía impositiva. Una actitud muy argentina. Un incapaz de cumplir con los plazos, pidió ayuda, se la dieron y después, cuando no tuvo la posibilidad siquiera de terminar lo suyo, critica.

De modo que, entonces, estamos frente a una cuestión y cabe preguntarse: ¿es una mistificación o no es una mistificación? ¿Existen o no existen identidades nacionales? Personalmente, creo que sí y tengo ya, en elaboración dos libros; dos tomos de una obra para demostrar que, en general, no hay mucha discusión entre nuestros ensayistas acerca de que los argentinos tenemos rasgos identitarios, como se dice con un adjetivo muy poco feliz, pero de certera construcción. ¿Esa identidad de los argentinos es estática? ¿Se dio de una vez, para siempre y no cambia? ¿Es una realidad cambiante que se va modificando con el tiempo y el cambio es tal, que ya no sabemos la identidad propia? Como dijo Alejandro Korn: “La condición pirandelliana del argentino”, con alusión a la teoría filosófica del napolitano, encarnada en varias de sus obras teatrales: el hombre, cada hombre, cada individuo, es una creatura cambiante, incesantemente muta y, por ello, no tiene identidad estable. Pero en esta percepción no lo acompaña el grueso de nuestros ensayistas.

La otra idea es si la identidad tiene capacidad porosa o no, es decir, si absorbe influencias que la modifican, o es absolutamente intangible e impenetrable. Esa es otra posibilidad teórica. Yo estoy por la porosidad. Si hay algo que caracteriza a nuestro país culturalmente es la capacidad porosa de la situación tenemos. En eso, nos distinguimos del resto de América. Pero la pregunta es en qué grado la influencia nos modifica y altera nuestra identidad. ¿Nos enajena, nos aliena? Eso depende de la capacidad asimilativa de los argentinos. Fíjense ustedes que Valéry dice que “El león está hecho de cordero digerido. Quiere decir esto que el león se “leonifica” más comiendo lo más diferente y distante de sí que es el cordero. De modo que, la capacidad no está sino en la posibilidad de digestión que se tiene.

El argentino creativo –y tenemos caudal, en todos los campos– es el mayor buche de avestruz, con capacidad de deglutir cualquier materia prima que manduque.

Para abundar en citas, como cortesana vieja, recordaría a Goethe: “No hay buenas o malas influencias, sino buenas o malas naturalezas digestivas”. Borges “borgesiza” lo que lee.

Tenemos identidades individuales, identidades familiares, identidades grupales, identidades académicas, identidades de países, de culturas, un largo etcétera.

La pregunta de quién es usted, de quién soy yo, es permanente. Fíjense que el milico cuando un chico sale de bailar, lo para en la calle y le pregunta: “¿Quién es usted? ¿De dónde viene? Y, ¿adónde va?”. El milico metafisiquea sin saberlo, como Monsieur Jourdain, que escribía prosa ignorante de que lo hacía. Propone preguntas sobre: la identidad personal, el origen y el destino de la persona. La índole de las preguntas está planteada. Lo cierto es que la realidad de la identidad tiene, básicamente, tres posibilidades. Más allá de las distintas clasificaciones de teorías, las reduciré solo a tres.

Primera, la identidad se da como un ADN, la marca que usted trae consigo, no tiene cambio, o bien, tiene desarrollo, en todo caso. La identidad es un fatum ineludible. No puedo no ser argentino. ¿Y qué pasa con un correntino recién nacido que es llevado a Japón y criado y educado allá?

La segunda es que no existe identidad, sino que identidad es un constructo; es algo que los gobiernos, la política, los pensadores, la persona inventan y por eso se habla de “la invención de la Argentina”, de “la invención de México”. El título del ensayo del norteamericano Shumway sobre nuestro país fue tomado de un ensayista mexicano, en este juego de préstamos.

Y la tercera posición, digamos que es, en mi estimación, la equilibrada, en este caso. Es decir, articula un sustrato existente, preexistente, de naturaleza histórica y un constructo que se aplica a aquel continuum previo y lo robustece y perfila. ¿Cómo es esto? dijera el conde Lucanor a Patronio. Cuando en 1806 los hombres de casaca roja bajan a Ensenada de Barragán y ocupan Buenos Aires, el pueblo se sintió muy deprimido y desconcertado. El Virrey español Sobremonte, cargó el tesoro en un carruaje y se largó hacia la mediterránea Córdoba. Ahí se creó una coplita, que está en el Cancionero de las invasiones inglesas, que publiqué en la Academia de Letras, que en mi pueblo entrerriano, en 1945, cantábamos los escueleros, dándole una vida secular a la coplita, ignorantes de ello: “Al primer cañonazo/ de los valientes,/ huyó Sobremonte /con sus parientes”. Decía la seguidilla nacida en las calles de Buenos Aires, en 1806. Pusimos a Liniers a la cabeza y retomamos Buenos Aires. Derrotar al mayor ejército del mundo en ese momento, no era moco de pavo. Vuelven los ingleses que son insistentes, en 1807, y otra vez los derrotamos. Ahora ¿qué generó eso en los criollos? Una autoconciencia. La gente se pone a pensar “Nosotros estamos capacitados para defendernos, por qué no para gobernarnos”. El poder político no nos protegió del Imperio. Y nosotros nos hemos valido por nosotros mismos. Empiezan a descubrir su capacidad de decisión, de acción, de supervivencia. Y a partir de allí nosotros tenemos, entonces, que organizarnos y el germen de lo que es una identidad local, por lo menos internamente local, después se expandirá con el tiempo.

Ahora en 1810, se genera la Primera Junta. Pasan varios gobiernos patrio, pero el constructo sólido comienza con la Asamblea Constituyente del año XIII. ¿Cuál es el constructo? Toma la Bandera Belgrano, la adopta como símbolo nacional; crea un escudo, aprueba un himno, un sello oficial, un cuño de moneda, y así va sumando elementos de identificación construidos para robustecer el sentido de identidad básico. Van sumando al primer sentimiento de independencia y sentido de pertenencia a un suelo. De modo que hay un sustrato histórico, natural primero y sobre esto viene, entonces, el aporte del constructo.

No obstante, los argentinos durante mucho tiempo, hemos limitado la dimensión de nuestra identidad, la hemos parcelado, digamos, con explicaciones reductivas.

Por ejemplo, una de las reducciones que hacemos habitualmente, es definir nuestra identidad por lo regional. Es decir, definimos el país prácticamente el país por lo rioplatense, más estrictamente por lo porteño. Mal que le pese al doctor vecino, que veo en la tercera fila, y que es entusiasta de la tangoterapia, el tango no es una realidad nacional: es porteña y poco más. Cuando yo era chico, no se bailaba el tango en mi provincia. El lunfardo no es una realidad nacional. Nosotros no sabíamos voces y expresiones de este venero. Otra reducción triste en que hemos caído, triste porque es quitarle matices al país, es definir la Argentina desde lo gauchesco. El mester la gauchería fue un notable aporte a nuestra poesía y un alterador escollo para definir nuestra identidad; reducir a lo gauchesco y a lo pampeano nuestra realidad. Esto pesa mucho. Fíjense cuando Sarmiento escribe Facundo, en 1845, es un hombre de montaña; ¿escribe sobre la montaña que sería el hábitat que a él lo condiciona y muestra su peculiaridad ideológica? No. Escribe sobre la pampa, que no conocía. En ese momento, había tres hábitats: la pampa, el bosque y la montaña. Un hombre de montaña no escribe sobre la propia realidad, no habla de identidad; define lo argentino por la pampa, que no conoció hasta que la divisó, bajando desde Entre Ríos a Buenos Aires, en 1851, con el ejército de Urquiza. Antes la conocía a través de los viajeros, por eso, aparecen tantas referencias a los viajeros, y algunos poemas como La Cautiva, y relatos de arrieros en cuentos de fogón. De modo entonces que hay una dificultad para percibir la totalidad de la realidad y lo provincial… Primero, lo porteño pesa mucho; en segundo lugar, lo litoral está también, lo pampeano después; y el resto del país, ¿dónde está? Hablábamos de Sarmiento: es Presidente, está en Tucumán y al terminar un asado, lo convidan con empanadas. El hombre prueba la empanada, la saborea y dice “Está bien la empanada, pero las buenas empanadas son las de San Juan”. Se armó una confrontación que llegó a los gritos y demás; pidió silencio el Presidente y dijo: “Ésta es la realidad argentina. Todo el mundo pelea por su empanada provincial y yo debo tener en la mira la empanada nacional, que es la que me toca manejar a mí”. La dificultad radica en no definir el todo por una parte, con figura retórica.

Nosotros tenemos en toda América, y antes que México, todavía, la mayor ensayística de indagación nacional: esfuerzos de nuestros escritores por definir nuestra índole, en una sostenida preocupación por definir qué somos. Ustedes dirán por qué ese enorme caudal de páginas de autocompulsa y autosondeo. Podrían ensayarse varias postulaciones. Una primera sería por narcisismo, porque nos gusta hablar y que se hable de nosotros mismos. Una segunda, sería por inseguridad. El argentino ha quedado como inseguro porque no tiene firmeza acerca de quién es. Al estar indefinido su identidad no se cumple. Esto lo puede llevar a la agresividad para no ser atacado por falta de identidad. Y una tercera, es que hay en la Argentina una verdadera búsqueda y preocupación por nuestra realidad, motivada sobre todo por toda la inmigración europea que nos ha invadido con carácter aluvial (diría José Luis Romero) y nos ha puesto en situación de difícil identificación con nosotros mismos. De modo que son tres posibilidades que tenemos. Esta inseguridad se manifiesta en anécdotas. Anécdotas como aquella del barbijo, quizás ustedes ya la conocen. Viene en el año 1934 una delegación del ejército alemán a Buenos Aires para hacer maniobras conjuntas. El ejército alemán había suprimido el barbijo del casco de guerra por estimarlo un estorbo para la glotis, en cambio, el ejército argentino lo preservaba. Hacen maniobras conjuntas y se van los tedescos. Decisiones: el gobierno alemán readopta el barbijo viendo la utilidad en las operaciones militares; el gobierno argentino lo quita porque no lo usaban los alemanes.

Obviamente, esta preocupación por la identidad y por definir lo propio no es una cuestión argentina. Todos los pueblos tienen la preocupación por su identidad. Hoy día ya está por eliminarse todo eso a través de la visión panóptica de la globalización que tiene características muy particulares, que sería objeto de otra charla. Pero lo importante, en realidad, es que la preocupación por la identidad por afirmarse a sí mismo frente al mundo está en todas las culturas y en todos los tiempos. Fíjense ustedes que según el mitoun indígena norteamericano cherokee, el Gran Manitú fabrica tres muñequitos de masa y los pone al fuego, al horno. Abre el horno, saca el primero y no está cocho, está blanco, lo hace a un lado. Abre, saca el segundo, algo doradito y se pone a mirarlo. Y por mirarlo se olvida del tercero y cuando lo saca, está negro. El mito cherokee lo que está diciendo es: la raza blanca no está terminada, la raza negra está pasada de punto y que la ideal es la bronceada de cherokee. De modo que el mito está explicando una actitud inclusive hasta política. Cuando Heródoto hace su viaje por Egipto, un sacerdote de cultura muy anterior a la griega y mucho más amplia en su momento, aunque no alcanzó la filosofía, dice una frase que rescata Heródoto: “Ustedes, los griegos son como criaturas, se asombran por todo y preguntan por todo”. Heródoto nos está diciendo con esto que el sacerdote egipcio supo reconocer los rasgos identitarios del espíritu griego, que tiene como característica propia la curiosidad infinita que tienen frente al mundo. Primera cosa, se cuestionan el mundo. Ahí está Sócrates a la cabeza. Y en segundo lugar, la otra característica que tienen es que se asombran de todo. Dice Platón que el asombro es el punto de partida de la Filosofía; en cambio, Descartes, dirá que es la duda; y Kierkegaard, dirá la desesperación. Nosotros decíamos que no sabemos muy bien quiénes somos. Borges tiene un poema llamado La cifra que dice: “…Esa cosa que nadie puede definir, Argentina”. El argentino es muy difícil de definir. Sarmiento es el primero que dice que “argentino es una combinación de letras, un anagrama, de ignorante”. Cuando vino Benavente a Buenos Aires, para el Centenario, dice esa frase como propia, en el momento de embarcar. El periodismo, ignorante de Sarmiento, se la estimó como del español. Porque los nuestros no leen a los nuestros pero los extranjeros, como Ortega, como Eugenio D’Ors, como Benavente han leído antes del viaje a los ensayistas y lo que hacen es hacer variantes a partir de nuestros escritores, inleídos por sus compatriotas. Otra frase dubitativa es de Scalabrini Ortiz: “Nuestra mayor tristeza es no saber quiénes somos”.

Ingenieros ha viajado a Nápoles. Lugones le escribe y le pregunta cómo es la patria de Croce, e Ingenieros le contesta: “Como La Boca pero con menos italianos”. Ahí estamos aludiendo a una presencia masiva de toda una cultura que es la italiana y que determinado nivel de esa cultura italiana, está entre nosotros. No se olviden ustedes que hacia 1909, la mitad de la población de Buenos Aires era extranjera. La mayor capacidad de inclusión que ha habido en el país con capacidad de digestión que ha habido en el mundo posiblemente más que la norteamericana, ha sido la Argentina. De hacer de todos ellos, argentinos. No sé si nos estarán agradecidos, pero bueno, hicimos el esfuerzo y lo digerimos, pero lo hicimos como nosotros; eso fue importante.

Sábato dice “Buenos Aires es la sexta provincia gallega”. Acá los votos de los gallegos residentes definen las elecciones de Galicia. Entonces tenemos una mixtura, tenemos una forma compleja de ser que nos caracteriza.

Haré una selección sintética de diez rasgos para mostrar lo que los ensayistas argentinos han escrito sobre nuestra realidad; en cómo ven y caracterizan al argentino. Entre los rasgos que voy a mencionar, hay algunos que son positivos, otros negativos y otros ambiguos.

En primer lugar, se le atribuye al argentino una insatisfacción permanente. ¿Por qué el argentino está insatisfecho? Ha habido muchas explicaciones, algunas ridículas. Como por ejemplo, la genética, que dice que somos así porque hemos heredado de los españoles la decepción por no encontrar una tierra con metales sino, simplemente con pasto. Entonces frente a esta reacción es como si hubiéramos pasado los genes a las generaciones posteriores de rechazos frente a esta decepción que tuvieron, que se llamó Puerto del Hambre y tantas cosas deplorables sobre la zona del Río de la Plata.

En realidad, esta tendencia de insatisfacción del argentino es la parte negativa, lo lleva a ser llorón, un poco pesimista, un poco condolerse de su propio dolor; enorme error, porque si usted llora sobre sí mismo, se ahoga en el llanto y no sale de ahí. Hay algo que es llorón en el tango. Además, Discépolo lo definió como “un pensamiento triste que se baila”, no un pensamiento gozoso, un placer carnal, nada. Un pensamiento triste que se baila. Y los argentinos padecemos de alguna manera un pecado que no lo conocemos a través del catecismo porque el catecismo significa mucho. Es el pecado de acedia o acidia, que es una especie de tristeza grande que a uno lo toma de tal manera que pierde la dimensión de lo que pueda ser feliz en la vida. Se ahoga en su propia tristeza. Dante lo dice muy claro, que sabía más moral que nosotros. Estaba Dante y este gestor de turismo internacional de ultratumba que es Virgilio, que le vende el viaje. Y ahí va por los tres reinos habiendo comprado el arduo recorrido. Dante se encuentra con una pareja que viene volando unida pero llorosa y les dice: “¿Qué pasa? ¿Qué pecados cometieron ustedes?” “Vivimos tristes en el aire dulce que se alegra del sol”. O sea, no supimos gozar de la realidad bella del mundo, y esto es acidia; lo ubica perfectamente, como al humo que a usted lo envuelve y no le deja ver la realidad. Bueno de alguna manera esto es lo negativo y lo hereditario, según algunos, de esta decepción de falta de realismo de los españoles y se cae en un lugar común que es que los españoles no tenían idea del trabajo, no tenían idea de la realidad y que venían a sacar los metales y nada más.

Luis Ramírez, de la expedición de Gaboto, en una extensa carta de 1527, dice que le han dicho en la región que hay hombres con pie de pato, como palmípedos. “No lo creo”, dice don Luis como primera reacción. Con ello apreciamos que no es un español fabulador y mitomaníaco, como se ha generalizado de los conquistadores. Pero, párrafos más adelante dice: “Hoy he visto los hombres con pie de pato”. ¿Cómo es que renunciaste Ramírez a la capacidad crítica de decir que no existen hombres con pie de pato?, piensa el lector. Pero, acto seguido, explica por qué afirma esto. Explica claramente que en ciertas naciones indias, por cada muerte de familia les cortan a los parientes un artejo incluso un dedo, con lo que si hay epidemia, se queda sin dedos, como palmípedo. Para robustecer la idea de firme realismo que anida en el espíritu de Ramírez, bastaría una frase más, y más que anticipatoria, que dice: “El tesoro de esta tierra está en la tierra misma”. Vean la obviedad certísima que enuncia frente a los desvaríos del Tesoro del Rey Blanco y demás leyendas.

De modo que no podemos identificar al conquistador y poblador español con este fabulador aéreo heredero de esa decepción posterior. ¿Cuál es lo positivo de la insatisfacción? Que no nos permite “achancharnos”. Lo negativo es que usted no goza de lo que alcanza, porque siempre está pensando en lo próximo. Entonces, lo positivo es que esta posición lo mantiene siempre en acción, lo mantiene siempre exigiéndose más a sí mismo.

Segundo rasgo, es la capacidad de improvisación que tiene el argentino. Esto es bueno y malo. La improvisación argentina lo saca de situaciones muy difíciles. Pero la improvisación no soluciona ningún problema, salta por sobre el problema, lo esquiva, lo “zafa”, para usar un argentinismo revelador. No dio solución al conflicto, pero lo ayudó a salir del paso.

Hay cantidad de soluciones improvisadas de gente que dio, sin saberlo ni buscarlo, con el descubrimiento de nuevas realidades. Esto es lo que se llama serendipia, de la que tanto se ha hablado a través de la Literatura; la historia de los tres príncipes viajeros. Aquellos que se encuentran por casualidad en mitad de un camino con realidades insospechadas, que analizan y finalmente, los ponen en riesgo. Pero esa es una historia sabida por todos, que no cabe recontarla aquí. No hay que pensar mucho para darse cuenta que el descubrimiento de América es una serendipia, igual que la penicilina, igual que las gomitas esas con las que se pegan y despegan papeles en el escritorio; todas son serendipias. Estamos rodeados de serendipias. Llenos de todo este tipo de circunstancias ocasionales.

La improvisación es momentáneamente feliz porque lo saca al hombre de una situación conflictiva. Pero es nefasta cuando se hace sistema. Porque entonces usted mata el proyecto, que es lo que revela al hombre hacedor. En este momento, el país está padeciendo una absoluta ausencia de proyecto; estamos en una improvisación permanente, en una actitud coyuntural, en un cortoplacismo que va solucionando día a día; “a cada día su afán”. El gobernante no es erecto atisbador de horizontes. No mira más allá. Bueno, hay gentes que están mirando nada más que el día, ni el día de mañana. No tiene prospectiva. Mira su surco sin ojear al final del terreno, y el cielo que lo cubre. El hombre es un animal ideológico, utópico -porque toda acción del hombre es utópica y es realizable cuando le sea posible- y es proyectual.

Un rasgo absolutamente negativo es la suficiencia. Y el recurso más usado en la Argentina es “¿Me entendés?”, subsume al interlocutor en un plano de descalificación absoluta, vale tanto como decirle: “¿Sos capaz de entender lo que te digo?” Entonces decía que esta modalidad de la Argentina, de la suficiencia, es desgraciada, pero es tal vez, más porteña que provinciana. Está más localizada en el Puerto que en el Interior. (No sé si nota la mayúscula cuando digo Interior, porque no hay mayúsculas orales, pero hay que utilizar el Interior con mayúscula cuando se habla para empezar, de las tres cuartas partes del país que está más allá de la General Paz).

La suficiencia lleva a que Ud. se sienta, realmente especial, único. Marco Denevi es uno de los autores que más ha profundizado en la caracterología del argentino y tiene un libro que recomiendo que lo lean, La República de Trapalanda. Es una maravilla este libro porque muestra de qué manera los argentinos somos adolescentes y no digo más porque si no les paso el recuerdo a ustedes, la anamnesis de lo que el libro dice. Pero tiene una paginita que hace referencia a la leyenda del país que tiene interesantísimas connotaciones sobre todo en la Patagonia. La leyenda motivó la conquista del territorio argentino. Insisto en que es importante esta paginita porque dice: “los argentinos creemos que la Ciudad de los Césares existe, es una ciudad ideal donde todo es plata, pero, como estamos tan seguros de nosotros mismos, esperamos de Buenos Aires, que esta ciudad que la han inventado trasladante, pase por cerca de nosotros y ahí la atrapamos”. Ni siquiera se toma el esfuerzo de ir a buscar, como los viejos conquistadores españoles, sino esperar que venga hasta casa. Ésta es otra característica argentina.

Vamos a lo positivo. La hospitalidad es absolutamente criolla. Es conmovedor cuando usted ve las reseñas, los comentarios de viajeros que llegan a un ranchito donde hay cinco o seis criaturas y tienen una gallina. Matan la gallina para homenajear al viajero que no saben ni quién es. Le dan la cama para que duerma él y el gaucho duerme en el suelo. Esto lo cuenta un viajero de 1825. Esta hospitalidad sí sigue viva entre nosotros. Pese a que las experiencias nos tendrían que haber hecho más desconfiados que un tuerto con dos canastas. Fíjese un tuerto con dos canastas, del lado que no tiene el ojo, es la inquietud permanente porque le pueden manotear lo que lleva.

La expresividad, también es un rasgo identitario argetino positivo. Tenemos una herencia italiana, que es esta forma de manejar la proxémica, exageradamente, con gesticulaciones; es más, el lenguaje no verbal argentino es muy rico. Lo estudió un italiano, Meo Zilio, allá por 1940 e hizo el primer trabajo sobre las señas y las gesticulaciones de los argentinos. ¿Por qué? Porque era italiano. Es decir que veía en nosotros una suerte de herencia. El acompañamiento de la expresividad se da en todo lo que decimos, el entusiasmo que ponemos en todo. Fíjese la proxémica norteamericana: se encuentran dos yanquis, se aproximan los dos y la distancia que mantienen los tórax entre sí es de 25 cm y se dan tres palmaditas en la espalda. Se encuentran dos argentinos, se fusionan los dos en un abrazo que los funde unos palmoteos que se oyen a dos cuadras y todo eso es bueno, es positivo. Además está demostrado por la neurociencia que esta manifestación abierta de la afectividad desarrolla capacidades nuevas.

La neofilia es el entusiasmo por lo último que sale. La neofilia se da en los adolescentes y en la Universidad. Nuestra Universidad ha sido neofílica y nosotros hemos padecido esto. Un profesor consigue una beca para París, viaja, vive allá unos meses, compra los últimos libros sobre estructuralismo, y regresa. Y al año siguiente, el curso será sobre estructuralismo, que es la verdad. Porque lo expondrá con dos rasgos negativos; será una exposición inadecuada, no adecuada al país, no acomodada al país, no adaptada al país. Y el segundo será acrítica. En el próximo viaje repetirá sus movimientos y adoptará el constructivismo, y venderá la novedad como la verdad probada. La neofilia se ha ido imponiendo hacia abajo. Ahora, esto va contaminando hacia abajo, y ya, un chico de trece años muere por tener el último teléfono digital. Se confunde lo nuevo con lo mejor. Grave despiste. Y me acuerdo del caso de dos mellizos: uno era absolutamente intolerante, molesto, y el otro era buenazo, tranquilo, un chico del hogar. Van a ver a un psiquiatra porque es el que nos orienta en la vida, parece. Mire lo que tiene que hacer es darle un pequeño regalo al positivo y un excelente regalo al que es tan negativo. Para ver si lo sacude con este regalo y de esta manera cambia de actitud. Llegan ambos frente al árbol de Navidad. El que encuentra el regalo de un robot que tiene cuatrocientas veinticuatro funciones, habla quince lenguas y demás, El chico, primero anhelado se acerca, mira y dice “ah, este es el modelo 834, ya salió el 835”, y al otro, le habían puesto un pedazo de bosta en un zapatito. “¿Y a vos que te regalaron?” “Un caballito, pero se escapó”.

La neofilia es peligrosa cuanto más alto intelectualmente se encarna. Estamos frente alguna consecuencia que es el caso de la cultura de trasplante. ¿Qué es la cultura de trasplante? La que lamentablemente hizo Sarmiento en algunos momentos de su vida; después se arrepintió, ya en edad madura. Cuando dijo: “Hay que volcar Europa en América”, pero él no había viajado a Europa. “Volcar” ¿qué significa eso, que somos un recipiente que recibe todo? ¿Sin discriminación, sin evaluación, sin nada? Recibimos. Segunda cosa, cuando ve cómo es Europa y que está en decadencia, pasa a Norteamérica, se deslumbra y entonces, implanta en la Argentina un montón de cuestiones pero que no se aclimataron. Esa es la diferencia que hay entre Echeverría y él. Echeverría está cinco años en París y es el primero que trae el Romanticismo a América. Nos anticipamos a los españoles. Pero el Romanticismo obviamente de él, está en La Cautiva está encastrada en la realidad nuestra. Un Don Juan del barrio porteño de Balvanera, que sí está hablando de realidades nuestras. Sarmiento adoptó todo sin aclimatación y ese es un problema del entusiasmo que a veces el exceso de optimismo genera. Efectivamente, nosotros no miramos la primera realidad, que es mujer. A la mujer usted tiene que considerarla, mirarla, remirarla. Antes de venir acá, me hicieron una entrevista por radio: “¿Qué opina Ud. de la modificación que proponen para las luces de los semáforos?” Porque hay un hombre, en el cuadrado luminoso y no hay una mujer. Entonces, yo le digo “No, yo lo que veo es una mujer con pantalones. ¿O Ud. me va a decir que la mujer no puede usar pantalones o los irlandeses no pueden usar faldas?” Todo esto me parece muy ridículo.

Rivadavia, hombre bien intencionado, le pide a Bentham, el autor de El panóptico, nada menos, una Constitución para el Río de la Plata. Trae la Constitución, es elegido presidente y la aplica en 1826, cuando asume. Le deshacen el país los caudillos porque era una Constitución que no tenía que ver con nuestra realidad. La falta de adecuación al país, está empujándolo a este suicidio político que le costó la vida a Rivadavia. Rivadavia fue neofilico, no realista. Pero, además revela otro rasgo argentino: el ser más ideologista que realista.

Es triste saber que somos ideólogos en todo. Imaginamos algo y creemos que la realidad se pliega a esa concepción que no compulsó para nada la realidad, y la realidad no se pliega. Buscar culpables de porqué la realidad no se pliega es lo que estamos viviendo cotidianamente. En este terreno, no se puede ser deductivo. Hay que ser inductivo. Leer la realidad y después de ahí, sacar conclusiones y aplicarlas, pero no al revés.

Otro rasgo, y es hablar en contra de uno que habla, es que somos verbalistas. (Acá tienen un ejemplo encarnado y bien encarnado, dado su volumen). Sin embargo, no todos los argentinos han sido verbalistas. Hay que tener en cuenta que sí, la mayoría es amiga del floripondio. Hay algunos políticos que lo son. En cambio, el caso de Irigoyen, un hombre mudo. Habló muy poco. Mi padre contaba, cuando era chico, Irigoyen fue al pueblo, el público gritaba, “que hable Irigoyen, que hable Irigoyen”. Toma el micrófono un pibe joven y dice “Irigoyen no habla. Irigoyen piensa. No le pidáis palabras, pedidle soluciones”, él está como la Esfinge al costado del camino de la argentinidad para revelar los secretos… Otro que hablaba poquísimo era Rosas. Escribía como un grafómano, pero no hablaba casi. Ambos sabían con distintas estructuras mentales y demás, que uno es dueño de su silencio y esclavo de sus palabras.

La tristeza. Algo hablábamos hoy al comienzo, fíjense ustedes que el primer poema que existe en la Argentina, conocido hasta hoy es de 1545. Este poema, se llama “Coplas elegíacas”, o “Romance elegíaco”. Es lloroso. Comenzamos la Literatura argentina llorando; llorando algo. La región del Plata está representada como una mujer de enorme poder, una mujer fuerte que va matando sus distintos maridos. Una varona bíblica. Muere Mendoza, muere Ayala, muere el hombre más caminador del mundo, con apellido bovino, Núñez Cabeza de Vaca. Y entonces el poema que llora la pérdida de todos estos hombres frente a la Tierra que es indómita, se cierra con un ruego a la Providencia: “Dios nos mande un buen marido / a la viuda”. 1545-2014, ¿se entiende?

Se ha manifestado de distintas maneras este rasgo de la tristeza de los argentinos. Una primera explicación es la que dijimos, la decepción de lo que no se pudo. Los positivistas han avanzado muchísimo como Bunge, por ejemplo, diciendo que somos herederos de la tristeza del indio, hombre que perdió todo lo que tenía y cayó entonces, en una especie de depresión y que nos ha transmitido a todos esta tristeza. Entonces el llanto argentino, la condolencia argentina siempre es como el Evital. Sí es cierto que hay algo en esta tristeza, hay algunos autores como el conde de Keyserling, Este conde que estuvo con nosotros en el año 1925, decía que los argentinos nacimos el día de los batracios. Una cachetada para los argentinos, que no estábamos ni en el agua ni en la tierra. Bueno, en última instancia, los submarinistas que desembarcan en Europa y que permiten ser la cabeza de puente dirigieron la liberación de Hitler. De modo que no sé si eran argentinos o no, pero sí son anfibios. Y este hombre, con un despecho muy grande dice que la tristeza argentina es estructural, y está en todas sus discusiones y está en todas partes. No tenemos alegría frente a la vida. Nuestra original condición de batracios no nos da un ámbito de asiento

Vamos terminando con los tres últimos rasgos.

La tendencia al triunfalismo. Ahora que se acerca el Mundial de Fútbol, la exaltación excesiva que estamos haciendo con sentido triunfalista. ¿Qué ocurrirá si no se nos da? ¿Rechazaremos al equipo después de haberlo mitificado? Menem tuvo el coraje de recibir a los que eran subcampeones del mundo. Los recibió, cosa que un presidente argentino no lo hace porque es un segundo. Muere Borges y tuvimos que inventar a alguien porque se nos fue Jorge Luis, e inventamos a Bioy Casares que no lo emparda. Es decir, el triunfalismo lleva a decir algo como “menos mal que lo tenemos a Messi ahora que se está hundiendo solo Maradona”, ¿cierto?, que es el artífice de su propia desaparición. Bueno, Messi está, menos mal que en ese sentido, el triunfalismo lo mantenemos. Tenemos una reina (la de Holanda, digo), tenemos un Papa. La derrota nos torna canibálicamente críticos.

Otra característica es la susceptibilidad frente a la crítica. Cuántas veces yo recibo a gente joven que viene con un manojo de manuscritos, en busca de opinión. (Tendría que decirles aquello de Bernad Shaw: ve que viene un muchacho con un aspecto de “Me va a hacer leer las 300 páginas”, y el joven escritor le dice: “Maestro, lo único que quiero es que usted me diga qué título le puedo poner a esta novela”. Entonces, el viejo irlandés, rápido, le dice: “¿Aparecen clarines?” “No.” “¿Tambores?” “No”. “El título debe ser Sin clarines ni tambores”. Y zafó de tragarse el mamotreto.

Servata distantia, lo mío. “Mire Barcia, yo sé que Ud. es un hombre ecuánime, es un genio usted, (hasta me dicen con abundante cabellera). Lea este manuscrito y deme duro, sin piedad, quiero franqueza, dígame lo que sea, aunque duela, porque yo quiero aprender”. Muy bien, se va. Lo tengo más que probado a esto. Con caridad cristiana destino tiempo a eso restándoselo a otras actividades. Hay que leer 300 cuartillas. Y vienen a los pocos días y digo: “Mirá estuve leyendo pero el primer capítulo no tiene relación con el segundo, la forma de adjetivar…” “Ah, pero usted no deja pasar nada…, no pero entonces usted, directamente me está hundiendo…” Y a partir de allí, no aceptan ninguna observación que se hace. La susceptibilidad… es imprevisible. Mucho tiempo hice crónicas de libros en La Nación, dejé de hacerlas porque los peores enemigos que me generé eran, sobre todo, poetas líricos. Ya la susceptibilidad, la irritabilidad frente a la crítica es muy grande.

Somos maniqueístas. Los argentinos somos dicotómicos. Lo que nos falta es un equilibrio entre los extremos. Y la lista de dicotomía con que se ha movido desde Civilización y Barbarie, en adelante, en el país, es enorme. Evidentemente, usted hace todo un pasado de la historia y a cada lado, una contraposición y, cuando la contraposición no se da, ocurre aquello que hacen los historiadores y que Pascal decía de los arquitectos: inventan ventanas falsas para tener simetría en los frentes, eran ventanas ciegas, pero, logran simetría.

Vamos a la última de las notas. Esto ha ido largo, pero concluye. Como decía Sartre “El infierno es tolerable si es a tiempo fijo”.

Bien, qué es lo que entiendo que es lo peor como rasgo argentino, la anomia. La anomia como el nombre lo dice es la negación de la ley; nomos ley, la a negativa. Tenemos una cultura de la contravención permanente. Una cultura anómica, porque las normas, no son normas de una cultura, las normas hacen a la forma de la cultura. Y una cultura es tal cuando está normada, cuando tiene determinados principios que la rigen. Y nosotros no tenemos esa consideración y vamos cada vez más. Hay dos razones para esta anomia, dos explicaciones, no dos justificaciones: 1) el incumplimiento de la ley por parte de los argentinos y 2) la ineficacia o indolencia de los gobiernos para hacerla cumplir. No echemos toda la culpa al ciudadano. Aceptemos que el ciudadano y el pueblo son responsables. Acá la frase de Sarmiento categoriza. Dice: “Arriba, la Constitución como tablero; abajo, la escuela para aprender a leer y estudiar, y cumplir con la Constitución”. La anomia se da en todos los planos, desde el semáforo hasta las disposiciones de la Corte que los gobiernos incumplen. Me acuerdo cuando era chico, en casa, había una tía muy impertinente que se llamaba Rosa, hermana de mi madre. Mi casa era como un “Macondo” porque éramos quince personas a la mesa. Ahí aprendimos hablar todos. Usted no podía decir idioteces porque lo descalificaban. De modo que antes de participar pensaba qué iba a decir y en qué momento se insertaba. Bien, eso desapareció porque todo el mundo ahora come, mirando televisión. Pero, la mesa familiar era una de las formadoras de la oralidad. Y en la esquina de casa pusieron un semáforo. Yo soy de Gualeguaychú (no siempre lo digo porque no toda la gente puede nacer ahí y se siente mal). Y me dice “¿Para qué sirve el semáforo?”.- “No sé, fijate”. Allá fue doña Rosa, mirando todo el tiempo a través de los visillos de una ventana lo que ocurría en la calle donde estaba el nuevo aparato. Estábamos sentados a la mesa y cae como plomo la frase de la tía Rosa. “Ya sé cómo funcionan los semáforos”. Todos dimos vuelta la cabeza imantados por la frase a ver qué iba a decir. Y dice: “La luz verde es para los autos y la roja es para los colectivos”. Había leído muy bien, muy bien la anomia natural de los argentinos.

Y en lo político, fíjense hay tres frases para ver como la anomia es un transversal como dicen ahora que se atraviesa todo el sector y cultura. El gobernador de Buenos Aires, en el siglo XVII, le escribe al rey y le dice “Como no hay cosa en este puerto tan deseada como quebrantar las órdenes reales ha sido forzoso que el Gobernador, que sólo trata de observarlas, pudiese romper con todo”. O sea, no pudo en Buenos Aires para hacer cumplir la ley. En lo lingüístico dice Amado Alonso: “Las normas están desvalorizadas, el rasgo más peculiar del castellano porteño es el avasallamiento de toda norma, la extensión e impunidad social en estas faltas es cosa sabida. La característica de Buenos Aires es el relanzamiento social de la norma.” El hablar a como me salga. Alberdi, en lo económico, escribía: “La inmoralidad pública es de base económica. La verdadera barbarie nuestra está en las técnicas y en las prácticas puestas el manejo de la hacienda fiscal, desatendiendo las normas.” Muy grave y muy actual.

En una colección que inventé para la Academia Argentina de Letras, que se llamó “La Academia y la lengua del pueblo”, publicamos entre léxicos destinados  la carne, al mate, al colectivo, un Léxico del dinero. Ninguna Academia de la engua española, tiene una obra como ésta. Ningún gobierno compró un solo tomo. Estuve doce años en esa Academia y ningún gobierno compró un solo tomo de los más de cien que publiqué. Los Ministros de Educación y los Jueces consultan todo a España. En vez de consultar los problemas idiomáticos de Argentina a la Academia Argentina de Letras. En un importante diario local sale un artículo titulado “El diputado después de la reyerta, salió a putear por los pasillos”. Insólito que utilicen ese término. Entonces el abogado hace un pleito. ¿Qué hace el Gobierno? (Estoy hablando de doce años atrás) Consulta a la RAE, y la RAE dice “putear, significa andar con prostitutas”. Entonces, frente a esto, la mujer del diputado se enardece porque estaban diciendo que el marido andaba con mujeres de la vida. Y se divorcia. Si hubieran consultado a la Academia de Letras: “Putear es insultar gravemente o fuertemente”. Hubiésemos mantenido la unidad de ese matrimonio… al menos. Pero ¿sabe qué pasa con los gobiernos argentinos? Suelen ser colonialistas mentales, colonialistas lingüísticos de España, y esto es una pena.

Volvamos a nuestros carneros. El Léxico del dinero contiene una docena de variantes del verbo “coimear”: Aceitar, engrasar, retener, suavizar, retornar… doce. ¿Por qué hay tantos? Porque a medida que usted dice “Vamos aceitar la situación” y se entiende lo que significa, hay que cambiar de verbo. Vamos cambiando los verbos, no las acciones. Seguimos sostenidamente coimeros, con variantes nominales.

Lo cierto que la anomia es el mayor cáncer que tenemos en la Argentina y por muchísimo tiempo va a seguir imperando porque va a ser difícil erradicarla. Es un mal estructural.

Los argentinos tenemos una característica común con España. Se suele decir que los argentinos tendemos a denostarnos y a hablar mal de nosotros. Unamuno dijo: “Si habla mal de España, es español”. Lo que heredamos de España es esa tendencia a la autocrítica. En este momento analizar los estereotipos que vienen de la autopercepción y de la heteropercepción es de lo que tendría que surgir cierto equilibrio. Nosotros tenemos un conjunto de estereotipos riquísimos, quizá una de las galerías de estereotipos más frondosas de la cultura hispanoamericana. No me cabe la menor duda. Ahí están el piola, el lunfa, el gorila, en fin, interesantísimo. Pero lo cierto es que tenemos una tendencia denostadora de nosotros mismos y al mismo tiempo, exaltadora. Si algo caracterizó siempre a los argentinos fue una especie de bravuconada…, el pobre Sarmiento, digo pobre por cómo termina la frase. Comienza diciendo “… En los pueblos de América vecinos, tanto Bolivia como Paraguay dicen que los argentinos somos un poco soberbios; en realidad, esto es condenable, pero también hay que tener en cuenta que tenemos con qué ser soberbios”. Termina la frase haciendo un elogio de la soberbia argentina.

Y terminamos con un cuentito:

Vienen cansados, después de largo camino, un judío, un islámico y un argentino. Y ven una lucecita en una casa, golpean, atiende una viejita. Y les dice “¿Qué necesitan?”. “Camas para dormir” “Ustedes son tres y tengo dos camas y el establo. En el establo podemos alojar a uno.” Bueno, entonces el islámico dice “¿Me permiten? Yo voy a ir al establo.” Muy bien, se acuestan el judío y el criollo y al ratito (sonido de puerta). “Sí, ¿quién es?” “El islámico, hay una vaca en el establo. Yo no puedo dormir junto a un animal sagrado”. “Bueno”, dice el judío, “voy a ir yo”. Se va y al ratito (sonido de puerta) “¿Quién es?” “El judío” “¿Qué pasa?” “Hay un cerdo en el establo, no puedo dormir junto a un animal inmundo”. “Bueno, terminen con tantas idioteces, voy a ir yo”, dice el argentino. Y se va. Al ratito… (sonido de puerta). “¿Quién es?” “La vaca y el cerdo, hay un argentino en el establo…”.