por E.D. Pellegrino, Instituto Kennedy. Georgetown University Para demostrar la capacidad de sentir
George Santayana, el filósofo moderno más literario, dijo de la literatura que sólo ella “... pueden describir experiencias con excelentes razones en las cuales los contenidos de la experiencia son morales y literarios”. Owsei Temkin, uno de los historiadores médicos más filosóficos, dijo’ de la medicina que es “... no solo ciencia y arte sino también un modo de ver con objetiva compasión. Porque buscar en otros espacios mirar hacia otro lado para contemplar la naturaleza moral del hombre?”

En sus énfasis sobre las formas de ver a la moralidad, Santayana y Temkin, nos proveen dos concepciones que se fusionan en la medicina y literatura y las cuales establecen la afinidad entre ellas. Ya que ambas son formas de ver al hombre y ambas son, en su razón de ser, proyectos morales. Ambas deben comenzar por ver la vida al desnudo, sin quedarse en su mirada fija. Más, ninguna puede descansar en la mera mirada. Para ser auténticas deben demostrar capacidad de sentir, sentir con compasión. La medicina sin compasión es mero tecnicismo curar sin sanar. Literatura sin sentimiento es meramente informar, una experiencia sin significado.

La medicina y la literatura están unidas en una paradoja incesante la necesidad simultanea de alejarse de, y sin embargo compartir, la lucha por la vida humana. Deben ver claramente pero también deben estar involucradas en el resultado de la lucha. Cada una se torna una experiencia moral. Para la medicina, Paul Valéru lo describió de esta manera “...ustedes doctores son campeones, los estrategas en la lucha individual contra la ley de la vida...”. La literatura, en las palabras de Santayana “...tiene piedad, su conciencia; no puede olvidar sin perder toda dignidad que le sirve a toda criatura aquejada y perpleja, un animal humano luchando por persuadir al universal Sphinx que proponga una acertijo más comprensible.” Demostrar capacidad de sentir es la cúspide del arte tanto para la medicina como para la literatura; formar parte de la lucha es la moral que comparten.

La medicina y la literatura están vinculadas, también, porque ambas cuentan la historia de aquello que ven. La historia del médico es verdaderamente una narración, la narrativa de la odisea de un paciente en el desconsolado reino de la enfermedad, angustia, incapacidad y muerte. El escritor, también, debe contemplar las mismas perplejidades de ser humano y de padecerlo. La enfermedad siempre se inmiscuye porque está tejida de manera intrincada en el tapiz de cada vida humana. Ningún escritor serio puede evadirla por completo.

La historia del escritor trasciende la historia del clínico debido a que su lenguaje está cargado de significados. El puede evocar una experiencia de la enfermedad y el sufrimiento mientras que el autor de la Historia Clínica evoca sólo posibilidades de diagnósticos o pronósticos. El lenguaje cargado del escritor nos fuerza a todos nosotros a dar una mirada a la experiencia humana sin advertir nuestro propósito porque estamos hechos para mirar con sentimiento hacia el sujeto de esas experiencias.

El lenguaje clínico en sí mismo puede estar cargado de significados en esas raras instancias en las cuales el artista es también un médico en ejercicio tal como William Carlos Williams, John Brown, Thomas Browne, Oliver Wendell Holmes, o Richard Selzer. En sus manos aún los detalles lóbregos de la anatomía y la patología se vuelven instrumentos de la poesía o evocaciones sobre el gozo y peligro de la esencia del hombre. football scores

A menudo, los médicos que se convierten en escritores serios abandonan la medicina por completo o la visitan solo intermitentemente. Pero retienen la forma de ver del clínico. Su escritura lleva ese sello peculiar de aquellos que han sentido, olido y habitado, vivencia- do entre fiebres, locura, sangre y abscesos. Pensamos de Rabelais, Crabbe, Smollett, Chek- hov, Maugham, Keats, Céline y Wacker Percy quienes completan su entrenamiento médico, o de Michaux y Bretón quienes interrumpieron el suyo. Walt Whitman, cuyas loas del cuerpo atormentado y exaltado son insuperables en cuanto a lo vivido, trabajó en el consultorio de un médico como enfermero voluntario.

Con aquellos médicos que se convirtieron en poetas acreditados, el sello del lenguaje clínico es más atenuado. Thomas Campion, Thomas Lodge, Oliver Goldsmith, Keats y Schi- 11er abandonaron la habitación de la enfermedad por poesía lírica y dramática. Uno se pregunta cuánta de su atracción hacia la refinada mirada al mundo que la poesía ejemplifica fue robustecida mediante el entrenamiento médico. Al menos, sus imaginativos impulsos no fueron fatalmente desbaratados por tales entrenamientos. Quizás ellos sufrían demasiado para poder mantener la actitud objetiva que el médico requiere durante sus momentos de decisión final. Cualquiera sea la razón, la poesía siempre ha sido un consuelo para los médicos en ejercicio.

Durante la última década estas afinidades de la medicina y la literatura han sido explotadas en la pedagogía médica. En una docena de escuelas médicas los cursos de literatura sirven a varias objetivos en formas únicas: enseñando empatía para con las personas enfermas, otorgando comprensión a las peculiaridades de la vida médica y el lugar del médico en la sociedad y la cultura, los dilemas de la moral médica y mejorando el uso de las formas narrativas al tomar la historia. Estos usos de la literatura ofrecen alguna esperanza para suavizar el tecnicismo al que los actuales médicos científicamente entrenados parecen tan especialmente susceptibles.

En los años recientes ha sido concedido mucho esfuerzo por parte de psiquiatras, científicos del comportamiento y clínicos mayores para enseñar la calidad de la empatía a jóvenes médicos. Los resultados no han sido particularmente satisfactorios. El ejemplo de respetados clínicos se mantiene como el método más útil para enseñarle a los estudiantes cómo proyectarse a sí mismos hacia el estado existencial de sus pacientes y por lo tanto tratarlos más sensible y humanamente.

La literatura ofrece una alternativa debido a que posee la fuerza y el poder para evocar experiencias. A través de los ojos del sensible y creativo escritor, el estudiante médico puede experimentar algo de lo que es estar enfermo, con dolor, en agonía, o muriendo. Numerosos pasajes del mundo de la poesía y la prosa están disponibles al maestro imaginativo quien, a través de cuidadosas lecturas del texto pueden ayudar a los estudiantes a aprender ver y sentir.

Ningún disertante médico puede evocar la experiencia de enfermedad evocadas por tales textos tales como las descripciones de Homero de la laceración y desgarro de la piel por el ataque de la lanza y la flecha, o la confusión de la locura y genio en el cerebro enfermo de Adrián Leverkuhn de Mann, o las agonías de la litiasis renal de Montaigne o la placentera fragilidad de una leve enfermedad en el On being 111 de Virginia Woolf, o las indigencias sufridas por el moribundo abogado de Tolstoi en manos de sus paternales médicos.

¿Existe una manera mejor de ayudar a un estudiante a sentir algo de las alegrías, las dificultades, las fobias y fracasos de la vida médica que las descripciones literarias de la especie humana médica. Pocos retratos de los humanos son tan mordaz como los retratos de médicos de los Epigramas de Martial, las cartas de Petrarch, el “Doctor~s Dilema” de Bernard Shaw o “Wonderland” de Joyce Carol Oates. Por otra parte, pocos humanos son retratados tan cariñosamente como lo hizo George Elliot en Lydgate, o Balzac en Dr. Bernassis, o Miguel de Unamuno en Doctor Monegro.

Los escritores han observado la vida del médico porque no han podido ser indiferentes a ella. El médico está demasiado íntimamente ligado a las esperanzas y temores del hombre enfermo en su lucha contra las leyes de la vida. El médico que además de curar también cuida, alcanza uno de los más nobles ideales de los servicios humanos. Cuando fracasa en tal nobleza de ese ideal hace su fracaso tanto más escandaloso. Las afinidades de la medicina y la literatura no han prevenido disonancia ni admiración. El ojo del escritor no está nublado; su visión puede abrir el ojo del médico neófito en esta tan personal, profunda y penetrante forma de la verdadera literatura.

Es fácil olvidar que la mayor herramienta diagnóstica del médico, a pesar de las técnicas químicas, radiológicas, y de computación es la Historia Clínica. Esa historia no es más que una historia, una compleja, personal y variada historia con múltiples temas que se entrelazan, en la vida de un ser humano. Cada historia es única. Y como expresa Péguy, “Cuando un hombre muere, muere no sólo por la enfermedad que tiene sino por su vida entera.”

Sin embargo, tomar la Historia Clínica es la destreza médica más desatendida simplemente porque se realiza tan a menudo que se toma por añadidura. Como cualquier destreza necesita que se cultive, necesita ser formada sobre los mejores modelos de la forma narrativa. El declive en la toma de historia con arte y convincente podría estar directamente relacionado con el declive entre los médicos y estudiantes de medicina en la lectura de buena literatura. Cursos en las facultades de medicina de literatura son necesarios. No se trasladan a la vida profesional en la mayoría de los casos las destrezas narrativas, la prosa de exposición necesitan refuerzo en los cursos de educación médica.

La literatura también enseña al médico algo sobre el significado del símbolo y lenguaje como medio de enlace entre las mentes humanas y personalidades. El lenguaje es el instrumento de diagnóstico y terapia, el vehículo a través del cual las necesidades del paciente son expresadas y es comunicado el consejo médico. Comprendiendo los matices del lenguaje, sus variaciones étnicas y culturales y su contenido simbólico o sea el discurso, son tan esenciales como cualquier destreza que el clínico pueda poseer.

EL lenguaje a través de la literatura también posee poderes. Es una poderosa terapéutica que el médico puede utilizar. La palabra escrita puede ser un bálsamo para la mente afligida dónde nuestros remedios médicos pudieran fallar.

Tal como lo percibieron Santayana y Temkin en las comillas que abren este ensayo, la literatura y la medicina son proyectos morales. La literatura yace abierta para ver los dilemas morales, conflictos, triunfos y fracasos de los seres humanos. Los aspirantes a médicos necesitan ser sensibilizados en las complejidades de los contextos morales dentro de los cuales su consejo es suministrado, así como al realizar sus juicios sobre el comportamiento de sus pacientes. La literatura, a través de su poder para evocar experiencia y empatía, coloca al médico en una situación humana concreta, resalta sus percepciones sobre los valores convergentes en la elección moral y de las fuerzas que atrapan aún en las más simples decisiones humanas.

Por último, estos fines utilitarios no deberán oscurecer, él más sutil pero el más importante servicio que la literatura realiza para todos los humanos. El enaltecer la experiencia de la vida misma. Los gozos de la literatura han sido demasiado a menudo aclamados para ser reiterados. Pero para el médico experimentado, confiado en su arte y quizás un poco aburrido de este, la literatura posee virtudes especiales Lo transporta de la realidad abrasiva de la clínica a los espacios de la imaginación, la lírica y el drama; provee esos momentos de deleite sin el cual el alma se comprime. La literatura refresca la vista del médico sobre los hombres y mujeres que él ve como “pacientes” y los restaura a sus verdaderos roles en el drama humano. La literatura da significado a lo que el médico ve y hace que lo vea con sentimiento. Todo lo que enriquezca la sensibilidad de los médicos, sin duda, colabora en hacerlos mejores.

Enid Peschel nos ofrece en su libro las reflexiones críticas de las afinidades de la medicina y la literatura. En estos originales ensayos, se ofrecen miradas profundas sobre la literatura en una amplia gama de conjunciones del arte del escritor y del arte del clínico. Examinan la visión especial de los médicos que son simultáneamente escritores .como William Carlos Williams y Richard Selzer; las descripciones de enfermedades de escritores creativos como Thomas Mann y Marcel Proust; la imagen del médico de Shakespeare, Roger Martin Du Gard y Gustave Flaubert; los poderes de sanadores e hirientes del lenguaje en los ensayos de Hartmann y Biasin.

El tapiz resultante ilumina ricamente los encuentros sutiles de las personas y asuntos médicos con asuntos personales y literarios el uso médico de la literatura y usos literarios de la medicina. Relacionados por una necesidad en común de ver la vida al desnudo, de mirar y ver, y de ver con libertad como la medicina y literatura se realzan una a otra. Al hacerlo, mejoran la capacidad del hombre para curarse a sí mismo en cuero y espíritu. ¿Deberíamos esperar menos? Después de todo el mito nos asegura, Esculapio fue el hijo de Apolo- la genética de espíritu podría ser aún más poderosa que la genética del ADN.