por Angélica Gorodischer Todo está escondido en el paso del tiempo.   Rosa Regás  
El tiempo y la narrativa corren parejos en el papel y en la vida. Se diría más bien que el tiempo y la narrativa están inextricablemente unidos, mezclados como en una espiral que se dobla sobre sí misma y a la que es imposible separar en sus dos, por ahora dos, partes constitutivas.

Toda narración es un devenir. Se ha arriesgado la noción de que una novela, un cuento siempre es un viaje. Antes de seguir digo que me refiero constantemente a la narrativa que es mi oficio porque lo que es de poesía, teatro y ensayo, tengo que confesar que es poco lo que sé. De esas cosas soy una lectora ingenua y nada más. Y en lo que se trata de narrar soy trabajadora, lectora no ingenua, gustadora exigente y algunas otras cosas.

Una novela es en sí un viaje por el tiempo. Quiero decir, es un viaje, aunque no hable de viajes: va de un lugar, virtual o no, a otro. Si los lugares de los que parte y a los que llega no son virtuales, allí tenemos al tiempo del viaje explícitamente ofrecido. Por ejemplo, las novelas de Verne y las de los beatniks. En el caso de Verne, De la Tierra a la Luna o Veinte Mil Leguas de Viaje Submarino o El Faro del Fin del Mundo, o Viaje al Centro de la Tierra, se trata de partir de un lugar y llegar a través del tiempo a otro lugar con el fin de develar, averiguar, investigar algo sobre el mundo. En el caso de los beatniks, el viaje es a través del oeste de Estados Unidos, partiendo de un lugar y llegando a otro mucho menos atractivo que los que pintó Verne, con el fin de averiguar, investigar algo sobre los propios protagonistas.

Todos esos viajes llevan tiempo. Lo llevan como una carga a las espaldas. Lo llevan como quien no tiene más remedio que soportarlo porque si no sería imposible todo intento. Pero a veces el tiempo se hace sentir de otra manera: ya no es una carga, ya no es el subproducto del viaje. Es la esencia misma de la peripecia.

La peripecia marca el instante. El pasado ha sido, el futuro no existe y el presente es un límite al que no se puede mirar de frente, como al sol, a riesgo de quedar ciegos. Gregorio Samsa tiene quizá, pasado. Carece de futuro porque se ha convertido en una enorme cucaracha. Lady Slane tuvo un pasado puesto que fue virreina, pero no tiene futuro porque la traicionó su presente, fragmento a fragmento, o tal vez fue ella quien traicionó aquel presente cosa que se hace evidente cuando ese presente se convierte en pasado. Orlando es totalmente futuro. Alonso Quijano es un eterno presente puesto que el pasado y el futuro son sueños. El príncipe de Dinamarca es el puro pasado en el que vive o más bien muere puesto que el neblinoso presente le va dibujando la muerte.

Todos los libros de memorias, las biografías y las autobiografías (y no me voy a meter con la historia porque si entramos en ese terreno ya no salimos más) son aparentemente pasado. Deberíamos decir que hablan del pasado. Pero lo hablan desde un presente que va tamizando los documentos, las fotografías, las cartas, los recuerdos, los diarios íntimos, las confidencias, hasta volverlos claramente futuro que se vuelca en la palabra y esa palabra es siempre ambigua. No sabemos, no sabremos nunca, lo que significaron en su momento esos materiales, esos restos de vida que se nos presentan como marmóreos, inamovibles y veraces.

Pero tampoco sabremos nunca lo que significaron, cómo se leyeron esos cuentos y esas novelas que hoy leemos y que fueron escritos hace años o siglos. ¿Qué dice La Cartuja de Parmal Lo sabemos perfectamente y si no lo sabemos ahí está la crítica académica para informarnos. Pero, ¿qué decía La Cartuja de Parma cuando fue escrita? ¿Cómo se leyó? ¿Qué dijo en realidad Parménides en sus escritos sobre la naturaleza? ¿Que el ser es uno y continuo? ¿Que el río es siempre el mismo? Y eso, ¿qué significaba en el siglo quinto antes de Cristo?

Todo esto suena bastante descorazonador, pero en realidad es apasionante. Significa que nos queda mucho por aprender, por pensar y por reflexionar. Significa que Kafka y Virginia Woolf y Parménides y Cervantes y Shakespeare y Stendhal y Verne y Victoria Sackville-West nos siguen hablando a través de dos tiempos: el que ha pasado desde que escribieron y el tiempo intrínseco de cada obra escrita por ellas y por ellos.

Ninguna obra del pasado puede leerse hoy tal como se leyó en el tiempo de su escritura. Pero a medida que leemos en el tiempo en el que nos toca, vamos aprendiendo a preguntarnos sobre el tiempo que no nos tocó y en el cual se movieron Hamlet, Sancho Panza, los hijos del Capitán Grant, Alicia, Obi Wan Kenobi, Montrésor y Lady Windermere.

Esto es más que evidente cuando emprendemos la lectura de, de qué obra ha de ser sino de En Busca del Tiempo Perdido.

Ningún otro texto, salvo quizás alguno de Philip Dick, ha emprendido la tarea de tratar de trazar un mapa del tiempo vivido. No es fácil poner el tiempo en palabras. No es fácil poner ninguna pasión en palabras, y el tiempo es una pasión inasible que sin duda va desde el pasado en un comienzo que es sombra, hasta el futuro en la muerte que también es una sombra.

Entre los dos hay un engañarse constante y continuo puesto que en el presente ya no sabemos con seguridad lo que fue el pasado y tampoco sabemos si habrá futuro. En Busca del Tiempo Perdido trata de recomponer esa historia magra, tortuosa y traicionera y para eso viaja hacia atrás enancado en sensaciones, sentimientos, olores, voces, árboles en la tarde, la fragancia del té y, por supuesto, personajes. Es una obra monumental y al mismo tiempo íntima y frágil como los momentos de los cuales está compuesta.

Esos momentos son considerados sagrados por el autor. Él sabe de antemano que le va a ser imposible recuperar el tiempo perdido, el tiempo que ya ha pasado y al que es inútil conjurar. Pero también sabe que cada uno de esos momentos-instantes fue y sigue siendo inviolable, puro y tan cierto como el intangible presente. Proust no inventa nada. Toda su vida está desplegada en la obra, sólo que no es la suya una búsqueda de la verdad ni de una verdad personal recóndita sino una búsqueda del instante y de los instantes que componen una vida. Y de esa vida habitada por quienes estuvieron cerca de él. Por lo tanto si bien es cierto que no inventa, también lo es que lo deforma todo. Está ahí, su vida, pero es una vida otra, una vida marcada por y para la novela, para lo narrado, para el tiempo puesto en palabras.

Si logra su propósito (y no hay duda de que lo ha logrado ya que Combray y Charlus y Albertine siguen viviendo para cada uno de nosotros) nada se habrá perdido y el tiempo será pasado pero estará para siempre ahí, en las manos de alguien que lee, en el recuerdo de alguien que ha leído, en el interés de alguien que querrá leer.

No hay necesidad de decir que En Busca del Tiempo Perdido inaugura toda una era del género novela. Si Genji Monogatari fue el germen de la novela moderna y El Ingenioso Hidalgo su cima, la obra de Proust encamina toda una corriente narrativa que mantiene su vitalidad a través de los años y que no cesa de renovarse una y otra vez con cada lectura precisamente porque está bañada como en luz por la pasión del tiempo. No es que nos diga que el tiempo no pasa; es que nos dice lo contrario: el tiempo pasa y sigue estando allí. Todo muere pero sigue viviendo siempre que se pueda ponerlo en palabras. Las palabras, dice Proust, o no lo dice pero es posible leerlo entre líneas, pueden encumbrar el recuerdo y volverlo vivo como un gato o una muchacha en flor. Las palabras, dice, son lo que más proximidad tiene con respecto al cuerpo del tiempo. Las peligrosas, punzantes palabras pueden dar vuelta el tiempo como si fuera el guante de una cortesana en el salón de Madame Verdurin, y hacer que los límites se borren, que el pasado vuelva a existir, que la precariedad del instante se instale como el ser continuo y único del poeta filósofo, que lo que no ha pasado por el tiempo luche para instalarse allí y que lo que ha sido huella sea otra vez estruendo.

Lo contrario o por lo menos lo diferente sucede en las novelas-río en las cuales quien escribe da por sentado el tiempo. Las cosas suceden indefectiblemente cada una con y en su tiempo. La peripecia sigue marcando los instantes y si bien se conceden diferentes tiempos para cada inflexión del texto, diálogo, aventura, reflexión, sorpresa o lo que sea, en ningún momento <="" div="">

Eso no quiere decir que la autora o el autor no tenga en cuenta el tiempo, pero ¿qué tiempo? El del ritmo por ejemplo. Un texto narrativo tiene un ritmo propio, que puede ser pausado y engañosamente sereno como en digamos Juan Rulfo, o puede ser vertiginoso y en carrera como en Raymond Chandler. Quien escribe sabe perfectamente cómo se produce ese ritmo que va escandiendo el tiempo en el cual se despliega el bordado de la narración, y sabe que es imprescindible si se quiere mantener la tensión de lo que se cuenta.

Un texto narrativo tiene además una extensión, un tiempo externo a sí mismo, que se da a veces naturalmente por imposición del mismo texto, a veces artificialmente por esfuerzo o decisión de quien escribe. Ese tiempo externo, aunque lo sea, influye sobre el tiempo interno de lo que se narra. No es lo mismo planear un cuento que una novela. No es lo mismo planear un cuento largo que una novela corta. Y a veces, yo no creo mucho en eso pero hay quienes dicen que sucede, a veces un cuento se convierte en una novela o lo que debió haber sido una novela termina por ser un cuento más o menos largo.

Todo eso depende no del tiempo en general y con mayúsculas, no del padre Cronos, sino de los tiempos, los tiempos pequeños, internos, externos, sumidos o intempestivos, que van acorralando a quien escribe y que pueden con mucho trabajo, paciencia y aprendizaje, manejarse a voluntad.

Pensemos ahora en otro monstruo de la novela. Ya hablamos poco o mucho de Proust y de Kafka. Hablemos ahora de Balzac.

La Comedia Humana se despliega en una montaña de novelas, noventa para ser exacta. Noventa novelas son muchas novelas y escritas en una vida no muy larga, cincuenta y un años, son más novelas todavía. El tiempo va y viene a través de las noventa novelas de La Comedia Humana. Va y viene según las vidas de los personajes. Se cuenta algo de un grupo de esos personajes en una novela que empieza acá y termina allá. Pero hay otra novela en la cual encontramos a algunos de esos personajes formando parte de otro grupo o de otros grupos, en una novela que es otra y que empieza a la mitad de la anterior y se extiende mucho más allá del final de aquélla y en la que se narra o no, parte de la novela que ya fue pero, claro, de otra manera, porque es la misma novela pero es otra. Si no se comprende esto, si no se está dispuesta a encontrar episodios y personajes de otras novelas que son la misma, haciendo las mismas cosas pero otras en textos diferentes e iguales, se pierde una la mitad del goce de leer a Balzac.

Y las hay que nada parecen tener que ver con ninguna de las otras ochenta y nueve y en las cuales de pronto irrumpe otro tiempo, anterior o ulterior o paralelo al de alguna de las novelas que ya leímos. Quizá no sea más que un momento, un episodio aislado; quizá sea una serie de capítulos, pero ese tiempo intrínseco es parte del que planea por sobre toda la Comedia. No es otra novela, nos dice el señor de Balzac, no te engañes, es la misma, sólo que vista desde otro momento.

Toda La Comedia Humana se desarrolla en un tiempo mixto, complejo, que se adelanta y retrocede, que se vuelve sobre sí mismo, que se borra y reaparece, que trae muerte y desolación y amor y dolor y resurrección y canalladas y pasiones y hasta felicidad (a veces). Y el tiempo externo, ergativo, en el cual se planeó y se plasmó, no ocupó más de treinta, treinta y cinco años como mucho. Es un poco más que sorprendente: es casi milagroso. Es como si el tiempo, el verdadero tiempo que nos asiste a todas y a todos, se hubiera plegado a la pasión de escribir que sentía el gordo señor de Balzac y hubiera contenido noventa años, uno para cada novela, en treinta años.

¿Por qué no lo milagroso si ahora llegamos a la cereza del postre? Una (yo, por lo menos) deja siempre para el final lo que más le gusta. Cuando a una le sirven en una comida un plato especial y una ve que tiene un ingrediente o una parte que es lo que más le gusta comer en esta vida, empieza a comer todo lo que hay alrededor y va dejando eso, ese pedacito excepcional, para el último bocado, para ponerlo en la boca y aplastarlo entre la lengua y el paladar, y respirar hondo para no perderse nada, y masticarlo despacio y tragarlo como al néctar y ambrosía de las fiestas de los dioses.

Estoy hablando de las paradojas del tiempo. Pocas cosas hay más atractivas que la coexistencia de ideas contrarias en una sola frase, la paradoja. Hay un libro entero sobre esto, un libro de cuentos de Chesterton que se llama Las Paradojas de Mister Pond cuya lectura recomiendo calurosamente. Pero Chesterton no habló de las paradojas del tiempo: habló de las paradojas de la mente humana que son tan interesantes como las del tiempo. Es más, hay quienes dicen que la verdadera tarea de escritoras y escritores es la de poner en contacto ideas, sensaciones, impresiones que parecen no tener que ver nada unas con otras. Es decir, paradojas. Que pueden ser implícitas o explícitas.

En los casos de los que quiero hablar se trata de paradojas explícitas del tiempo. Parece que el señor Hawking sostiene que teóricamente, teóricamente, el viaje por el tiempo es posible. Y aquí una pequeña boutade: Damon Knight dijo una vez "¡Pero claro que el viaje por el tiempo es posible! Sólo hay que seguir viviendo”.

Pero aparte de eso, que es muy divertido y muy alentador, hay ciertos escritores y ciertas escritoras para quienes el viaje por el tiempo es teórica y prácticamente posible y que han escrito libros maravillosos sobre el tema.

Están quienes viajan por el tiempo a voluntad o gracias a dispositivos especiales. Están los tiempos paralelos. Están los tiempos arborescentes. Están las variaciones y las combinaciones de esos tipos de desplazamientos a través del tiempo.

Cada una de esas novelas, o de esos cuentos, tiene además sus tiempos, intrínsecos y externos de los que ya hemos hablado. Pero por otra parte su tema y exclusivo es el tiempo, no a la manera de Proust, no como esa sucesión de vida, sino como elemento concreto al que puede manejarse o que puede hacer de nosotros lo que se le antoja. Lo cual, yendo más lejos, es la pura verdad, con la que no me voy a meter porque me da un poco de miedo.

Uno o dos cuentitos sobre estas paradojas, como para calentarse la boca antes de comer el manjar, y terminamos porque el tema es tan extenso que resulta inasible.

Cuando se habla de viajes por el tiempo, en el primero en el que se piensa es en Herbert George Wells. Yo tengo una debilidad especial por Wells, del que Verne decía con cierto desprecio: "Yo aplico la ciencia; él la inventa”. Y tengo debilidad por Wells justamente por eso, porque se larga a la pileta sin averiguar si hay agua, porque se lo inventa todo. El libro de Wells sobre el viaje por el tiempo es ya un clásico y las películas que sobre él se hicieron, también. Pero hay que confesar que son de una ingenuidad enternecedora.

Cuando se ha leído a Delaney, a Philip Dick, a Heinlein y a otros monstruos que hablaron del tiempo, Wells adquiere otra dimensión. Porque de lo que se trata no es solamente de ir hacia atrás o hacia delante en el tiempo sino de ver cuáles son las consecuencias de violar las leyes del ayer y del mañana.

Paradoja fundamental: si me voy al pasado y mato a mi abuelo antes de que se case con mi abuela, no nazco nunca, no existo. Pero si no existo, ¿quién es el que va al pasado a matar a mi abuelo? Si no existo, nadie va al pasado y mi abuelo se casa con mi abuela y tienen hijos y yo soy uno de los hijos de los hijos y por supuesto, existo. Si existo, soy el que va al pasado y mata a su abuelo, y así sucesivamente.

Otra más: soy varón, hijo de padre desconocido. Voy al pasado a averiguar quién se acostó con mi madre y me engendró. Busco a mi madre y mientras tanto conozco a una muchacha, tenemos un romance, me acuesto con ella y engendro un hijo y esa muchacha que cambió de nombre y de ciudad cuando supo que estaba embarazada, fue mi madre y yo soy mi propio padre.

Si seguimos con los ejemplos podemos llenar páginas y horas, así que repasemos algunos más para no ocupar más tiempo en el tiempo.

Veamos: hay un cuento de Bradbury. Bradbury no es uno de los amores de mi vida; me resulta blandito, romanticón y hasta moralizante. Pero escribió por lo menos un libro espléndido y algunos cuentos muy buenos. Hay un cuento de él en el cual narra cómo es posible hacer turismo hacia el pasado. Usted puede irse a Cancón si quiere, pero es mucho más interesante irse al precámbrico y ver el mundo desierto o a la era de los dinosaurios, o antes aun y después volver a casa y mostrarles las fotos a los amigos. Hay agencias que ofrecen esos viajes. Eso sí, hay que ir preparados a seguir las instrucciones del guía. En aquellos lejanos tiempos en los que los dinos corrían por las praderas, se habían marcado senderos para los turistas ya que un error podría comprometer el futuro. Un turista contrata una excursión porque quiere matar un tiranosaurio (hay gustos para todo). Se elige el ejemplar, le adjudican un guía y un itinerario y por fin se encuentra, rifle en mano, frente al monstruo; pero cuando lo ve abalanzarse hacia él pierde el control y retrocede espantado. El guía dispara y mata al animal. Ahora, al retroceder, el turista pisó una mariposa, una mariposa que estaba fuera del itinerario ya marcado para su paso. Y por lo tanto cuando turista y guía vuelven al mundo de hoy, todo ha cambiado. Todo. Si la mariposa hubiera seguido viviendo no hubiera pasado nada pero su muerte desencadenó una serie de modificaciones que terminaron en un mundo que ya no es el nuestro.

Vamos con dos ejemplos argentinos. Un cuento de Bioy Casares que se llama La Trama Celeste. El mundo suele desmayarse de admiración ante La invención de Morel, que es un cuento mediocre, previsible, convencional y artificioso. Pero La Trama Celeste es un cuento genial y poco conocido vaya una a saber por qué. Un aviador probando un prototipo, ejecuta una serie de maniobras que lo llevan a aterrizar en un mundo que cree el suyo, que se parece mucho al suyo, pero en el cual las diferencias, casi ocultas, lo llevan al borde de la muerte. Está viviendo en un tiempo paralelo en el cual Cartago nunca fue vencida y los celtas no existieron. Por lo tanto el tipo se mete en unos líos espantosos buscando calles que no existen y hablando con gente que lo toma por espía, hasta que consigue revertir los gestos de su viaje por el tiempo paralelo y volver a su mundo de verdad.

Magdalena Mouján Otaño escribe un cuento estupendo que se llama Guta Gutarrak, que en vascuence quiere decir Nosotros y los Nuestros. Hay una familia de vascos que se pregunta, como tanta otra gente, por el origen de los vascos. Viven en un pueblo y los chicos de la familia son pequeños genios que diseñan una nave para viajar al pasado y descubrir ese origen. La nave se llama Pimpilimpausa que quiere decir Mariposa. Mientras la están probando, con todo el pueblo alrededor comprendiendo los parientes, los pobladores, el cura, los visitantes y hasta los perros, Pimpilimpausa se pone en movimiento y en su campo de acción se lleva a todos consigo. Retroceden en el tiempo y ya que están van parando en siglos atrás a ver si descubren el origen de la nación vasca. Y nada y nada. Hasta que Pimpilimpausa se agota y ya no pueden seguir hacia atrás. Bueno, no importa porque están a millares de millones de años de nuestro tiempo. Y se quedan ahí y el cura casa a las parejas jóvenes que tienen nenes y nenas, los viejos se mueren, los jóvenes crecen, las perras tienen perritos, y siguen viviendo y son ellos mismos quienes dan origen a la nación de los vascos.

Uno más, acerca de un tiempo que está ahí pero que ignoramos. Sucede aquí, ahora, en nuestro propio tiempo. Un estafador berreta anda huyendo de la policía. Tiene que esconderse en alguna parte y no tiene ni casa ni dinero. Entra en conversación con una pareja joven y se pone misterioso y los intriga hasta que le preguntan de dónde es, quién es, qué hace, por qué es tan raro, esas cosas. Se hace el que no puede decirlo y logra que lo lleven a su departamento. Allí ejecuta una serie de gestos absurdos hasta que se ve "obligado” a confesar que es un agente de la Policía Espacial y Temporal del Imperio Galáctico y que anda tras un terrorista al que tiene que atrapar. La pareja le cree y admirada lo aloja y lo protege y él hace como que se comunica con la Policía Galáctica y lo pasa bomba, comiendo y durmiendo y viendo tv y haciéndose pasar por personaje. Un día tocan el timbre, entran tres tipos y se lo llevan a la rastra. Lo dopan y cuando vuelve en sí está en un lugar rarísimo en el cual un tribunal lo acusa de haberse hecho pasar por Policía Galáctico, cosa que como todo el mundo sabe es un delito grave, y los policías galácticos que lo han apresado declaran en su contra mientras el juez del Tribunal Galáctico lo mira con desaprobación. Se desmaya y termina el cuento.

Y el último, al que no me puedo resistir porque me resulta muy conmovedor, también sobre tiempos paralelos. En un futuro no muy lejano, los yanquis (cuándo no) mandan una expedición a las estrellas. Van tres astronautas en una nave sofisticadísima. Gracias al gran invento (literario) del hiperespacio, el viaje se hace rápidamente y sin inconvenientes y la nave llega casi a los confines del universo. Pero cuando emprenden el regreso se dan cuenta de que están perdidos en el espacio. Algo pasó, algo falló, vaya a saber, pero no saben siquiera en dónde están. Después de la terrible comprobación se resignan: saben que nunca van a volver. Que van a morir de hambre y sed y falta de oxígeno en el espacio. La nave sigue su curso y poco tiempo después se dan cuenta de que han vuelto, de que están en nuestra galaxia, de que entran al sistema solar y de que allá abajo se ve la Tierra azul y dorada. Les ahorro detalles: los reciben como héroes, es una apoteosis, desfilan en autos descapotables por la Quinta Avenida y la gente les tira flores y besos y el presidente de USA los condecora y todo eso. Abrazan a su mujer, besan a sus hijos, vuelven a sus casas. Y esa noche (es primavera) uno de ellos está en la terraza con su mujer tomando martinis y sintiéndose feliz y para que todo sea perfecto sale la luna, una luna llena blanca y brillante y ellos se besan. Y entonces él dice "¿Qué es eso?” La mujer le pregunta "¿Qué es qué?” "Eso”, repite él. Porque junto a la luna ha empezado a levantarse otra luna. "Eso es Duna”, dice la mujer, "la Luna y la Duna”, y sonríe y él se da cuenta de que esta en un tiempo paralelo en un universo paralelo. Va hasta el teléfono y llama a uno de sus compañeros:

-Hola -dice.

-Sí -dice el otro-, ya la vi.

Y ahí termina el cuento.

Los ejemplos son innumerables, y todos sumamente atractivos. Es la parte más interesante de la narrativa fantástica porque es la más realista de las narrativas ya que se trata nada más y nada menos que de una exageración, una torsión del tiempo en el que vamos viviendo.

¿Cómo asegurarse de que esta noche cuando volvamos a nuestras casas volvemos efectivamente a la casa de la que salimos? Es la misma, claro, pero ¿y si no es la misma? ¿Quién nos garantiza que el pasado del que creemos recordar todo fue tal cual lo pensamos? ¿Quién puede certificar que todo lo que hoy sabemos es lo mismo que sabíamos ayer? ¿Escribió realmente Proust En Busca del Tiempo Perdido? ¿Saldrá esta noche otra luna al lado de la que ya conocemos?

Y eso es todo. Tengan cuidado cuando salgan, fíjense por dónde caminan no vayan a pisar una mariposa o a encontrarse con agentes de la Policía Galáctica.

Rosario, 17 de junio 2005.