"Miedo en la soledad, miedo en la gente, la vida, peligrosa, la muerte, apresurada y belicosa” Quevedo “Pensar no es justificar o excusar lo dado sino inventarlo posible” Savater
Cuando mi amigo Oscar Fay me invitó a escribir estas líneas operó en mí como la célebre magdalena de Proust, desencadenando la evocación de múltiples fragmentos de memoria. Me veo, a bordo de un viejo tranvía, cruzar la Avenida Francia y divisar a lo lejos la silueta grácil y majestuosa de la Facultad de Medicina. Se me antojaba entonces una postal de París en el corazón de Rosario, remota, hermosa y cargada con la promesa jubilosa de ser médico.
No quiero cansar al lector con mis recuerdos. Sólo quiero contarle que, muchos años después, volví a entrar al Centenario por la calle Urquiza y al ver el engendro indescriptible que reemplazada al otrora hermoso frente se me ocurrió que era un símbolo de la Argentina de hoy.
¿Qué hicimos con la herencia recibida?. Conozco los múltiples intentos que se han hecho para establecer los límites entre la ética y la estética, pero a mí me resulta imposible separar del todo lo bueno de lo bello, lo sano y lo justo. Me parece fea y pobre la forma en que empleamos nuestra armoniosa lengua. Me parece horrible ver un niño sentado en la vereda y aspirando pegamento, una escuela sin luz ni calefacción o un investigador científico vendiendo recipientes de plástico a domicilio.
Los estados y las grandes corporaciones anónimas generan vastas burocracias que emplean la mayor parte de sus recursos en autoperpetuarse y condenan al hombre común a la serialidad, la cosificación y la alienación. La queja individual, nuestro deporte favorito, es un feo e inútil derroche de energías. El hombre es un animal gregario, un zoon politikon. El lugar en el que mejor vive, se expresa, enriquece y desarrolla es el grupo pequeño: la mesa familiar, la reunión amical, los equipos de trabajo, los clubes, las comisiones.
Las asociaciones civiles sin fines de lucro, constituyentes del llamado “tercer sector” al que pertenece la Fundación de la Facultad de Ciencias Médicas, son una respuesta idónea para la problemática que he planteado. La participación activa en estas organizaciones permite a sus miembros salir de la alienación y conciliar la antinomia “egoísmo-altruismo” (“miedo en la soledad, miedo en la gente”) generando un espacio propicio para la creatividad y la trascendencia, venciendo la impotencia y elevando la autoestima de cada uno mientras se mejora, simultáneamente, la calidad de vida de la comunidad a la que pertenecen.
Escribo en la noche del 28 al 29 de julio. Los medios nos dicen que mañana el Senado de la Nación va a decidir nuestro destino. No lo creo. El destino de un pueblo no está en las manos de un único grupo de personas, por más encumbradas que sean, sino en los miles de grupos pequeños que, en todo el país, cooperan para crear nuevas opciones.
No sé si era un buen hombre el remoto alfarero prehistórico que, trascendiendo la pedestre utilidad, grabó una guarda en su cacharro de arcilla, pero sí sé que fue bueno verla para el congénere que bebió de él. Y he utilizado la palabra “bueno” con absoluta premeditación porque, por encima del grado de belleza o perfección del dibujo, hay en la intención de adornar una consideración especial hacia el prójimo y la transformación del trabajo de pesada obligación en gozoso menester.
Sé que está en el ánimo de las personas que constituyen la Fundación de la Facultad de Ciencias Médicas promover una campaña para que el pueblo de Rosario le regale a la ciudad y al país la restauración del Hospital Centenario en el próximo Bicentenario. Hago votos para que el proyecto se realice, comprometo mi contribución y espero que tenga una hermosa guarda.

Septiembre de 2001.Dr. Isaac Abecasis