Por Roberto Ítalo Tozzini
Andalucía es una de las regiones más extensas de España. Tradicionalmente, de las más áridas y pobres. Pero no siempre fue así: ahora está dejando de serlo. La belleza de sus paisajes, el calor de su sol y el azul de su mar, permanece desde siempre.La historia menciona a Córdoba algunos siglos antes de Cristo, como capital de Hispania, la principal colonia Romana. Allí nació Séneca, filósofo estoico y preceptor trágico de Nerón. La colonia, vuelta cristiana poco después, se mantiene 7 siglos y en el 719, los califas de Damasco, instalan en Córdoba a los emires de AL Andalus (origen de del término Andalucía). Luego Abderrahman III se independiza de Damasco, proclamando el Califato de Córdoba y en los tres siglos siguientes, la ciudad crece vertiginosamente, transformándose en el centro cultural más importante de Occidente, que estaba sumido en el comienzo de su edad media. Se destaca el desarrollo de la Universidad y el apoyo a las artes, con una aceptable tolerancia entre musulmanes judíos y católicos, favoreciendo el progreso social. Florecen sabios como Aberroes, Maimónides, médico y filósofo, y grandes figuras del pensamiento universal. Finalmente, Luis de Góngora, poeta barroco ha sido uno de los hijos célebres de la ciudad.
El siglo XIII trae la reconquista cristiana y en cierta forma, la decadencia progresiva de la gran ciudad. La guerra genera pobreza y ésta declinación cultural, mientras otras regiones o ciudades se vigorizan por la gran aventura del descubrimiento americano y en este sentido, Sevilla, que un siglo atrás ya había superado a Córdoba como principal ciudad andaluza, es una de las grandes beneficiadas.
Hoy día Córdoba es una ciudad mediana, de unos 330.000 habitantes, un tanto fuera de las rutas principales de Andalucía, al punto que las autopistas que la unen con Málaga y con Sevilla, fueron las últimas en construirse, inaugurándose recién en el siglo actual, cuando miles de kilómetros de autopistas y buenas carreteras ya unían desde varias décadas atrás los otros puntos turísticos y ciudades de la región. Ese aislamiento postergó muchas veces mi visita a Córdoba y en mi primer viaje, al comienzo de la nueva centuria, con la autopista a medio hacer y varios desvíos, recordaba el poema de Federico García Lorca, memorizado en el colegio Nacional que decía: “Córdoba lejana y sola / Jaca negra, luna roja/ y aceitunas en mi alforja/ Aunque sepa los caminos/ yo nunca llegaré a Córdoba./ ¡Ay qué camino tan largo!/ ¡Ay mi jaca valerosa!/ ¡Ay que la muerte me espera/ antes de llegar a Córdoba!/ Córdoba lejana y sola.”
Si bien confiaba en que los lamentos de la “Canción del Jinete” no se cumplieran, coincidía con Martha en que era dificultoso aún en auto llegar a Córdoba.
Pero cuando finalmente llegamos, la ciudad somnolienta en el estío, nos encantó por los tesoros que guarda, por su paz, no interrumpida por un exceso turístico y ´por la belleza de sus casas andaluzas, sus rejas trabajadas y particularmente sus patios engalanados con flores y plantas, sea en tierra o en macetitas colgadas de las paredes o en grandes macetones, brindando colorido y frescura a esos espacios amplios de convivencia. La periferia se ha industrializado y crecido en actividad comercial en los últimos años, pero el casco viejo, la Córdoba mora, la judería, los andaluces originarios siguen allí, conservando sus tradiciones centenarias.
Viniendo desde el sur, atravesando el puente romano que cruza el Guadalquivir y pasando la torre de Calahorra, buscamos un garaje para estacionar el auto y comenzamos con nuestra recorrida ya programada. Debo señalar que el ingreso desde el sur se facilita utilizando el puente, evitando las indicaciones del GPS. En el último viaje, nuestro nieto político insistió en usarlo y llegamos maltrechos a la Mezquita, a través de un laberinto de callecitas cada vez más angostas, al punto que el pequeño auto, rozaba las paredes y casi no podíamos realizar los giros. Fue toda una experiencia, pero desagradable por cierto.
Nuestra primera visita fue la del Alcázar que se había reabierto al público recientemente. No es éste un Alcazar musulmán, sino realizado por Alfonso XI y completado por los reyes Católicos. El original con la fina artesanía árabe estaba frente a la Mezquita, en el lugar que ocupa hoy el Obispado y otras oficinas religiosas y sus jardines se extendían hasta el castillo o palacio que ahora describo. Básicamente, su construcción fue impulsada por Alfonso XI a comienzos del siglo XIV, para favorecer sus encuentros con su amante, Leonor de Guzmán, quien le brindó 10 hijos no reconocidos. Los reyes católicos completaron y ocuparon el lugar posteriormente y allí se produjo el primer encuentro de los soberanos con Cristóbal Colón, que buscaba apoyo a sus grandes ideas de viajar al poniente y llegar al Asia en barco.
El castillo en sí es un edificio fortificado, de forma rectangular, con altas murallas y cuatro torres en las respectivas esquinas (llamadas de los leones, la inquisición, las palomas y homenaje). Las torres permiten el ingreso y desde su extremo superior, las vistas del entorno cordobés resultan agradables. El castillo encierra ambientes y terrazas en forma alternada y sigue un muy bello parque en dos niveles de patios, con la habitual presencia de fuentes y profusión de agua, vegetación y flores, legado de las costumbres árabes. Un conjunto escultórico de tres figuras, recuerda aquí el encuentro de Colón con los Reyes Católicos de España. En una de las salas se expone un sarcófago romano del siglo III y se ven bellos mosaicos. También se visita una pequeña capilla gótica pero la impresión general del edificio es austera, casi pobre, sin la filigrana artesanal que adorna los palacios musulmanes y tanto atrae a quien los visita. La evolución del castillo en el tiempo no fue decorosa. Se lo utilizó como sede de la terrible Inquisición, abundando en su interior las torturas y condenas atroces. Terminado este cáncer de la religión pasó a ser una cárcel y recién en el siglo XX, comenzó su recuperación. Ahora la paz y las visitas guiadas reinan en sus ambientes vacíos.
Saliendo de la fortaleza, frente a una plaza arbolada, caminamos un par de cuadras en dirección al río, pasamos por la sede del Obispado que ya mencionamos y antes de doblar hacia la izquierda nos enfrentamos con un elegante monumento que adorna la plaza de la catedral mezquita.
Doblamos hacia la izquierda y ahora sí, enfrentamos una extensa construcción, de varias manzanas, que alberga uno de los monumentos más extraordinarios que, a mi juicio, ha perdurado de los tiempos del dominio árabe en España: la gran Mezquita, transformada luego de la reconquista en la Catedral-Mezquita. Es un magnífico legado, una perla única, que por sí sola, bien vale las fatigas de cualquier visita a Córdoba.
La mezquita original fue agrandada por sucesivos sultanes, no sólo en superficie, sino también en altura, agregando sus arquitectos un segundo arco que se monta sobre el de base, siendo el impacto visual de esta verdadera selva de columnas y arcadas en herradura finamente trabajadas, de una belleza extraordinaria. Las columnas son blancas, y en las arcadas alternan segmentos rojos y blancos que se repiten por miles.
El enorme paredón exterior encierra todo el recinto que consta del minarete que luego se transformó en campanario, el patio de los naranjos y la mezquita en sí. El muro perimetral se compone de grandes lajas de piedra de tono marrón amarillento, interrumpido por columnas cuadrangulares que sobresalen de su superficie con una altura de 15 a 20 metros. Las paredes terminan con un almenado triangular y festoneado característico. Además en su parte frontal, entre las columnas, se abren grandes puertas enmarcadas en mosaicos rojos y adornos de columnas y arcos en herradura que ahora permanecían cerrados. Entre ellas, se destaca la Puerta del Palacio. Su extensión tanto en su frente como en el lateral debe rondar los 200 metros aunque no pude obtener precisiones. En otros puntos, se observan balcones superpuestos en tres niveles e incluso, encontramos una capilla dedicada a la virgen de los faroles, cuya luz durante la noche, le brinda encanto a este rincón de la parte norte que se ha adosado a segmentos bajos del muro.
Ingresamos por la Puerta del Perdón, lateral al minarete levantado bajo dominio árabe o al campanario barroco que se transformó después, para recorrer brevemente el clásico patio de los naranjos y el aljibe de Almanzor. A la Mezquita se entra por la esquina derecha o Puerta de las Palmas ya que todas las otras Puertas, fueron cerradas. El espacio que se continúa con la puerta, corresponde a la nave central de la mezquita primitiva y es más ancha y artesonada. Los fieles se postraban para orar frente a la Kibla o muro orientado siempre en dirección a la Meca y donde se encuentra el mihrab, verdadera joya de la mezquita, decorada con la mayor suntuosidad. No hay imágenes pero sí escritos árabes tomados del Corán. Está precedido por un recinto revestido con mosaicos dorados y objetos preciosos, destinado al Califa, llamada macsura.
Esta gran estructura de atractivo impar, luego de la reconquista católica fue modificada con la instalación de una catedral en el centro de la mezquita, cerrando todas las salidas al patio de los naranjos, pero, afortunadamente, sin alterar su aspecto básico. Los mejores artistas y constructores de su tiempo realizaron la obra, agregando una profusión de capillas e imágenes cristianas en todo el recinto. El resultado fue una curiosidad híbrida que aún conservaba su belleza, pero que al decir del rey Carlos V, muchas veces citado, “se había destruido lo que no existía en ninguna parte, para construir algo que puede hallarse en cualquier lugar de Europa” No obstante, la catedral con elementos góticos y renacentistas está muy bien lograda con hermosos púlpitos y sillería.
Creo no exagerar al decir que este lugar por su importancia es una suerte de Capilla Sixtina sin imágenes, para la fe de los musulmanes, por lo que un recorrido por Andalucía es incompleto si no incluye la Mezquita–Catedral cordobesa.
Pero aquí no se agota el atractivo de esta ciudad tan rica en historia. Sobre su lado oeste las viejas casas andaluzas encierran callecitas estrechas y serpenteantes formando un núcleo histórico en red, silencioso, cerrado en sí mismo, sin prisas ni tiempo, agradable para recorrer a pie o en cabalgadura, moto o bicicleta, pero no con 4 ruedas como lo señalara.
Apenas más al noroeste nos encontramos con la judería que siempre mantuvo su presencia gracias a la actitud benigna de los Califas hacia los Hebreos a diferencia de su expulsión violenta que ocurrió en otras ciudades. Aquí abundan negocios y restaurantes que alternan con casas típicas del sur de España, la blanca pintura impecable, las bellas rejas trabajadas y flores, muchas flores para adornar los frentes y patios interiores. En general, las puertas están abiertas y uno puede curiosear esos patios floridos que lucen como en ningún otro rincón de Andalucía. Un poco más adelante, avizoramos la sinagoga, que aún conserva sus rasgos medievales. Muy cerca está el Zoco con múltiples tiendas de artesanías y donde funciona un tablao flamenco en los meses de verano. Otros lugares que no recorrimos, incluyen un Museo Taurino, el arqueológico y el Palacio de Viana, un poco a trasmano de nuestro camino a pie.
En los últimos años, parece muy recomendable la visita, en las afueras de la ciudad, de la Medina de Azahara, que fue construida por Abderrahman III en el siglo IX como una bella ciudad de su dinastía. Sin embargo, poco después, una sublevación de los Bereberes, que fueron mano de obra de su construcción, determinó la destrucción total de palacios y residencias. Hoy día, excavaciones han rescatado parte de ese brillante legado e incluso UNESCO la ha declarado patrimonio de la humanidad.
Y nos alejamos de Córdoba, “lejana y sola”, luego de cuatro jornadas separadas por el tiempo y aún con mucho por ver. Por ello, mi consejo es un mínimo de dos noches en el lugar para no perderse parte de lo mucho que Córdoba puede dar a quien desea disfrutar de los monumentos históricos, la tranquilidad y la buena gastronomía.