El Dr. Roberto Nicholson nos expone su opinión sobre el significado de ser maestro en una escuela de medicina

En julio de 1994 tuve el honor y el privilegio de que LA NACION publicara un artículo mío sobre "El profesor universitario". Eran tiempos de bonanza económica, aunque el desempleo ya era alto. "Tristes épocas en que la acción dificulta el pensamiento." Esto sostenía el excelente manifiesto de los jóvenes de la Reforma Universitaria desde Córdoba, el 14 de marzo de 1918. Vuelve a darse la misma situación. Por eso presumo que el lector me agradecerá que lo saque unos minutos del corralito, del dólar, de la renovación de ministros, de los secuestros, del malhumor, de la agresividad. Mientras pasa el chubasco, levantemos la mirada. .La diferencia entre ciencia y sabiduría es la misma que va del profesor al maestro. La ciencia es, según el diccionario, "el conocimiento cierto de las cosas por sus principios y sus causas". El científico es el que más y mejor ha acumulado conocimientos. Es el que investiga para la búsqueda de la verdad, aunque no llegue a encontrarla. Lo importante no es llegar al final, sino recorrer el camino. Es el esfuerzo, la persistencia, el empeño en vencer todas las dificultades. Son caminos difíciles, tortuosos, con numerosas bifurcaciones, que a veces no tienen premio. El punto fundamental es no bajar los brazos, no dejarse vencer. El premio no es económico: es el ejemplo para los que vienen atrás, que podrían aprender que la pesquisa para la búsqueda del bien está sembrada de dudas que es necesario superar. .El diccionario define la sabiduría como "la conducta prudente en la vida o en los negocios", es decir que está guiada por la prudencia, igual que la ética. Dice el Libro de la sabiduría: "En la familiaridad con la sabiduría está la inmortalidad; en la amistad, un gozo honesto; en el trabajo de sus manos, inagotables riquezas, y en su trato asiduo, la prudencia" (8, 17-18). De ella dependen, entonces, la ejemplaridad, el sentido de la justicia, la ecuanimidad. .El proceso aprendizaje-enseñanza comienza con aprender a aprender, sigue con el de aprender a enseñar, enseñar a aprender, y finalmente, enseñar a enseñar. Así lo señalé en mi artículo de hace ocho años: "Como una escuela, la Universidad es el semillero; para estimular la sabiduría, la excelencia, más que la ciencia o la técnica, a fin de que el alumno asimile los conocimientos con su propia reflexión; ésta debe ser para el profesor su profunda vocación, algo así como desprenderse de lo que uno tiene de lo más profundo para depositarlo en el otro, como una llama sagrada". .Responsabilidad social .Tuve el privilegio de tener buenos profesores. Al ingresar en el Hospital de Clínicas como alumno, en 1944, los jefes de cátedra eran, en clínica médica, Ernesto Merlo, Mariano Castex y Tiburcio Padilla; en cirugía, José Arce y Oscar Ivanissevich; en las especialidades, Eliseo Segura, Juan Carlos Ahumada y Juan P. Garrahan. En Córdoba, los Orgaz. En Rosario, Staffieri. Piense lo que significa la guía de esos valores. Eran excelentes profesores; sin embargo, no todos fueron maestros. No haré ahora un juicio de valor. Tal vez en estos tiempos los jóvenes actuales no tengan espejos donde mirarse. ¿Podremos recuperarlos? .Algunos de mis maestros no eran profesores titulares. Esteban Ochoa, Luis Ayerza, Guillermo Basombrío y Juan Agustín Etchepareborda me guiaron en el camino de la medicina. Mis estrellas clave fueron dos. Una fue mi padre, Edgardo Nicholson, al que algún importante profesor de ginecología me pidió que no siguiera tanto: consideraba un error ser tan intransigente con sus exigencias por la justicia y la verdad. Le contesté que ésa era su mejor enseñanza y que seguiría tratando de imitarlo. La otra estrella fue Bernardo Houssay, que aborrecía el ingreso irrestricto y por eso seleccionaba por concurso a veinte alumnos, a los que enseñaba personalmente. Tuve la oportunidad de integrar esa comisión en 1943. En octubre de ese año, el régimen militar que impulsó al peronismo lo expulsó de la Universidad. Pocos años después, recibió el Premio Nobel, que la Universidad no pudo compartir. Sus discípulos más distinguidos, Eduardo Braun Menéndez, Luis Leloir y Virgilio Foglia, también fueron verdaderos maestros: humildes, disciplinados, prudentes. Y no puedo olvidar que Luis María Baliña, profesor de dermatología, fue maestro de mi vida. .El presbítero Rafael Braun ha dicho alguna vez (Nicholson, R., y Novelli, J. E., II Reunión de Profesores de Ginecología de la República Argentina, 1989) que el docente universitario debe tener tres características: ser maestro, investigador, y certificador académico y profesional. Al crear y reconocer el papel de profesor, la sociedad y sus miembros esperan que el docente responda ante ellos, dé cuenta ante ellos del desempeño de su función, y además que "mientras el profesor enseña con palabras a un auditorio unipersonal, el maestro entabla con sus discípulos una relación de ejemplaridad e imitación. El maestro no se limita a transmitir un saber. Un maestro verdadero es maestro de conducta". .En el seminario "Nuevos métodos pedagógicos", dictado para profesores de la Facultad de Medicina, en la Escuela de Salud Pública durante el decanato del doctor Osvaldo Fustinoni, aprendí dos principios que he repetido muchas veces en mi vida: que por el lugar que ocupamos como profesores somos agentes de cambio y líderes de la comunidad. Dos conceptos que son fundamentales. El primero implica que no sólo hay que aceptar los cambios, sino que también hay que propiciarlos y apoyarlos. Hoy más que nunca. Finalmente, recordemos que los profetas del Antiguo Testamento eran los que mejor interpretaban "el signo de los tiempos", bajo la inspiración de Yahvé Dios. .Enseñar la libertad .El segundo, el ser líderes de la comunidad, marca en verdad el enorme compromiso que tenemos con la sociedad. Se nos ha designado para servirla, para buscar la perfección, buscar la verdad, enseñar la libertad, practicar la justicia. Trabajar por el bien común. Como Salomón le respondió a Yahvé cuando éste le preguntó: "Pídeme lo que quieras que te dé". "Concede a tu siervo un corazón que entienda para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal" (I Reyes, 3,9), fue su respuesta. ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre profesor y maestro universitario? Para ser profesor se requiere una superación permanente. Tendrá una seguidilla de concursos, en los que deberá demostrar que es mejor que sus adversarios. Tendrá que ser creativo, original. En mi larga carrera, que comenzó a los diecisiete años como ayudante de cátedra de anatomía, los he visto buenos y malos. Algunos creen que arribar a la cátedra es un premio. No dan nunca clase: ésa es tarea de los auxiliares. Los alumnos los conocen el día del examen. Se encierran en su escritorio, dan órdenes, conversan con sus subalternos. Son políticos. Total, ya llegaron. Tal vez busquen el rédito económico por su figuración académica. También los he conocido muy buenos: transmiten lo que saben, preparan su clase -que es distinta de la del año anterior-, son guías para sus alumnos, que admiran sus conocimientos, su dicción, hasta su elegancia en el decir. Por fin, hay otros, muy buenos en verdad, que no saben transmitir la enseñanza: muestran pero no inducen a ver. .El maestro tiene que ser virtuoso. "El fruto de sus esfuerzos son las virtudes, porque ella enseña la templanza y la prudencia, la justicia y la fortaleza, y nada es más útil que esto para los hombres en la vida" (Sabiduría, 8,7). La virtud, según Santo Tomás, es "el hábito de hacer el bien". Entre esos valores está el ansia de superarse, de buscar la excelencia, con disciplina, con honestidad, en el uso de los recursos humanos y económicos. Buscar la perfección, a la que, por otra parte, hemos sido llamados. La puntualidad y asistencia, que es el respeto por el tiempo de los demás. El alumbrar, no para retener sino para que el otro -el alumno, el discípulo- pueda ser más, no para tener más, como diría Juan XXIII. .Cuidar las palabras inútiles. Es mejor escuchar que ser escuchado. Jesús nos ha dicho: "De la abundancia del corazón habla la lengua~ (Lucas, 7,45). "Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán" (Mateo, 7,20). .El abuelo de mi mujer, Enrique Echenique, que fue profesor en Córdoba, solía decir estos versos: "No desplegaba don Canuto el labio / y todos lo tomaron por un sabio; / más terció en un debate don Canuto / y todos advirtieron que era un bruto". .Estas páginas han sido escritas y reiteradas, en el ocaso de mi vida, para reclamar a los que ostentan los cargos directivos docentes de las universidades argentinas que cumplan con su función docente de manera plena, con ejemplaridad, con familiaridad con sus alumnos, para que ellos caminen seguros en la búsqueda de ideales, de virtudes, marcando sus creencias, respetando al que piensa y opina distinto. Porque enseñar la libertad es la mejor enseñanza. Que sean maestros, no sólo profesores.

Roberto Nicholson fue profesor titular de Ginecología de las Universidades de Buenos Aires y del Salvador.