La enseñanza de nuestro arte y la trasmisión del conocimiento adquirido, ha formado parte entrañable del ser médico desde los tiempos remotos.
Roberto Ítalo TozziniYa el Juramento Hipocrático subraya el valor del Maestro para los discípulos, estableciendo que éstos le rindan igual respeto que a sus padres y aún que lo sostengan y cuiden en su vejez, en caso necesario. También nuestra Universidad exhorta a sus profesores a ejercer la Cátedra realizando docencia, asistencia e investigación, aunque esta última ha sido puesta en entredicho por pensadores de la talla de Ortega y Gasset respecto a que sean complementarias.
En lo personal, creo que el médico-docente o mejor el Maestro es una pieza indispensable y mal valorizada en la cadena formativa del nuevo profesional. Y lo pienso con la experiencia que me dejó buena parte de mi vida dedicada a la enseñanza. Durante 60 años he permanecido sin intervalos en las aulas de la Facultad ostentando y ejercitando cargos docentes. Mi entusiasmo por la enseñanza en el grado, se completó ya de Profesor titular con la creación de tres residencias o carreras de especialización (una de ginecología en el Hospital C. Álvarez y otras de Gineco-Obstetricia y de Ginecología en el Hospital del Centenario) sumada en mis últimos años con una Maestría en Mama. Incluso, mi mayor producción editorial, han sido libros de textos para estudiantes, residentes y egresados.
El buen docente sabe sistematizar lo conocido para trasmitirlo de manera objetiva, clara e incluso entretenida a una audiencia muchas veces fatigada por sus obligaciones prácticas (trabajo, residencia). No busca formar el pensamiento ajeno sino proveer los materiales que puedan arder en el fuego del propio conocimiento. Sobre todo, en el confuso mundo actual hay que enseñar a distinguir lo demostrado y reproducible, de lo metafísico, exotérico o de la realidad que uno desea ver, aunque no exista. Buscar la Medicina basada en la evidencia.
Pero, además, la profesión Médica (si, la Profesión ya que el médico es un profesional de cuerpo y alma), debe nutrirse como una religión, de elevados principios éticos o morales y allí es donde “el maestro” cobra importancia. El Maestro no supera al Docente porque sepa más, sino porque enseña actitudes y conductas, en parte con su propio ejemplo. Los discípulos idealizan y tratan de imitar a sus maestros y estos deben esforzarse para alcanzar la estatura moral correspondiente. No se pueden predicar aquello de lo que uno carece y la hipocresía producirá alumnos con comportamientos no excelsos sino bastardos. En vez de comprender que la medicina es una rama del saber puesta al servicio de nuestros semejantes, de internalizar que custodiamos el tesoro mayor del prójimo, como es su salud y que por ello debemos inspirar y justificar su confianza, el mal maestro producirá colegas cuya finalidad será vivir de la medicina, como una actividad mercantil más, sin importar “el otro” y tomando los atajos necesarios para beneficio propio.
Quizás a los estudiantes actuales estas consideraciones parezcan antidiluvianas. Sin embargo, encierran el gran dilema sobre el respeto al ser humano integral, en cuerpo, mente y necesidad de sociabilización, donde la verdadera salud no es un problema de computadoras o robótica, sino que es mucho más compleja, profunda y holística. Es un gran tema que requiere un equipo y sobre todo, un buen Maestro.