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Actividades » Culturales

La locura de los Wittelsbach

Fue uno de los más famosos casos de locura en el seno de una familia real

Prof. Dr. Eduardo Scarlato
Prof. Adjunto de Toxicología, UBA.
Jefe del Servicio de Toxicología del Hospital de Clínicas "José de San Martín".

Prof. Dr. Antonio F. Werner
Director de la Carrera de Medicina del Trabajo. Universidad Católica Argentina.
Prof. Dr. Alfredo E. Buzzi
Profesor Titular de Diagnóstico por Imágenes, UBA.

Los Wittelsbach gobernaban el pequeño reino desde hacía ocho siglos, y sus miembros eran conocidos por el temperamento melancólico y por el padecimiento de trastornos mentales, acrecentados por los vínculos familiares endogámicos.

El mayor de los hermanos gobernó como Luis II, y su vida estuvo llena de excentricidades, que le valieron finalmente ser destituido del trono bávaro. Educado con mucha rigurosidad, se cree que esta educación pudo ser una influencia precoz sobre su posterior comportamiento. Su propia madre señalaba que: "A Luis le gustaba disfrazarse y disfrutaba haciendo obras de teatro y pinturas que regalaba de buen grado". Su gran gran fantasía colaboró en su tendencia al aislamiento y a que creciera con un acusado espíritu de soberanía. Este temperamento retraído se fue forjando a partir de una educación muy estricta en su niñez. Como era el heredero del trono bávaro, su formación quedó en manos de un preceptor, sin tener contacto con otros niños, excepto con Otto, su hermano menor.

El propio Luis le escribió a su institutriz: "Quiero ser un eterno enigma para mí y para los demás", y el poeta Paul Verlaine (1844-1896) lo definió como el “único verdadero rey de este siglo". En lugar del gobernante audaz y combativo, Luis era un tímido soñador, con gustos exóticos, y para colmo de sus cortesanos, de una marcada inclinación homosexual, que le generaba culpa y que trataba vanamente de reprimir.

Retrato de Luis de Baviera. Óleo de Wilheim Tauber, 1864

En 1867 se comprometió con la princesa Carlota de Baviera (1847-1897), hermana de Sissi (1837-1898), emperatriz de Austria, pero sin dar explicaciones, anuló la boda unas semanas antes de la fecha anunciada. En un país conservador y católico como Baviera, la conducta del monarca causó un gran revuelo, y acentuó los rumores sobre su homosexualidad. Luis II permaneció soltero y sin descendencia.

Un retrato oval pintado por Wilhelm Tauber en 1864 lo muestra como un joven de buen porte, vistiendo un uniforme azul con la franja roja, portando las órdenes militares de Caballero de San Huberto. Su mirada soñadora revela el espíritu de Luis. Sus contemporáneos elogiaban la belleza del joven príncipe, que tuvo que hacerse cargo con solo 19 años del gobierno bávaro después de la repentina muerte de su padre, el rey Maximiliano II (1811-1864).

Luis II subió al trono en 1864 a la edad de 18 años, sin experiencia ni de la vida ni de la política, pero sobre todo siendo adorado por las mujeres. En un comentario retrospectivo hecho en 1873, diría él mismo: "He sido rey excesivamente pronto. No he aprendido lo suficiente. Había comenzado tan bien, estudiando derecho público. De repente fui arrancado y sentado en el trono. Ahora, todavía intento estudiar."

El rey Luis II a los 20 años de edad en uniforme de general y el manto de su coronación. Ferdinand von Piloty, 1865, Bayerische Staatsgemaldesammlungen, Munich

Al pintor Ferdinand von Piloty (1828-1895), muy reconocido por sus obras históricas, se le encomendó el retrato de Luis II, tal como luciera en su coronación.

Luis II tuvo dos pasiones costosas, la edificación de castillos colosales, y la música de Richard Wagner (1813-1883), cuyos dramas líricos basados en la mitología germana lo entusiasmaban por su romanticismo y por el heroísmo de sus personajes, con los que se sentía identificado. En 1864 llevó al compositor a la corte, y comenzó a ayudarlo económicamente en la producción de sus obras y en la construcción de un teatro exclusivo en la localidad bávara de Bayreuth. Tras su primer encuentro, Wagner escribió: "Hoy he sido llevado ante él. Por desgracia es tan bello y genial, inspirado y magnífico, que temo que su vida se desvanezca como un fugaz sueño divino en este mundo malvado. De la magia de sus ojos no puede Vd. hacerse ni idea: ¡si pudiera sobrevivir; es un milagro demasiado inaudito!".

Para el diseño de sus monumentales castillos, Luis contrató los servicios del pintor y escenógrafo Christian Jank (1833-1888), fascinado por las ambientaciones que había hecho para óperas de Wagner. Existe una colección de más de 50 bocetos que el pintor realizó para el diseño del fabuloso castillo en estilo medieval de Neuschwanstein, situado en medio de los Alpes bávaros.

Luis II con su admirado Richard Wagner, en una postal de la época

Educado en un catolicismo cerrado, Luis II creía firmemente que la monarquía era una condición recibida por la gracia de Dios. En realidad, era un monarca constitucional, un dirigente estatal con derechos y deberes y poca libertad de movimientos. Por ello construyó su universo personal paralelo, un fantástico mundo aparte, en el que, lejos de la realidad, podía sentirse como un verdadero rey. Desde aproximadamente el año 1875 vivía sus fantasías de noche y dormía durante el día. Como dato significativo de su desvarío, cabe mencionar que el rey acostumbraba a cenar rodeado de estatuas de reyes anteriores porque no le gustaba comer con personas.

El castillo de Neuschwanstein

Su inclinación al aislamiento lo llevó a vivir prácticamente todo el año en sus castillos recién construidos, alejado de las obligaciones de gobierno. La técnica más avanzada se utilizaba en los fantásticos carruajes y trineos, en los cuales el rey se desplazaba por la noche, a veces incluso con trajes históricos.

Paseo nocturno en trineo del rey Luis II. Richard Wenig, 1886, Marstallmuseum Schloss Nymphenburg, Munich

Estos viajes nocturnos en trineo inspiraron al pintor alemán Richard Wenig, quien en 1888 produjo un cuadro en el que se ve al rey Luis II que transita de un castillo al otro en el trineo que se había diseñado exclusivamente para él. Era de estilo barroco, y se alumbraba con una lámpara eléctrica alimentada por una batería guardada en el maletero.

Luis II se fue identificando cada vez más con Parsifal, héroe medieval y personaje de la ópera homónima de Wagner, hasta decorar el mismo trono acorde con esta leyenda. Algunos comenzaron a llamarlo "El Rey de cuentos", pero para la mayoría era directamente "El Rey loco".

El pintor alemán Gabriel Schachinger (1850-1912), fue contratado por la corte bávara para hacer el retrato del rey Luis, quien eligió una imagen grandilocuente y solemne, más acorde con sus antepasados y admirados reyes Luises de Francia que con un monarca moderno y democráticamente austero. Frente a un trono de estilo barroco, espada en mano y con ropaje recargado, Luis ensaya una mirada soberbia que deja bien en claro su pensamiento sobre su superioridad sobre el resto de los mortales.

Tarde o temprano, el sueño real de integrar la realidad con su mundo de fantasía debía fracasar, y lo hizo con estruendo, cuando no pudo pagar las deudas contraídas para construir sus obras y dislates tan costosos. En 1885, los bancos extranjeros amenazaron con embargar el tesoro del reino, actitud que, sumada a la ausencia de sus obligaciones como soberano, y a sus excentricidades, originó que el gobierno bávaro procediera a su destitución, luego de un examen médico psiquiátrico.

Luis II como Gran Maestre de la Órden de Caballería de San Jorge. Gabriel Schachinger, 1885

Fue internado en el castillo de Berg, donde, a los pocos días, al salir a pasear en bote por el lago Starnberg, moriría ahogado junto a su psiquiatra, Bernhard von Gudden (1824-1886), que había diagnosticado su incapacidad. Una ilustración de la época muestra el momento en que son rescatados de las aguas del lago Sternberg los cadáveres de Luis II de Baviera y del psiquiatra.

Oficialmente se informó que se trataba de un suicidio causado por la grave perturbación mental que padecía el soberano. Esta definición salvaba el impedimento de la iglesia católica para dar entierro a un suicida en un cementerio, ya que la demencia del rey lo eximía de responsabilidad sobre sus actos.

Ilustración que muestra el momento en que son rescatados de las aguas del lago Sternberg los cadáveres del rey Luis II y del médico psiquiatra Bernhard von Gudden

El psiquiatra a cargo de la evaluación de la capacidad mental de Luis II de Baviera, Bernhard von Gudden, fundamentó su informe en el diagnóstico de alienación solo en base a los testimonios de terceros, ya que nunca revisó al monarca. Al ser considerado erróneo y apresurado el diagnóstico por colegas prestigiosos, dio pie a la ¡dea que en realidad el juicio de insania había sido una estratagema familiar para hacerse con el trono, habiendo sospechas de que en realidad fue asesinado.

Los grandes logros de Bernhard von Gudden en el campo de la psiquiatría biológica se ven empañados por los dos días que duró su consulta con Ludwig II, con quien se ahogó en el lago de Starnberg. De hecho, Gudden fue un psiquiatra visionario que combinó un fuerte interés en la neurobiología con principios humanitarios. Fue mucho más que un simple psiquiatra asesor de la familia real bávara.

Por ley hereditaria, al no tener descendencia, Luis II debió ser reemplazado por su hermano Otto von Wittelsbach (1848-1916), quien gobernó como Otto I de Baviera. El problema fue que Otto era más inestable psicológicamente que su hermano, el desaparecido Luis II.

Desde 1875 sufría una grave alteración de sus facultades mentales, y al poco tiempo de ser coronado rey, el cuadro se volvió tan grave que debió ser confinado en el castillo de Fürstenried con supervisión médica permanente y guardias de seguridad. Estos tenían órdenes de seguirle la corriente en todas sus locuras. Una de sus creencias más peculiares era que, si mataba diariamente a un campesino, nunca se enfermaría. Para satisfacer este capricho, le entregaban una pistola cargada con balas de fogueo, con la cual apuntaba y "mataba" desde la ventana de su confinamiento a un guardia vestido de campesino que pasaba por el jardín.

Alexandra Analie de Baviera. Joseph Karl Steiner, 19845. Galería de las Bellezas. Palacio Nymphenburg

Su tío, el príncipe Leopoldo, asumió la regencia del reino hasta que la nueva constitución de 1913 incluyó la incapacidad mental como causa de deposición del monarca.

De Otto I se comentaba que padecía cinantropía, un trastorno delirante por el cual quien lo sufre cree ser un perro. En este caso, se rumoreaba que el príncipe andaba en cuatro patas y ladraba. Cuando fue reemplazado definitivamente en 1913 por su primo, que gobernó como Luis III (1845-1921), el New York Times informaba que Otto se encontraba en una condición "patética". Ante los miembros de la delegación que fue a notificarle su destitución, solo pudo balbucear algunas palabras, y cuando se retiraban vieron como arrojaba al suelo el juego de porcelana en el que habían tomado el té.

La locura de los hermanos von Wittelsbach tenía sobrados antecedentes familiares; el abuelo, Luis I de Baviera (1786-1868), debio abdicar al trono, entre otras cosas, por su fanática obsesión por las mujeres, y su tía, la princesa Alexandra Amalie (1826-1875), presentaba síntomas delirantes.

Alexandra Amalie de Baviera era una encantadora joven que desde niña demostró padecer ¡deas delirantes y trastornos obsesivos. Estaba convencida de que se había tragado un piano de cristal y demostraba una obsesión por la limpieza y por solo vestir ropa blanca. Su retrato, encargado por su padre, el mujeriego rey Luis I, para incorporarlo a su "Galería de Bellezas", fue obra del pintor Joseph Karl Stieler (1781-1854), y que hoy nos permite comprobar que se trataba de una mujer bella y distinguida, por supuesto vestida de blanco.

En un tiempo en donde cuestionar al monarca era cuestionar la voluntad divina, considerar a la persona más poderosa del reino como un demente no era una tarea fácil. Es por esto que, más allá de los casos evidentes e inocultables de "locuras reales", la historia está llena de miembros de la nobleza que no han sido diagnosticados ni retratados como enfermos mentales, pero cuyas acciones, comportamiento y el saber popular, los han calificado como locos. 

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