Artículo de la revista de Medicina y Cine de la Universidad de Salamanca.
Autor: Oscar Bottasso, del Instituto de Inmunología Clínica y Experimental de Rosario (Universidad Nacional de Rosario-Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), Rosario (Argentina).

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Resumen


El filme retrata la vida de un cardiocirujano seco y egocéntrico abocado a más enfermedades que enfermos, quien un buen día deberá experimentar en persona lo nefasto de tal actitud. Una hemoptisis intempestiva llevará al diagnóstico de un tumor maligno de laringe y la ulterior indicación de radioterapia. Esa negación tan frecuente en los pacientes aquí raya en lo inaudito, puesto que como maestro de la medicina no puede ser blanco de intervención. En medio de las largas esperas, marañas burocráticas y la frialdad de la relación médico-paciente, conoce a June, bajo tratamiento por un tumor cerebral con quien establecerá una suerte de coalición ante tan amenazante travesía. A partir de la experiencia como enfermo, el trato para con sus pacientes irá incorporando una auspiciosa cuota de empatía hacia quienes se hallan circunstancialmente abatidos por alguna dolencia. June no sobrevive al tumor, pero él consigue superarlo gracias a la extirpación quirúrgica, mostrándose ahora muy decidido a reorientar su vida profesional y familiar, tras tan doloroso aprendizaje.

La historia no ha perdido vigencia. Quien más quien menos, todos sabemos de las desventuras  atravesadas por muchos pacientes en su derrotero hacia la recuperación de una salud perdida.

Palabras clave: relación médico-paciente; autopercepción; bioética.

Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontece a todos. Porque el hombre tampoco conoce su tiempo: como los peces que son presos en la mala red, y como las aves que se prenden en lazo, así son enlazados  los hijos de los hombres en el tiempo malo, cuando cae de repente sobre ellos.
Eclesiastés Capítulo 9, versículos 11 y 12


Ficha técnica


Título: The Doctor.País: Estados Unidos.Año: 1991.Director: Randa Haines.Música: Michael Convertino.Fotografía: John Seale.Montaje: Lisa Fruchtman.Guión: Robert Caswell sobre el libro A Taste of My Own Medicine.Intérpretes: William Hurt (Dr. Jack McKee), Christine Lahti (Anne Pulisic de McKee), Elizabeth Perkins (June Ellis), Mandy Patinkin (Dr. Murray Kaplan), Adam Arkin (Dr. Eli Bloomfield), Charlie Korsmo (Nicky McKee Pulisic), Wendy Crewson (Dra. Leslie Abbott), Bill Macy (Dr. Al Cade), JE Freeman (Ralph)…Color: Color.Duración: 117 minutos.Género: Drama.Productoras: Touchstone Pictures. Silver Screen Partners IV.Sinopsis: El Dr. Jack McKee es un cirujano exitoso y bien entrampado en las redes de lo que podríamos definir como «the lucky devil». Señor de un trato distante y meramente técnico para con los pacientes, que en su relación con los colegas del hospital exhibe ese dejo de petulancia propio de aquellos subidos al pedestal. Sumergido en ese laberinto, un buen día se convierte en el depositario de un cáncer de garganta con lo cual comenzará a transitar el doloroso camino de los pacientes, en el sacrosanto nombre de la sanación.Paulatinamente irá ganando una visión más  aproximada de las funestas consecuencias de ese trato despersonalizado del sistema para con los  enfermos. Traba amistad con June Ellis, afectada de un tumor cerebral inoperable, quien desde la  otra vereda le ayudará a ver las peripecias del tan mentado proceso salud-enfermedad-atención.La refractariedad del cáncer a la radioterapia y la consecuente necesidad de resecarlo deriva en una acalorada discusión con la Dra. Leslie Abbott, por lo que decide contactar a Eli Bloomfield, otrora ridiculizado por él. Jack se disculpa y advierte las dotes humanas y profesionales de aquel cirujano. Atravesado por esa experiencia de vida tan crucial Jack regresa al hospital y se aboca a aleccionar a los médicos internos sobre el valor del acompañamiento afectivo al paciente; que indudablemente hará de ellos mejores profesionales.


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Síntesis argumental



En los inicios de la película asistimos a esas acostumbradas escenas entre médicos en tanto llevan adelante sus prácticas: comentarios descolgados, bromas improcedentes, anécdotas de pacientes, y de ser posible música para acompañar (Foto 1). Hombre de una vida familiar a prima facie «placentera» aunque desde lo  subepidérmico no lo sería tanto. Como quien no  quiere la cosa concurre a una consulta por una carraspera crónica que no ha de ser relevante. El hombre está signado por el éxito, muy solicitado en los círculos académicos, aunque algo  olvidadizo para con los suyos. Profesional siempre abocado a inculcar en sus residentes una  práctica apocada de sentimientos, de un corte bien prolijo, pulcro y frío como esos mármoles de los hospitales.


De regreso a casa y en compañía de su esposa aquella impertinente tos resulta en una hemoptisis que derivará en una consulta con la Dra. Leslie Abbott otorrinolaringóloga del mismo hospital.Y voilà allí está el tumor. Por más que el señor trate de negarlo, Leslie tan avezada como él alo normatizado pone a girar la rueda en modo automático (Foto 2).


La vuelta a casa será lóbrega y desacostumbradamente anticipada, a punto tal que su hijo Nicky habituado a la tardanza paterna interpreta que en realidad lo está llamando por teléfono. La esposa que por sobre todo tiene esa fina percepción de la mujer, capaz de captar hasta losultrasonidos, pronunciará las palabras más justas y confortadoras «saldremos adelante, mi amor, mi vida».


De buenas a primeras Jack ha pasado a ser paciente, pero aun así no consigue abajarse a su condición de simple mortal ni mucho menos adaptarse a los avatares por los que atraviesanlos pacientes en tales circunstancias; máxime él como un ilustre maestro de la medicina.


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Nada como las estadísticas cuando nos enfrentamos a la incertidumbre, se trata pues de un tumor maligno que de acuerdo con la evidencia presenta un índice de curación del 80%, tras 6 semanas de radioterapia (Foto 3).


Una agenda un tanto recortada que va en desmedro de su labor asistencial, hará que el coequiper Murray Kaplan le aconseje apartarse por un tiempo dado que cancelar citas o intervenciones juega en contra de los intereses del servicio. Por suerte el tórax no está comprometido y tampoco hay tocamiento ganglionar, pero los trámites administrativos son tan tediosos  y para colmo el radioterapeuta no ha llegado. Sumamente irritado por ese destrato hacia su magnanimidad, el empleado termina ubicándolo institucionalmente: allí no es más que un paciente.


En los entremeses de las sesiones radiantes conoce a June, afectada de un tumor cerebral  avanzado en quien la demora diagnóstica aportó lo suyo (Foto 4). Ella insiste en seguir luchando a pesar de su enfado por la dinámica de los estudios complementarios, las demoras en las decisiones médicas que flaco favor le hacen  al paciente, en medio de su anhelo por saldar algunas asignaturas pendientes, para las cuales le resta poco tiempo. La relación se vuelve más afectiva y un buen día decide llevarla a Reno para asistir a un espectáculo, pero June está claramente atrapada en las redes de una enfermedad terminal. Aunque su sensorio está cuasi apagado, Jack igualmente le confiesa sus temores y todo lo que ha podido entender por su intermedio (Foto 5). June ha dejado este mundo y debe informárselo a Ann quien venía procurando entender el significado de esa conexión.


Sin llegar a constituir un giro Copernicano, el Dr. McKee se va adentrando en esa saludable dimensión humana de la práctica médica. Mucho más que pacientes terminales, los moribundos son personas con nombres, apellidos e historias de vida. Nada herético, en el abrazo con aquel enfermo próximo a un trasplante y plenamente confiado en sus dotes de cirujano (Foto 6), o dejar que aparezca su yo moral ante ese otro paciente en la cochera del hospital. Tampoco testificará a modo de componenda en un juicio de mala praxis poniendo fin a suerte de «quid pro quo», ataviado de amistad, que mantenía con Murray.


El curso de la enfermedad no se ciñe al estatus del paciente; el tumor se ha agrandado e impone la resección quirúrgica. Preso del pavor y ante una relación con Leslie que no terminade encajar decide consultar a otro especialista. La laringotomía estará a cargo del EliBloomfield, previas disculpas por aquel desaire proferido tiempo atrás (Foto 7).


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El cirujano efectúa una prolija extirpación y si bien no existían ramificaciones las cuerdas vocales resultaron afectadas. De regreso al hogar, consigue convencer a Ann de su amor hacia ella y el deseo de incluirla nuevamente en su vida; no más distanciamientos (Foto 8).


Finalmente se reintegra a su trabajo y sorprendentemente les solicita a sus jóvenes colegas vestirse con las batas de enfermos a fin de tomar contacto con esas vivencias, incluidos, los estudios, las esperas y hasta las comidas (Foto 9). Con un cierto tinte Lacaniano hasta podría hablarse de «une touche» con la realidad del hospital.


Pensamientos en voz alta


Desde nuestra mirada médica, y a grandes rasgos, la percepción de la enfermedad como una parte ineludible de la existencia y por ende de la condición humana cobra mayor visibilidad al momento de confrontar con un cuerpo apaleado. En paralelo a un sinnúmero de preguntas caemos enla cuenta de que tampoco estamos lo suficientemente bien preparados para hacer frente a dichacircunstancia, particularmente porque ese tipo de competencias no forman parte de nuestra formación profesional. Circunstancia que a su vez suscita iniciativas de variada índole.


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Algunos han recurrido a la palabra de mentes preclaras, verdaderos e indispensables sabios capaces de avizorarlo por anticipado. Otros apelaron a la narrativa de colegas bajo ese tipo de experiencias en un intento de ganar conocimiento sobre herramientas resilientes destinadas  a paliar o superar tamaño trance. De uno u otro modo, reconocernos como enfermos no sólo posee un valor intrínseco, sino que igualmente despierta la necesidad de buscar apoyo, sabedores de que el yugo hace más fácil tirar del carro. Mucho mejor si también llega a promover unareflexión movilizadora de un redireccionamiento de conductas y actitudes, puesto que recapacitar es condición necesaria pero no suficiente para encauzarnos hacia un estatus espiritualmente más acabado. Aquellos más reacios irán de lleno a la colisión con todos los avatares que ello implica, varios de estos ejemplificadosen esta película; la cual en definitiva nos convoca a barajar y dar de nuevo a fin de anteponernos a esa extendida estratagema de relativizar y luego naturalizar.


Nosotros tan afectos a poner los hechos en contexto y como algo propio a la persona, que antecede al médico, también podríamos abocamos a discurrir sobre la ética de ciertos actos inherentes a las relaciones para con los demás. Uno se plantea si no valdría la pena sopesar cuánto del trato interpersonal está orientado a perseguir un mejor grado de convivencia, versus el salir bien parados ante los ojos de los otros, en consonancia con la práctica de mostrarnos correctísimos en lo público, pero no en esa privacidad carente de un observatorio para lo indecoroso. La investigación, que todo lo atraviesa, se ha ocupado del celo por causar una impresión favorable, aumentar la autoestima y de ser posible lograr un estatus social superior. En este sentido Batson et al.7-9 avanzan en torno al concepto de la hipocresía moral como un tipo de demostración pública de grandes cualidades en tanto que por debajo subyace una intención non sancta y carente de un motivo de real superación. Tampoco faltarán quienes, ante la oportunidad de trampear, sin riesgo de dañar su reputación, no titubeen en sobrepasarse, y de paso mofarse descaradamente.


No hace falta ser muy ducho para advertir que esta problemática nos atraviesa de lado a lado, y brinda una especie de marco referencial en el cual pueden inscribirse las cuestiones que  muy bien aborda El Doctor.


Por fuera de estas consideraciones el filme también es un terreno fértil para poner en primera plana el valor del acercamiento al paciente. A riesgo de aparecer reiterativo, es preciso rescatar aquel concepto atribuido a Hipócrates Vis medicatrix naturaea quien hacía referencia al influjo sanador dentro nuestro o del poder curativo de la naturaleza. De algún modo esa fuerza debía ser acompañada por el médico a fin de propiciar la recuperación, en la que no sólo influía el componente físico sino también psicológico como la  acción reparadora del consuelo y la esperanza.


Tan sabia recomendación, desafortunadamente, cayó en desuso y venimos transitando un camino más proclive a concebir al todo como la suma de las partes, a «combatir» enfermedades o hacer la vista gorda de cómo vive la persona esa pérdida del estado de salud. Cuestiones trascendentales que nos posicionarían en mejores condiciones para percibir lo subyacente  a cada consulta y las decisiones adoptadas en
consecuencia.


La vida del médico es, en un sentido, una inacabable necesidad de conocimiento. Una sed  de saber para estar más seguro ante el paciente. Igualmente es un quehacer llevado a la práctica con sumo respeto, para el bien de un ser humano requirente de ayuda; zapato que en algún momento también nos calzará.


Sin ánimo de restarle espacio a las guías, protocolos y modalidades más recientes como la medicina de precisión y el machine-based learning la profesión va mucho más allá de lo computarizado, para lo que sigue sentando muy bien un tratamiento deliberativo ad intra y ad extra conducente a preservar esa visión abarcadora.


Los enfermos siempre necesitarán de una escucha, del contacto humano, la comprensión, y lapalabra tranquilizante. La conveniente y acertada conjunción entre arte y ciencia, llevada a cabo por ciudadanos de a pie, lejos de cualquier épica, o endiosamiento.


¿Arengas de un empecinado cascarrabias que de tanto en tanto arremete con este tipo de cantinelas? En todo caso pensamientos a viva voz por parte de uno entre los muchos cofrades deseosos de un contexto menos encorsetado, para bien de los pacientes, el nuestro propio y por ende la Medicina.